Capítulo 7

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Todo era un bonito sueño

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Todo era un bonito sueño. Me sentía como si estuviera flotando en una nube. No tenía frío. Me gustaba esta sensación, me hacía sentir bien. Respiré profundo y sonreí. Todo era tan relajante... que por un momento me olvidé donde estaba realmente, en aquella iglesia, adormilada en la oscuridad, sola y muy débil. Necesitaba despertar, si me quedaba más tiempo dormida quizá fuera demasiado tarde para mí. Pero estaba tan bien tan agusto que cada vez se me hacia más difícil poder despertarme.

En el sueño entreabrí ligeramente los ojos para ver donde me encontraba. Sin embargo, todo era tan cálido, tan llamativo y tan iluminado que me cegaron los ojos y no pude abrirlos. Suspiré. ¿Cuando iba a despertarme? Hacía el intento de despegar los párpados para ver si mis ojos se acostumbraban a tanta luz. Pude llegar a distinguir una gran ventana enfrente de mí (fuera era de noche) y una puerta al lado. Yo, a juzgar por el tacto y lo cómoda que estaba, me encontraba echada en una cama. Cuando fui a volver a abrir los ojos, alguien entró en la habitación. Me puse tensa y apreté los puños encima de las sábanas. No sé porque sentía tanto miedo e inseguridad si todo era un sueño. Esa persona que había entrado dio dos pasos y luego... simplemente se quedó ahí, sin decir ni hacer nada.

Me sentía un poco incómoda, no quería abrir los ojos para ver si le pillaba mirándome. Aunque fuese un sueño cada vez se sentía más real. Pero no podía serlo. Yo seguía en aquella iglesia, muriéndome... y la realidad me chocó. Me estaba muriendo.

Me desmayé. No se como, ni cuando pero en algún momento lo hice. Perdí el conocimiento y cuando conseguí recobrarlo ya no me sentía tan bien como antes. Toda claridad se había esfumado y con los ojos cerrados podía distinguir la oscuridad de mi alrededor. Sin embargo, no sentía frío. Estaba bien, cálida. Me removí inquieta y confirmé que estaba sentada en el banco. Abrí los ojos y suspiré. Seguía en la iglesia. Aún era de noche pero ya se notaba que el sol iba saliendo, el cielo comenzaba a volverse un poco más cálido. ¿Había estado durmiendo toda la noche? ¿Cómo era posible que estuviera templada si anoche hizo mucho frío? Además, aquel sueño... fue bastante raro.

Me llevé las manos a la cabeza y me fijé en el muro. Nada, todo seguía igual. Sin embargo, la sensación había desaparecido. Frustrada y cabreada tiré la manta a un lado. ¿Ahora que demonios se suponía que debía hacer? Tenía que volver a mi casa pero tenía miedo de lo que mi madre o Sean me podrían llegar a hacer si aparecía. Mi hermana no había aparecido, no la había encontrado... resoplé y me levanté del banco. Estaba segura que esta iglesia me iba a dar las respuestas que buscaba a todo lo que estaba ocurriendo con Vienna. Me equivocaba.

Había puesto tantas esperanzas... rotas, al fin y al cabo. Suspiré. Nunca encontraría a mi hermana. Recogí la manta que había tirado. Fuera, el sol ya había salido así que me dispuse a volver a casa. Pero antes de irme de la iglesia me volví para mirar por última vez ese muro.

Pensé que había dado en el clavo.

Saliendo de la ciudad de Ísser no me encontré con nadie. A aquella hora de la mañana era normal que las calles estuvieran desiertas. Sin embargo, no pude evitar girarme varias veces, tenía la sensación de que alguien me vigilaba. A medida que avanzaba, el frío se me iba calando más y más dentro de los huesos. Y entonces, empecé a correr. Al principio, sabía que nadie venía detrás de mí pero a cada paso que daba hacia fuera de la ciudad por el rabillo del ojo llegaba a distinguir una silueta que me daba caza. El corazón se me aceleró de golpe, mi respiración se volvió irregular y jadeaba sin parar mientras corría velozmente por las calles de Ísser. Podría haber gritado y tal vez alguien me hubiera escuchado, alguien que a esas horas no estuviera durmiendo y no tuviera otra cosa que hacer que estar callado en su casa.

La portadora del hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora