Capítulo 12 - La Visita

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¡Hola Albertfans! Les doy la bienvenida de nuevo a esta historia.

Ahora sí... les dejo el capítulo 12

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El corazón de Georges batía con fuerza al subir por las escaleras. En cuanto leyó el aviso legal en el periódico se lanzó a la dirección que indicaba. La esperanza de encontrar a William se abría de nuevo ¡justamente en Chicago! Aquello parecía imposible, pero la descripción era una calca del heredero Ardlay, y la pérdida de memoria explicaría por qué no habían tenido noticias suyas en tanto tiempo. Tenía que tratarse de él.

De dos en dos subió los escalones de la posada Magnolia y casi de inmediato se encontró frente a la puerta. Tomó aire, se alisó el traje y llamó a la puerta. Lo que jamás imaginó fue que sería Candy quien atendería.

-¡Georges! Qué sorpresa más grande. ¿Has venido a buscarme? ¿Es por la carta que le envié al tío William, sobre Archie y Annie?

La inesperada situación lo devolvió a su acostumbrada cautela.

-¿Una carta, qué carta? No... no es eso. Solo... una visita de cortesía -mintió Georges.

Candy lo tomó del brazo y casi lo arrastró dentro del diminuto apartamento, sin parar de hablar.

-Pues yo sí que tengo novedades: ¡me he casado Georges! Espera a que conozcas a mi esposo, te caerá de maravilla -Candy giró la cabeza hacia la cocina y dio voces-. ¡Amor! Ven, quiero presentarte a alguien.

De la cocina emergió un apuesto y rubio joven, con expresión alegre en el rostro, que tendió la mano a Georges.

-Georges, él es mi esposo, Albert -intervino Candy.

Tras un apretón de manos, Georges, más que sentarse, se desplomó en el sillón, sudando frío. Sin duda alguna, el hombre que tenía delante era William Ardlay, pero ni él mismo, ni Candy parecían estar al tanto.

Georges no tuvo que inventar excusas para su visita, pues Candy hablaba sin parar de lo mucho que sufrían Archie y Annie debido a la cabeza dura de la tía Elroy. Georges, sin embargo, en vez de poner atención, miraba furtivamente hacia William sin dar crédito a sus ojos. A simple vista parecía fuerte como un roble, era tal como lo recordaba, salvo por un detalle. Sonreía con facilidad y sus ojos brillaban igual que cuando era un niño. Ese brillo en la mirada se había apagado tras la muerte de su hermana Rosemary, debido a su solitaria vida en el anonimato.

Georges quedó conmovido al encontrar así al heredero. William era feliz, sin duda era feliz.

Candy interrumpió su entusiasta defensa de Archie y Annie para decir a Albert:

-Cariño, ¿podrías ir por unas galletas o algo para acompañar el té?

-No hace falta, en verdad -protestó Georges.

-Descuide, Georges, si usted no desea ningún pastelillo, Candy acabará con todos ellos -dijo Albert, de estupendo humor, y guiñando un ojo a Candy-. ¿No es verdad, amor?

-¡Oh, Albert! ¿Acaso quieres avergonzarme delante de las visitas?

-Nada de eso, ya sabes que estoy bromeando. Vuelvo enseguida.

Albert plantó un beso en la coronilla de Candy antes de salir, y Georges no supo ni para dónde mirar. A todas luces, Candy y William hacían vida de matrimonio.

-El señor... Albert, sí Albert... ustedes... ¿hace cuánto que se casaron?

-Unos pocos meses. Lamento no haberte invitado, Georges, fue todo tan repentino. Ni siquiera hicimos una fiesta, solo fue una ceremonia privada. ¡Cuando lo digo así parece una locura del momento! Algo hay de eso, es verdad, sin embargo... Creeme cuando te digo que es una larga historia... Albert y yo nos conocemos hace muchísimo tiempo.

-¿De verdad?

-Sí, lo conocí incluso antes que a ti, cuando aún vivía con los Lagan. Él me salvó la vida en una ocasión, Georges, pero no creas que me casé con él por gratitud.

-No pensaba que fuera así.

-Hace un tiempo volvimos a encontrarnos en las circunstancias más imposibles. Él sobrevivió a un atentado de un tren en Italia y... perdió la memoria.

-¡Cielo santo! -dijo Georges, lívido.

-Como repetía sin cesar "Chicago" y "América", vino a dar al hospital donde yo trabajaba, todavía semiconsciente.

Georges, que no quería revelar el verdadero motivo de su visita, se pasó una mano por la frente, en un intento de disimular la angustia que esas noticias le producían.

-Es un milagro que haya dado con una amiga en tales circunstancias -dijo Georges-. Pero... ¿él no recuerda nada?

-Nada antes del accidente -Candy suspiró-. Aunque eso le producía mucho pesar, hemos decidido seguir adelante con nuestra vida, y eso nos ha dado paz. Yo sigo con mi trabajo como enfermera en una pequeña clínica no muy lejos de aquí y él... ahora trabaja en el zoológico y, ocasionalmente, repara tejados. Es muy hábil para reparar todo tipo de cosas.

-Ya veo -dijo Georges, y tuvo una idea-. ¿Sabes, Candy? Justo estoy necesitando quién me ayude a reparar el tejado de una de las oficinas.

-¡Fantástico! Ahora que vuelva pueden ponerse de acuerdo.

-Por cierto... antes de que vuelva -dijo Georges sacando hasta el último billete que tenía en la cartera para dárselo a Candy-, ten este dinero.

Candy se puso rojísima de vergüenza.

-Georges, eso no me hace ninguna falta.

-Candy, este dinero es tuyo. Desde hace mucho que dejas sin cobrar los cheques que te corresponden. Si no te hace falta, conserva esta cantidad para cualquier emergencia. Te aseguro que al Sr. Ardlay le alegrará saber que recibes esta pequeña ayuda, cuando menos.

-El tío abuelo -dijo Candy con una pequeña sonrisa-. ¿Cómo se encuentra de salud?

-Nos ha dado algunas preocupaciones... pero cada vez tengo más confianza en que estará completamente recuperado muy pronto.

En ese momento volvió Albert con una charola de donuts recién glaseados.

A pesar de que no tenía intención de comer un donut, Georges no pudo negarse a aceptar el que William le ofrecía con tan buena voluntad.

De a poco, Georges se sintió cómodo entre gente tan querida, que por un momento casi se olvidó de las circunstancias y estuvo a punto de llamar William a su querido amigo.

De lo que no se olvidó, fue de citar a William para el sábado al mediodía con el pretexto de hacer reparaciones en las oficinas. Con eso tendría tiempo suficiente para hacer los preparativos necesarios.

Candy y Albert salieron hasta la entrada del edificio para despedir a Georges.

-¡Qué agradable persona! -dijo Albert cuando el auto de Georges se alejó.

-¿Lo ves? El tío William no puede ser tan malhumorado y excéntrico como dicen si su mano derecha es alguien como Georges.

-Es verdad. ¡Y me ha ofrecido trabajo para reparar los tejados de las oficinas! Con ese dinero me gustaría que tomáramos unas vacaciones, ¿qué te parece?

-¡Eso sería increíble! -dijo Candy y plantó un beso en la mejilla de Albert.

Él correspondió el gesto tomándola por la cintura y besándola suavemente en los labios, antes de volver al interior.

Lo que ninguno sabía era que, a poca distancia de allí, en un sobrio pero elegantísimo auto, estaba la tía Elroy. Había seguido a Georges al saber que había una buena pista sobre el paradero de William, incapaz de esperar hasta el informe de su visita.

Y lo había visto todo.

"¡Esa advenediza otra vez! Su maldita sombra me persigue." Se dijo la tía, retorciéndose de furia. "Primero fue la perdición de Anthony y ahora... y ahora William... ¡No! ¡Sobre mi cadáver!"

Tras este juramento, la tía Elroy ordenó al chofer que la llevara de vuelta a la mansión.

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