Capítulo 24 - El Príncipe

1.1K 81 32
                                    


Este capítulo fue publicado anteriormente en https://mariadoslunas.com/2022/12/04/paraiso-para-dos-capitulo-24/ en su momento olvidé publicarlo también en esta plataforma. Una disculpa. Espero su comprensión, pero sobre todo, espero que disfruten mucho este capítulo.

No pasó mucho antes de que se escuchara un toque en la puerta. Albert, que ya estaba más repuesto, abrió la puerta para dejar pasar a Georges.

-¿Está todo listo? -preguntó Albert.

-El alojamiento sí -contestó Georges, entregándole una tarjeta con la dirección-. Lo otro... sigo trabajando en eso.

-Estoy en tus manos.

-Todo estará listo para mañana mismo, te lo aseguro, William. Phillips está listo para llevarlos en cuanto lo indiques.

-No, yo mismo conduciré. No puedo arriesgarme a que alguien más averigüe nuestro paradero.

-Entonces, déjame llevarlos -ofreció Georges.

-No te preocupes, estoy en perfectas condiciones de hacerlo yo. Es mejor que te enfoques en arreglar las licencias y lo que haga falta.

Georges asintió y se retiró del despacho.

Albert se volvió hacia Candy.

-Amor mío, me apena incomodarte y no dejarte descansar aún, pero tenemos que irnos de inmediato.

-¿A dónde vamos?

-Como puedes imaginarte, debido a mi posición en la familia, tan pronto como se sepa lo que sucedió esta tarde en la mansión Lagan, todo el mundo estará buscándome para pedir explicaciones. Y tendré que darlas, solo que no ahora. No hasta que algunas cosas estén resueltas.

Media hora más tarde, Albert y Candy llegaron a una pequeña casa de campo a las afueras de la ciudad. Él encendió la chimenea, mientras Candy se hizo con unas galletas que había en la alacena y se sentó en el sillón a devorarlas.

-¡Estás muriendo de hambre! -exclamó Albert- ¿Dónde tengo la cabeza? Georges cargó el auto con alimentos, voy por ellos.

Al poco rato, volvió con una canasta repleta de panes y embutidos. De buena gana cenaron y, rendidos, se dispusieron a dormir.

Debido a la prisa con la que se preparó su alojamiento, no tenían camisones de dormir, pero eso era un detalle sin importancia.

Albert se recostó junto a Candy y la tomó en brazos. Con gran emoción acarició el vientre de su esposa, en el que comenzaba a notarse el embarazo. Sin darse cuenta cómo, cayó en profundo sueño. Era la primera vez que tenía un verdadero descanso desde que había recobrado la memoria.

Casi como en un pestañazo, llegó la mañana. Albert fue el primero en despertar y, aunque hubiera querido quedarse recostado junto a Candy hasta el mediodía, sintió un impulso muy natural de recrear uno de los hábitos creados en el Magnolia: despertarla con un buen desayuno.

El olor de los huevos fritos con tocino despertó a Candy. Cuando se asomó a la cocina y vio a Albert de espaldas, con la camisa arremangada y un trapo sobre el hombro, el corazón se le llenó de alegría. Qué grande y que sencilla era la felicidad: vivir con la persona amada.

-Eso de que prepares el desayuno me trae tan lindos recuerdos -dijo ella, sorprendiendo a Albert, que no la había sentido llegar.

-Los mejores... ¿Cómo te sientes esta mañana?

-Dormí muy bien, es la mejor noche que he tenido en meses. Me siento mejor que nunca.

-Me alegra tanto escuchar eso. Hoy es un día muy importante. Espero tener noticias de Georges en cualquier momento. Ha estado muy ocupado arreglando nuestra licencia de matrimonio.

-¿Nuestra licencia de matrimonio?

-Así es. No me lo tomes a mal. Soy tuyo desde el día en que hicimos nuestros votos, incluso antes... pero... debido a mi posición en la familia, y ya que mi identidad quedó revelada, tendré que hacer una aparición pública tan pronto sea posible, pero no antes de que pueda presentarte como mi esposa ante el mundo y sin que nadie pueda cuestionarlo.

-Entiendo.

-Me encantaría poder darte la boda de ensueño que mereces, pero como ya estamos esperando un hijo, me temo que tendremos que ser muy discretos.

-Albert, yo no necesito una boda distinta a la que ya tuvimos, esa fue la boda de mis sueños. ¡Pero me casaré contigo tantas veces como quieras!

Albert acercó su silla a la de Candy y la abrazó.

-Mi amor, espero que comprendas que tomará un largo tiempo para que me sienta tranquilo para alejarme de tu lado, así sea por unas pocas horas.

-Albert, mírame, estoy aquí contigo. Quienquiera que haya querido hacernos daño, no podía triunfar. Se olvidan de que el Destino está de nuestro lado.

-El destino...

Albert suspiró.

-Sí, el destino. Cuando pienso en todas las veces que nos encontramos, en las más inesperadas circunstancias, es muy claro que el destino se empeñaba en unirnos. Desde aquel día en la cascada, cuando salvaste mi vida, nuestras vidas quedaron unidas sin que lo supiéramos.

Albert besó la mano de su amada. Repentinamente, levantó la cara y abrió mucho los ojos.

-¡Oh, Candy, tú no lo sabes! No he tenido tiempo de contártelo.

-¿Qué cosa?

-Ese día en la cascada... no fue nuestro primer encuentro.

-¿De qué hablas?

-Ahora que sabes quién soy, ¿puedes ver por qué Anthony... tenía tanto parecido con el príncipe de la colina?

-¡Dios mío! Tus ojos, tu sonrisa... y esa voz... ¡En verdad eres tú!

-Sí, Candy, era yo. Imagina mi sorpresa al descubrir lo que pensabas de aquel muchacho, cuando leí tu diario.

-¡Cielo santo, el contenido de ese diario!

-Candy, tú tenías razón, en ese diario no hay nada de lo que debas avergonzarte. Ni antes ni ahora. Debo confesar que me sentí algo abrumado por la imagen que guardabas de... de mí, no como tu amigo Albert, sino como... tu príncipe.

-Ahora eres tú quien se ruboriza -dijo Candy con una sonrisa pícara.

-¡Candy!

-¿Qué pensaste? ¡Tengo que saberlo!

-Me sentí muy conmovido de que me recordaras con tanto cariño... y algo culpable porque no sabías nada de mí. Solo que, en aquel entonces, tú eras muy joven, y lo que en verdad me preocupaba era que te habías lanzado al mundo tú sola, sin ayuda de ningún tipo.

-Entonces, ¿no te enamoraste ni un poquito de mí cuando te enteraste?

-¡Qué cosas dices! ¿Es eso lo que te preocupa? De nuevo, el destino se encargó de eso también... unos años más tarde. Si no fuera porque perdí la memoria, difícilmente habría podido pensar siquiera en ser algo más que un amigo y un apoyo para ti. En cambio, para un hombre sin pasado, ni futuro, era inevitable enamorarse de una mujer tan dulce como tú.

-¿Y tan bonita como yo...?

-Siempre pensé que eras muy bonita... ahora creo que eres preciosa.

En ese momento se escuchó llegar un auto. De un vistazo supieron que se trataba de Georges, pero no venía solo...

Paraíso para DosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora