Capítulo 22 - La verdad del corazón

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Según lo prometido, ya está en esta plataforma el más reciente capítulo, que fue publicado hace una semana en mi portal mariadoslunas

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Según lo prometido, ya está en esta plataforma el más reciente capítulo, que fue publicado hace una semana en mi portal mariadoslunas.com o en el siguiente enlacehttps://mariadoslunas.com/2022/05/06/paraiso-para-dos-capitulo-22/

¡Hola Candyfans! ya vimos lo que realmente mueve a las "respetables" Sarah y Elroy... y nos queda saber qué hará Candy ahora que no hay más oposición a su matrimonio con Neil.

Y para no hacerles spoiler, mejor dejaré que lean lo que pasa a continuación.

o + o + o

Candy tomó asiento en una banca del jardín de la mansión Lagan... tomaba un respiro después del gran alboroto provocado cuanto Neil la presentó como su prometida. Una presentación que había terminado con los gritos del sr. Lagan, Eliza llorando en su habitación, y con su madre huyendo despavorida de la mansión.

-Ya lo has visto, Neil. Tus padres jamás consentirán que te cases conmigo. De cualquier modo, estoy muy agradecida por tus intenciones.

-Me avergüenzo tanto de las cosas que han dicho. Y es peor, porque reconozco su veneno en las palabras que yo mismo llegué a decir. Pero estoy decidido a casarme contigo.

-De ninguna manera. Si cumplen su palabra de desheredarte, seremos dos en la indigencia...

-No. Seremos tres. Pero vamos, no hay que ser fatalistas, ¿de acuerdo? No he jugado mi última carta aún.

-¿De qué hablas?

-Hoy descubrí algo... Mira este periódico, página quince.

Candy desdobló el enorme legajo de papel para descubrir su propio rostro mirándola.

-¡¿Qué es esto?!

-El tío abuelo está buscándote. El viejo... quiero decir, el jefe del clan, se interesa mucho en ti. Recuerdo cuánto se quejó Eliza de que te concedió el mejor dormitorio en el colegio... creo que sigue muy encariñado contigo. Si pedimos su protección, estoy seguro de que nos ayudará... aunque sea solo por ti.

Candy sonrió al descubrir que el tío William la buscaba. Incluso había estampado su propio nombre para que no quedaran dudas de ello. Cómo había logrado ganar el cariño tan desmedido por parte del patriarca, era algo que todavía no conseguía entender.

-Yo... no esperaba volver a contactarlo en estas circunstancias -murmuró ella.

-Y yo, menos. Pero nunca le he pedido nada. Además, supe que ayudó a Archie cuando sus padres le prohibieron casarse con Annie. El tío abuelo logró calmar los ánimos y aseguró el compromiso de tu amiga.

-¿En serio? ¿Él hizo eso?

Candy recordó la última carta enviada al añoso sr. Ardlay, en la que pedía su apoyo para Archie y Annie. Saber que había logrado convencerlo, le llenó el corazón de ternura y esperanza.

-¿Lo ves, Candy? No todo está perdido. Espera aquí que voy a llamar a su despacho.

o + o + o

-¡Eso no puede ser, eso no puede ser! -exclamó Albert llevándose las manos a la cabeza, desesperado, con los ojos desorbitados. De un momento a otro, su expresión enloquecida cambió por completo, pasando del pasmo a una sonrisa incrédula, mientras decía-. Pues claro que no puede ser... Georges, ¿no te das cuenta? El hijo que Candy espera ¡¡¡es mío!!!

Albert se le fue encima a Georges con un abrazo tan entusiasta que casi lo derriba.

-La hemos encontrado, Georges, ¡hemos encontrado a Candy! -gritaba Albert entre lágrimas de felicidad-. Vamos ahora mismo a buscar a Neil.

Georges apenas pudo reaccionar para correr detrás de Albert, que volaba a través de los pasillos y las escaleras gracias a sus largas piernas. Solo le dio alcance hasta que se detuvo junto al auto y daba voces para que abrieran la cochera. Con gran esfuerzo, logró decir:

-No, William, no puedes ir al volante... ni tú ni yo estamos en condiciones de conducir.

Albert tomó asiento en la parte trasera del auto, mientras Georges daba señas al chofer de que se apresurara para llevarlos a casa de los Lagan.

Mientras tanto, una nueva conferencia tenía lugar entre Elroy, el sr. y la sra. Lagan, Neil y Candy. En esta ocasión, los ánimos estaban más atemperados.

Candy permanecía silenciosa mientras se discutía su destino. El corazón le pesaba terriblemente. En el fondo, lejanamente, alcanzaba a escuchar cómo la tía Elroy hablaba con frialdad sobre su dote, y la conveniencia de efectuar la boda fuera de la ciudad, de asegurar una larga luna de miel para que a la vuelta de los recién casados, la sociedad de Chicago hubiera asimilado la noticia.

Candy solo podía pensar en Albert, en que esta boda cerraría toda posibilidad a un reencuentro. Con gran dolor censuró sus propios pensamientos, ¿cómo podía pensar en reunirse con un hombre casado que jamás podría ser suyo verdaderamente? ¿Cómo, si había faltado a todas las leyes por no saber esperar a que él recobrara la memoria? Si no fuera porque ella misma había visto la foto de bodas, se negaría a creerlo. Su desgracia parecía la trama de una novela barata.

La voz aguda de Sarah la devolvió al presente. Esa mujer que, tan solo unas horas antes, la había insultado de todas las maneras posibles, ahora hacía planes con la imaginaria fortuna de Candy. Todo el honor de Sarah era de oropel, y se descascaraba con el mínimo rasguño.

Algo dentro de Candy se negó a seguir con la farsa. No podía imaginar compartir el lecho con Neil, cuando pertenecía en cuerpo y alma a Albert.

Aun si nunca podría volver a sus brazos, su amor por Albert pesaba mucho más que la deshonra.

La vergüenza de confesar sus faltas a la srita. Pony y a la hermana Lane ya no le pareció tan enorme, comparada con la vergüenza de vender su alma por guardar las apariencias.

Candy se puso de pie bruscamente.

-No puedo, no puedo -dijo con voz entrecortada.

Los otros cuatro se giraron para mirarla, sin alcanzar a comprender.

Neil iba a decir algo, pero lo interrumpió un vocerío que se escuchó escaleras abajo, seguido de fuertes pisadas que subían con gran estrépito por la escalinata de mármol.

Un mozo asomó la cabeza por la puerta.

-Señor Lagan, no hemos podido detenerlo -dijo el muchacho, sin aliento-. Es un hombre que dice llamarse William Ardlay.

-¡Ay, Dios mío!- fue lo único que pudo decir la tía Elroy, antes de caer sobre su asiento.

Sarah no alcanzó a preguntar qué sucedía, cuando un hombre alto y rubio atravesó la puerta con aire decidido. Ni se detuvo a mirar a nadie más, fue directo hasta donde estaba Candy para estrecharla en brazos.

-¡Albert! -dijo ella en total conmoción, incapaz de creer que lo tenía delante.

-¿Tú quién eres! -chilló Neil, tomando por el codo a Albert. Tuvo que tironearlo muy fuerte para que el rubio notara su presencia.

-Soy William Ardlay. Si no me crees, pregúntaselo a ella -contestó él, señalando con la cabeza hacia Elroy.

La tía solo lagrimeaba en su pañuelo sin atreverse a levantar la cara.

Neil, aunque le costaba creerlo, entendió que era la verdad y dio un paso atrás.

-Lo siento, Neil -continuó Albert-. No puedo consentir que te cases con Candy, porque... ella es mi esposa y el hijo que espera... es mío.

Candy, con un aturdimiento extremo, se desvaneció en los brazos de Albert.


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