Capítulo 16

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En este fic tengo que hacer un "disclaimer" jajaja. Ya saben que me encantan los fics rosas, pero en esta ocasión quise ponerle más drama y eso se consigue cuando los personajes toman malas decisiones. Les adelanto que los personajes seguirán metiendo la pata antes de que la situación se componga...

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En vano habían buscado a Candy toda la noche y parte del día siguiente. Después de eso, Albert se había negado a volver a la mansión de Lakewood y fue Georges quien debió telefonear a la tía, que estaba hecha un manojo de nervios.

-Tu tía te suplica que reconsideres tu estancia en estas oficinas y que vuelvas a Lakewood para recuperarte del todo.

Albert, sentado frente a su escritorio de ébano pulido, con la cabeza entre las manos, contestó:

-No pondré un pie en esa casa hasta que pueda entrar del brazo de mi esposa.

Georges suspiró, resignado.

-Lo sé. Estaba obligado a transmitir el mensaje.

Albert levantó la cabeza y miró en dirección de Georges, que seguía de pie frente a él tras haber colgado el teléfono.

-Y... antes de que toques el tema, he decidido que tampoco me presentaré como cabeza de los Ardlay hasta que esa condición se cumpla.

-Pero...

-¿Tú crees que podré aguantar la presión de toda la familia en el estado en el que me encuentro? Si he vivido en las sombras tanto tiempo, ¿qué más da? Por supuesto que me haré cargo de todos los asuntos pendientes, como había hecho hasta mi partida a África, de eso no te preocupes.

Repentinamente, Albert se puso de pie y fue hasta un armario al otro lado del despacho. Abrió una de las puertecillas superiores y sacó una caja de metal de tamaño considerable. Se trataba de la caja donde guardaba las cartas de Candy.

Cuando Georges adivinó su propósito, intentó disuadirlo.

-¿Crees que es buen momento para eso?

-Esto es lo más cerca que puedo estar de ella en este instante.

En la caja estaban algunas cartas sin abrir, todas aquellas recibidas después de la partida de Albert a África.

-Casi siempre, las cartas dirigidas a mí venían acompañadas de otra para ti -dijo Georges- y no me he atrevido a abrirlas.

Albert se sentó en el lujoso sofá de cuero con la caja de cartas sobre las piernas y abrió con delicadeza la más reciente, en la que se leía:

"Querido Tío William:

Hace tanto que no le escribo una carta. La única excusa que puedo dar es que no quiero agobiarle con asuntos cotidianos sin importancia.

Ahora escribo porque tengo algo importante que decir. Se trata de la felicidad de su sobrino Archibald. Debe saber que desde su estancia en Londres, y aun antes, Archie creó un lazo fuerte con Annie Brighton, una amistad que se convirtió en amor y que ahora debiera convertirse en felicidad conyugal.

Por mi amistad tan estrecha con Archie y Annie, he conocido una noticia que amerita consideración. Ellos se aman y desean con fervor unirse en matrimonio. Esto habla muy bien de su sobrino Archie, de la madurez que ha alcanzado en sus anhelos, precisamente gracias a Annie.

Si aún no ha llegado a sus oídos la noticia, me extrañaría muchísimo, pues Archie ha intentado sin éxito comunicarle en persona su intención de desposar a Annie.

Mi carta no sería tan urgente si no fuera porque los padres de Archie se oponen, al igual que la tía Elroy.

Nos manda la fe honrar los deseos de nuestros mayores, eso nadie lo discute. El motivo de su oposición, sin embargo, es mezquino y carente de razones. Por favor, perdóneme si mis palabras son muy duras, no pretendo saber más que los señores Cornwell, pero me duele hondamente que la objeción se deba a algo de lo que Annie no tiene culpa alguna, algo en lo que ella y yo somos iguales. El motivo... es que ella fue adoptada, que no se conoce quiénes le dieron la vida.

Esa es la razón por la que Archie ha buscado desesperadamente reunirse con usted. Seguramente, al conocer la compasión y la generosidad con que usted me ha tratado a mí, huérfana como Annie, él espera contar con su apoyo, para cumplir como hombre la palabra empeñada por amor.

Yo lo sé, usted me ha querido pese a mi origen. Aunque tantos se opusieron a mi adhesión a la familia, y seguramente se quejaron muchas veces de mí, tío William, usted nunca me abandonó. Ni siquiera cuando me rebelé contra el nombre que con tanta generosidad me concedió y me aparté de la familia para buscar mi camino.

Por todas sus acciones, por las palabras que a través de Georges me ha regalado, estoy segura de que quiere mi felicidad. Sí, ya he encontrado mi felicidad.

Ahora que lo pienso, debo explicarme mejor. Quizá a destiempo, quiero comunicarle que me he casado.

Elegí por esposo a un hombre que lo sabe todo de mí, a quien conozco desde hace mucho tiempo y al que me une el más dulce amor. No tema usted por mi elección, pues se trata de un hombre honrado y bueno que, a pesar de los fatídicos golpes de la vida, levanta dignamente la cabeza y sigue adelante. No espero sino que se alegre por mí, querido tío.

Sin embargo, no es de mi boda de la que pretendía hablarle. Me atrevo a rogar su respaldo para Archie y Annie porque ahora sé con certeza que la felicidad es compartir la vida con el ser amado.

Deseando que goce de buena salud, se despide

Con cariño,

Candy."

En ese momento, Albert se quebró.

Lloró con la misma desesperación que un niño perdido en medio del bosque, porque así se sentía. Ni siquiera se había repuesto de la impresión de recobrar la memoria, ni de los golpes al caer por las escaleras, cuando había recibido el golpe más duro con la partida de Candy.

Georges lo dejó hacer. Ni siquiera habría sabido cómo intervenir. Esperó en silencio, hasta que Albert quedó tendido en el sofá, mirando al infinito, como muerto en vida.

-William, creo que es hora de que descanses un poco.

-Me quedaré aquí otro rato.

-No hay razón para que te tortures de esta manera -objetó Georges, con una voz más dura de la que solía utilizar.

-¿No lo entiendes? Yo era feliz, completamente feliz, por primera vez en mi vida. Tenía problemas pequeños y sueños muy simples, al alcance de mi mano. Ahora todas las mansiones y cuentas bancarias me pesan hasta casi aplastarme. Lo dejaría todo, renunciaría hasta a mi nombre con tal de volver a ser Albert White a lado de ella.

-Yo entiendo muy bien el dolor del que hablas, también sé lo que es separarse de la persona que más amas, y eso no es ningún secreto para ti. La gran diferencia es que lo tuyo tiene solución. William, me desespera ver que te das por vencido, eso no puedo permitirlo. No pararemos hasta dar con ella, ¿me oyes? Pero necesito que te levantes, que salgas de ese pozo de dolor en el que te has metido. Yo no puedo sacarte, solo tú puedes hacerlo.

Albert alzó la vista. Las fuertes palabras de Georges lograron hacerlo reaccionar.

-Tienes razón. Lamentarme día tras día sería inútil. No sé por dónde comenzar, pero voy a encontrarla.

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