La casa frente al cafetal

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Camino descalzo en el suelo frio. Veo mi reflejo en el espejo del baño, reviso mis ojeras, estiro mi piel hacía arriba, recojo mi cabello, lavo mi rostro y me veo a los ojos. Me digo: es otro día más.

Lo espero. Hago mis ejercicios de vocalización, canto mi resentimiento, mis tristezas, mis alegrías, canto su ida, canto que lo necesito, canto que lo extraño, canto que lo espero.

Tiño mi cabello rubio, pues a él le gusta así, como las americanas rubias, tontas y salvajes.

Convino mi ropa, busco nuevas ideas, encontrar mi estilo, hacer que le guste.

Reproduzco mi música alternativa en el tocadiscos y bailo por todas las habitaciones de su casa (nadie se mueve con la música depresiva de la forma en que yo lo hago).

Porque yo, he optado por una personalidad depresiva para soportar su estilo de vida. Lo espero día y noche. Mis amigos dicen: no te rindas, él vale la pena, su amor es real. Entonces lo espero.

Veo a los árboles desde la ventana; se mueven, pero siempre están en el mismo lugar, al igual que yo. Viven para darle sombra, para que se acueste cuando esté cansado. Por eso soy su mejor amigo, porque los entiendo y ellos me entienden a mí.

Me acuesto en la cama; en sábanas de seda. Rezo por que esté bien, pido por verlo pronto, poder abrazarlo y contemplarlo. Pido para escucharlo de nuevo.

Estoy de su lado, él a veces piensa que no, por eso ha dejado de venir. Yo le he dicho que hay amores pasajeros, pero que un amor como el que siento por él, solo se acaba con la muerte.

Él le dijo a sus amigos que me amaba y que estaría conmigo para siempre, pero nunca me lo dice a mí. Lo entiendo, es un hombre ocupado, lo sé, ayuda a muchas personas, es casi un héroe, es mi héroe, incluso si me hace esperar.

Pues los chicos como yo sobrevivimos de mentiras y las convertimos en nuestra realidad. Es difícil tener esperanza al ver que el correo está vacío, pero la tenemos, y entonces esperamos.

Mis labios quedan rojos por morderlos, son ansias por su llegada. Me toco a mi mismo y luego lloro un poco, después vuelvo a preguntarme si vale la pena esperar.

Me como una tarta de frambuesas y me tomo un café en la terraza. Veo al sol desaparecer detrás de los volcanes. El frio me invade de inmediato, recuerdo que estoy solo. Bajo y camino por los pasillos que alguna vez recorrimos juntos.

Recuerdo todas las cosas que solíamos hacer, fantasmas que merodearan por la eternidad.

Ya han pasado meses, y me pregunto si debo darme por vencido, digo, en esperarlo, porque nunca lo podría dejar de amar.

Y vuelven a ser las dos de la mañana. Me invaden los pensamientos sobre las cosas que pude haber hecho mal.

Soy terco, soy testarudo, soy caprichoso. Quizá no debí decirle lo que no quería escuchar. Quizá debí comportarme, no debí gritarle que no lo necesitaba, no debí decirle mentiroso, no debí decirle que nunca podría ser feliz.

Entonces dan las tres de la mañana, y ni los rubíes, ni las esmeraldas tienen sentido. Vuelvo a enviarle una carta diciéndole que cada día lo intento por él.

Él no regresa, y yo... camino descalzo en el suelo frio, pongo mi música alternativa, veo mi rostro mojado en el espejo, y un millón de veces más digo: lo espero.

La casa frente al cafetal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora