Catacumbas de París

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Escuché el sonido de las campanas ineluctables, fueron las más ruidosas en mi cabeza, anunciaban la media noche.

No debía, pero salí a buscarte, el taxi me dejó ahí, en aquel hotel de mala muerte.

Frenesí, subí con frenesí a tu habitación.

Estúpido de mi parte, pensar que encontraría algo distinto, pero todo seguía igual: la radio encendida, la ropa sucia en el suelo, platos de comida sin terminar y vino derramado sobre la mesa.

Era la misma ventana abierta, la vista a la torre Eiffel, la vista al París que recordaba.

Pero no estabas, y solo entonces me pregunté: ¿qué venía a hacer?

Impulsos agotadores.

Así que caminé de vuelta en la madrugada, y en busca de un hogar, dibujé tu recuerdo en un desconocido.

A esa persona sin rostro, le entregué mi cuerpo solo para hallarte en la pasión que desborda al tener sexo.

Mi caja de Pandora, mi maldito círculo inquebrantable.

Mis heridas volvían a abrirse, dejarme llevar no parecía una opción, era parar de flotar en un inmenso mar de angustias.

Regresaba a lo mismo de siempre. Sabía que cada vez que me permitía soltar la cuerda que mantenía prendido el bombillo, el averno me tragaba un poco más por dentro.

No había hacia dónde ir, pese a tener las voces de los muertos susurrando en mi oído, todos me decían: es por aquí, es por allá, pero era nadar en un montón de disparates sin sentido.

Y no podía contemplar la calamidad desde las profundidades.

He visto las penumbras de un cuerpo sin alma y pienso que eso es peor que miles de pesadillas.

Y es que cuando dije que ya no sentía nada por nadie, aún sentía algo por ti, chéri.

Así que buscaba algo nuevo en el nombre de la perseverancia. Bueno, eso era maquillar mis moretones con un tinte de mentiras, pero al menos lo intentaba.

Días después subí la torre Eiffel con mis amigas, estando a 276 metros sobre París pensé que podía olvidarte, pero llevaba puesta la boina que me habías regalado.

Al llegar a la cima una mezcla de satisfacción y vacío me inundaron, pensé:

"Aquí arriba es impresionante, la ciudad se ve muy hermosa, pero eso es todo..."

Vi algunas de las calles que recorrimos juntos, nos evoqué en ellas tomados de las manos e incluso me pregunté si en ese momento estabas en tu ventana.

En un instante, en el cual el viento sopló, estuvo por llevarse mi boina. El lugar se encontraba rodeado de malla, ni siquiera se podía escapar, y aun así, me aferré a ella como si mi vida dependiera de ello. Y me di cuenta de que era yo el que se anclaba a la idea de un nosotros.

París seguía igual si yo estaba o no.

Y por semanas no encontré el sentido de la viveza del hoy, ni del mañana, era una abulia, justo como sería la vida de un inmortal.

Dejé que todo fluyera, tal cual hubiera deseado que ocurriera, cuando pasé el río Sena, que a mi parecer era un símbolo negro que se me había ilustrado.

Desistí de bailar con diablos que me recordaran a ti en las discotecas.

Dejé de llevarte flores rojas al cementerio de nuestro amor.

Ya no conservo la boina que me regalaste, y desde entonces el sonido de las campanas dejó de ser ruido en mi cabeza.

Adieu mon ami.

***
Quiero agradecerle a Camil Ricci por haber escrito esto conmigo.

Si pueden pasen por su perfil.

MariaCamilaCarvajalS

La casa frente al cafetal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora