5 de febrero de 1973

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Querida Luisita.

Siento tanta energía en el pecho después de la tarde de ayer, que necesitaba expresarme contigo de esta forma. Ni siquiera he salido a desayunar, necesitaba sentarme a liberar mis sensaciones e intercambiarlas contigo.

¿No te sientes como si pesaras menos que una pluma, Luisita?

Ayer corrimos, gritamos y sonreímos tanto, que por primera vez, aunque realmente estemos lejos de eso, me sentí totalmente libre. Como si volara por encima de todos los grises que nos acabaron persiguiendo. Da igual que intenten doblegarnos, da igual que para unas leyes ellos sean el poder. Somos fuertes y no vamos a dejar de serlo porque esta lucha es imparable.

También me asusté en algún momento, no puedo negarlo. El instante en el que tuvimos que escondernos las dos detrás de los contenedores de aquel callejón lo recuerdo con mucho miedo. Me temblaban tanto las piernas que tuve que sentarme en el suelo mientras apretaba fuerte tu mano. Me diste toda la paz que necesitaba en aquel momento de tensión, Luisita. Se me pasaron por la cabeza miles de situaciones. Creía que nos pillaban y se acababa todo, pero tú tienes ese poder de tranquilizar y sosegar a quien tienes cerca, y eso es algo increíble.

Por eso te doy las gracias. Por mantener la calma en momentos duros y por ser la más valiente cuando tocaba serlo. Me empujas todo el tiempo a seguirte y sé que es lo mejor que podría hacer, porque eres un ejemplo para la lucha que tenemos las mujeres y sé que contigo a mi lado todo va a ir bien.

Cuando nos separamos para volver a casa también me asusté mucho. Necesitaba saber de alguna forma que habías llegado bien, y por suerte justo cuando yo aparecía en la plaza de los frutos, tu abuelo cerraba el bar. Me dijo que llevabas ya unos diez minutos en casa y conseguí sonreír tranquila. Espero que te hiciera llegar una de las rosas que aún conservaba. Tú te la merecías más que yo, aunque, es cierto, que llegar con una flor a casa me facilitó las cosas al contar que había tenido una cita con un chico.

Hoy más que nunca siento que necesitamos un objetivo para darle sentido a nuestras vidas, Luisita ¿no crees?

Parece que por ser mujeres de clase alta no podemos pensar, ni tener aspiraciones, ni inquietudes, ni leer, ni aprender más de la cuenta. Pero me niego. Me niego a pasarme la vida esperando a que mi padre me case con un niño rico y después dedicarme a contentar a mi marido como única obligación en la vida. Me niego, yo no he nacido para eso y no voy a pasar por ahí. Yo voy a luchar todo lo que me dejen y a dejar un buen mensaje para las generaciones que vengan detrás.

¿Sabes? Me encanta poder intercambiar contigo de esta forma unas palabras como rutina. Es liberador y me ensancha el alma poder hacerlo, porque me doy cuenta que no se le puede poner rejas a nada. Mi padre puede intentar separarnos como quiera, que siempre encontraré una forma de llegar hasta ti y hasta todo lo que me hace bien.

Un abrazo fuerte, amiga.

Te quiere, Amelia.


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Hola!!

Lo primero, muchas gracias por leer.

Quería aclarar en esta carta que el hecho de la manifestación es algo totalmente ficticio y que, como ya sabéis, no ocurrió en la realidad en aquella época. Vimos interesante verlas envueltas en ese contexto y por eso está inventado.

Gracias de nuevo. 

POSDATAS || LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora