6 de abril de 2021

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Recuerdo que cuando las cosas me empezaron a ir bien en París y estaba económicamente tranquila, lo primero que hice fue buscar la que ha sido mi casa tantos años. En ella hicimos una pequeña celebración para inaugurarla e invité a Miguel, Gonzalo y un par de amigos más.

Yo seguía inmersa en una tristeza infinita porque no hacía ni una semana que me había encontrado con Luisita en mi propia cafetería. Aquel encuentro tan extraño y tan de película... en fin, la cosa es que mis amigos, preocupados, me miraron a la hora de irse de aquella fiesta y me hablaron muy serios.

Amelia, ahora que tienes un negocio que te va tan bien, tienes que aprovechar y hacer cosas que te hagan feliz. Piénsalo ¿Qué te gustaría hacer?
De repente a mí me vino una luz a la mente al mismo tiempo que una sonrisa.
— Voy a ir al teatro todas las semanas. Sé que eso me hará feliz aunque sea un ratito...

Y así lo hice. No perdonaba ni un solo viernes mi asistencia a cualquier espectáculo que visitaba la ciudad. Algunas veces incluso repetía, cuando la obra o el musical me gustaba especialmente y estaba en cartel más de una semana. Y lo cierto que es algo que dejé de hacer desde que Amelia se vino a vivir a París. Pensé que sería más práctico ahorrar por si ella necesitaba cualquier cosa y no gastar con esa facilidad. Yo ya había vivido mucho y visto mucho teatro, me sentía agradecida por poder hacerlo, la verdad.

Y aunque es evidente que voy perdiendo memoria, de momento recuerdo con total claridad las sensaciones que me atravesaban después de cada obra.

Para volver a casa desde el teatro Olympia (dónde se celebraban la mayoría de los espectáculos) pasaba por un puente bastante largo donde me cruzaba con cientos de parejas que iban de la mano volviendo de sus paseos de viernes.

A veces la felicidad que te dejaba el teatro se mezclaba con la nostalgia de querer compartir ese camino de vuelta con alguien que te calentara las manos en los noviembres secos mientras debatíamos sobre lo que habíamos vivido en las butacas. Pero el teatro también puede hacerte mucho daño y a veces esa vuelta a casa era fatídica. Dolor y nostalgia. Era inevitable que la soledad, el frío y las ganas de romper el nudo en la garganta hablando con alguien, me quebraran aún más cuando me cruzaba con una de esas parejas acarameladas ¿Por qué yo no?
Y fueron infinitas las veces que habría dado la vida por tener a Luisita a mi lado en esos momentos en los que la obra te martillea con un mensaje de realidad como la muerte, la traición, el desamor o la injusticia. También porque me acompañara en las obras más divertidas y reírme con ella hasta la saciedad. Habría dado la vida porque me calentara las manos y también el corazón. Y cada viernes imaginaba alguna escena imposible por aquel puente. Junto a ella, cogidas de la mano y caminando como si no fuese una aberración ver a dos mujeres en esa tesitura.

Y hoy parece que de tanto imaginarlo la vida me lo convirtió en una realidad. Delante del espejo me miraba algo demacrada, pero feliz porque el camino de vuelta del teatro esta vez no sería triste. Esta vez me darían igual las demás parejas y solo me preocuparía porque ella no tuviera las manos frías. Ir al teatro con Luisita era un sueño y un regalo que me estaba haciendo la vida, quizás un poco tarde, pero tenía claro que lo iba a aprovechar a lo grande.

— Pero bueno tía... qué guapa estás.
— Anda ya, exagerada, si este vestido está ya muy viejo...
— Yo no hablo del vestido — Contestó mi sobrina sujetando mi barbilla y levantándome el rostro.
— ¿Entonces? ¿Me he maquillado demasiado? — Pregunté nerviosa.
— Que no... — Ella sonrió. — Estás feliz y tienes una sonrisa preciosa, ningún outfit supera eso.
— ¿Ningún qué?
— Da igual, qué disfrutes mucho.
— Espero que esta cabeza mía me deje hacerlo.
— Tú tranquila, piensa que con Luisita estás segura pase lo que pase.
— Eso es verdad — Sonreí y suspiré. — ¿Al final viene tu Luisi a recogerme?
— Sí, va a ir a por su abuela y luego nos recoge a las dos. — Dijo poniendo un bolso grande en la puerta.
— ¿Os vais de viaje?
— No, eso te iba a decir. Nos vamos a un hotel a celebrar lo de mi trabajo. He querido invitarla yo por una vez, así que esta noche te quedas aquí sola. Ni que decir tiene que si necesitas lo que sea me llames, da igual la hora y ni se te ocurra pensar en no llamar para no molestar ¿me oyes?
— Sí, tranquila.
— Bueno, igualmente llamaré yo esta noche a ver si has llegado bien del teatro.
— Como quieras. — Acaricié su espalda. — Amelia...
— Dime.
— Te prometo que el lunes busco billetes para volver al pueblo. No quiero que tengáis que iros a un hotel para tener intimidad. Ya me he aprovechado de ti bastante...
— Tía... No me voy a un hotel para tener intimidad. Yo aquí la tengo, tu eres muy prudente y nunca nos hemos sentido incomodas contigo. Además, Luisita tiene su casa sola. Deja de decir tonterías porque no te estás aprovechando de mí, yo estoy feliz de que estés en mi casa y de hecho no quiero que te vuelvas al pueblo, eso es algo que tenemos que hablar.
— Pero... — Me quedé pensativa. — ¿A los hoteles no se va para tener intimidad? Estoy muy vieja porque no me entero de nada...

POSDATAS || LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora