Capítulo 34

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Abraham podía ver con claridad cómo los cuerpos de los Beldaedrodarks se destruían una tras otro sin parar, reduciéndose a cenizas que se esparcían en el aire y desaparecían.

Pero era como tratar de exterminar una colonia de hormigas con sólo el calor del sol a través de una lupa, pues no importaba cuanto se esforzara, las sombras seguían uniéndose una y otra vez.

¿Cuándo acabarían por fin? Supuso que no llegaría a descubrirlo antes de caer desmayado.

Sus ojos pesaron y sus extremidades se volvieron de piedra, la adrenalina se esfumó de su organismo y lo último que supo era que el suelo estaba muy cerca de su rostro.

La oscuridad de la inconsciencia lo envolvió y se dejó arrastrar por ella.

¿Habría hecho un buen trabajo? ¿A cuántos Beldaedrodarks había eliminado? Esperaba que a muchos y que al menos ese esfuerzo hubiera valido la pena.

¿Habría sido lo suficiente como para dejar de sentir culpa por las muertes que cargaba en su espalda? Deseaba que sus acciones bastaran para hacerlo sentir mejor.

Deseaba que para cuando despertara ya todo estuviera en orden.

Parpadeó varias veces, alejando el humo negro que bloqueaba sus sentidos, observó que ya no se encontraba en el desierto junto a todo un ejército de Beldaedrodarks, sino que ahora se hallaba a la mitad de un hermoso prado de flores.

Podía oler el aire fresco y el cielo sobre su cabeza era azul. Abraham supo de inmediato que no había despertado, pero que eso tampoco era un sueño.

Todo se sentía igual que cuando había conocido al hombre con cabeza de delfín.

Esto lo alivió en cierto modo y se tomó la libertad de dejarse caer en el suave césped que lo ofrecía un cálido asiento.

De entre las altas hierbas apareció una pequeña ardilla, aunque su mirada era inquisitiva y demasiado inteligente para tratarse de un simple roedor, por lo que supuso que se trataba del ser que tenía la habilidad de transformarse en múltiples criaturas.

La ardilla pronto dejó de serlo y se convirtió rápidamente en una llama, creció con una velocidad anormal, su hocico se alargó y su pelo se extendió de lado a lado como si fuera un juguete de play-do. Abraham ya no se desconcertó al ver el abrupto cambio, incluso podía decir que lo estaba esperando.

La llama, con un pelaje dorado como el oro y grandes ojos curiosos, le observó detenidamente por unos largos minutos que parecieron nunca acabar.

—Parece que casi llegas al final de tu travesía —dijo el animal con lentitud, su mirada estaba al nivel de la suya, así que Abraham no tenía problemas en determinar las emociones que cruzaban a través de ella.

Él asintió con la cabeza, cruzándose de brazos y clavando su vista en el suelo.

—Si estoy aquí es porque he muerto de nuevo, ¿no es verdad? —contestó en su lugar, comenzando a acostumbrarse a esa idea.

—Así es, sin embargo, no tardaré en enviarte de vuelta, a pesar de que casi finalizas tu aventura, aún no has acabado del todo con tu misión y hay un par de cosas que tienes el deber de hacer.

—¿Hablas de plantar las Semillas Madre?

—Estás en lo correcto, pero hay otros asuntos que debo hablar contigo.

—¿Cuáles?

Los ojos de la llama parecieron demostrar ligera compasión que rozaba casi con la lástima, lo que hizo que Abraham se cuestionara qué tan grave era la situación.

Árbol Del Juicio [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora