Tras la derrota del Emperador Palpatine en Exegol, la galaxia se ha sumido en una tensa paz. La Resistencia intenta recuperar el control y restaurar la República en una galaxia cada vez más asustada por un porvenir incierto.
La Primera Orden aún no...
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Ben jamás pensó que echaría de menos el vacío del firmamento. Los senderos blancos y sus puertas. Pero seguramente aquello era mejor que ese desierto. Literalmente un desierto. Una enorme extensión de arena que se extendía en todas direcciones y en el que se había quedado varado cuando la puerta por la que había entrado desapareció tras él, arrojándolo sobre la arena fría con un quejido sordo. En ese momento había sido un alivio comprobar que esa cosa alada no podría seguirlo hasta allí, pero ahora era posible que apreciara la compañía.
Ben sacudió la cabeza, casi avergonzado por pensar de esa forma, quejándose como un niño pequeño cuando Rey había soportado esa vida durante años. Él no llevaba tanto tiempo deambulando por ese desierto maldita sea, pero ciertamente se sentía como una eternidad. Tenía frío. Un viento gélido le calaba los huesos y borraba las pisadas que dejaba. Tenía arena en las botas que se hundían con cada paso lastimoso, debajo de la ropa, en el pelo, en la boca. Pero no era tanto la incomodidad y el cansancio como la soledad. La soledad que pinchaba como lanzas de hielo en los pulmones, más punzante ahora sin las voces ni las puertas a las que se había acostumbrado. Era como un castigo, uno por haberse atrevido a pensar que antes sabía lo que era la soledad, ahora ese lugar se lo iba enseñar, como si tuviera voluntad, le iba a mostrar lo que era el temer la posibilidad de no volver a escuchar otra voz humana.
En otros tiempos ese miedo lo habría paralizado, habría nublado su mente con una negrura infinita, pero eso se había terminado. No podía permitirse el hundirse otra vez en sus propios pensamientos. No cuando Rey estaba allí.
No tenía ni idea de cómo era posible, o qué había hecho Rey, pero sabía que era cierto. La forma en la que el vínculo había reaccionado de repente, el como había crecido y fortalecido, llenando todos los huecos fríos que guardaba en su corazón con luz y poder. El como había anclado su mente de la vorágine de sus recuerdos, en el aquí y el ahora. Se sentía más concentrado, menos aturdido. Hasta podía respirar mejor, sin tanta opresión en el pecho. Las nubes se habían abierto, y ahora podía ver por fin el sol.
Pero por mucho que la cercanía de Rey hiciera que una energía poderosa le recorriera el cuerpo, más lo hacía la preocupante pregunta que no podía quitarse de la cabeza. ¿Qué hacía allí? Acaso había... como él... ¿muerto? No, eso no era posible. Lo habría sentido. Si algo le hubiese pasado a Rey lo habría sabido al instante. No solo por el vínculo en la Fuerza, sino por algo más profundo, algo que echaba raíces en la base del corazón y crecía por sus venas y nervios. No estaba seguro de querer ponerle nombre a esa certeza, a esa seguridad de que podría sentirla daba igual donde estuviera. Solo... lo sabría.
Tal vez la habían empujado allí, o se había perdido. No se le ocurría ninguna otra razón por la que ella pudiera estar allí. A no ser... pero eso no era posible. Intentó extinguir la chispa de esperanza que se encendió testaruda en su interior, arrojando una tímida luz, como una vela en la tormenta. "No ha venido por ti, olvídalo", pensó severo. No era justo esperar algo así de ella, y tampoco lo era para él.