Capítulo 14

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Con el paso de las horas, cada paso se había convertido en algo mecánico. Apoyar ambos pies, sujetarse con una mano, inclinarse y guiarse con la otra hasta el siguiente punto. Saltar. El proceso tan repetitivo que las acciones y el tiempo habían empezado a mezclarse entre sí, confundiéndose hasta que un pequeño resbalón lo sacó del trance en el que casi había entrado, un estallido de adrenalina sacudiendo su cuerpo.


Con un gruñido, Ben aseguró pies y manos en las vigas de metal del armazón por el que había estado trepando. La pausa hizo que de alguna forma el cansancio que había mantenido a raya le alcanzara. A pesar de que se había estado sosteniendo en la Fuerza, sentía los brazos y las piernas cargadas, y una pequeña capa de sudor hacía que la camiseta se le pegara a la espalda. Allí colgado, como un mono-lagarto kowakiano de las ramas de los árboles, se permitió un momento para ver hasta donde había llegado. Fue una mala idea.


Al mirar hacia abajo no vio el fondo. El hueco del turboascensor se extendía cientos de metros, un pasillo vertical que no iba en línea recta como debería, sino que se retorcía y giraba de formas extrañas hasta que era engullido por la oscuridad. Si se hubiese escurrido del todo, habría sido una buena caída. De forma instintiva volvió la vista a sus propios pies y manos, como queriendo asegurarse de que esta vez si estaba bien agarrado, comprobando que había pasado para que hubiese estado a punto de caer. Lo vio enseguida.


El metal estaba mojado, y no solo por el sudor de sus dedos. El ambiente había cambiado y ahora estaba cargado de humedad, muy lejos de la sequedad del desierto. La arena que se colaba por cada grieta del pozo se había transformado en gotas de condensación suspendidas entre los cables sueltos, que centelleaban antes de caer al vacío. El aire olía a óxido y a ozono, y el agua que impregnaba el aire le dejaba un regusto salado en la boca. Había escalado dejando el desierto atrás, y ahora se acercaba al mar.


Alzó la cabeza. El hueco continuaba ascendiendo unos metros más, y se cerraba de repente en un amasijo de hierros entrelazados. Entre ellos se veía el destello del agua escurriéndose entre las vigas, y se escuchaba el silbido de una corriente de aire nuevo y frío. Pero lo más importante, era el resplandor de una luz ámbar, que pintaba de amarillo los bordes de una grieta que se abría al cielo, lo bastante grande para que él pudiera pasar. Por fin.


Con energías renovadas, volvió a llamar a la Fuerza y saltó, saltó apartando cables y salientes de metal, hasta que sus dedos se engancharon en la apertura, y a la salida de aquel túnel.


Lo primero que pensó al salir de la brecha, fue que aún no había terminado, que seguía atrapado. Impulsándose solo con los brazos, subió y se arrastró por el suelo de un pasillo con el mismo aspecto quejumbroso que el hueco que acababa de dejar. Un rectángulo de paredes grises manchadas de humedad, cruzadas por todas partes por miles de cables y de vigas metálicas que iban de un lado a otro sin ningún orden aparente. La luz que le había guiado al final no era más que unos paneles luminosos incrustados a los lados, que arrojaban sobre él una luz enfermiza, apenas suficiente para no tropezarse con la basura que tenía delante.

Y temblarán las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora