Capítulo 08

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Tres años habían pasado, y sin embargo por un instante fue como si no hubiese sido así, como si el viaje que ahora iba a emprender fuera el mismo de entonces. Las mismas coordenadas parpadeando en la pantalla del navegador, la misma sensación de estar asomándose a un abismo sin saber si habría algo debajo. Hace tres años, conseguir aquellas coordenadas la había llevado a una carrera contra reloj, en un intento de llegar hasta el escondite del Emperador antes de que este liberara sus hordas contra la galaxia. Tanto tiempo intentando no pensar en todo lo que había ocurrido esos días y ahora, era como si volviera a revivirlo.


El viaje por el hiperespacio estaba resultando insoportablemente largo y breve al mismo tiempo. El navegador había hecho lo que podía trazando un camino que recorría casi por completo la Espina Comercial Corelliana, junto con un pequeño salto en las Regiones Desconocidas, justo en la entrada de la tormenta energética que daba acceso a Exegol, si es que no se había movido de sitio desde la última vez. En principio Rey había estado de acuerdo, sin duda era la ruta más segura para atravesar la galaxia casi de punta a punta, pero tal vez podría haberse ahorrado casi un día de viaje si hubiese buscado entre otras menos convencionales, como las que usaban los contrabandistas y que acostumbraba a consultar en la base de datos del Halcón, cuando aún era suyo.


Ya era tarde para eso. Rey estaba sentada en el asiento del piloto del Grifo, iluminada solo por la tonalidad azulada del hiperespacio, su mirada fija en el punto donde confluía el túnel de luz, como si ya estuviera contemplando su destino. Detrás quedaba Nakadia, la Alianza y la batalla en ciernes que pronto iba a engullir a sus amigos. Con el corazón encogido, deseó con todas sus fuerzas que no la odiaran cuando descubrieran que se había ido. Había sentido una gran alegría al verlos a todos de nuevo, y había intentado atesorar cada encuentro, la calidez en la mirada de sus amigos antes de que su marcha la ensombreciera. Al menos tenía la seguridad de que Finn no le guardaría rencor. El recuerdo de su abrazo aún la hacía sonreír con afecto, por el cariño que había sentido, y la carga que de alguna forma se había liberado de sus hombros. Se sentía más ligera, más decidida, porque en el momento en el que Finn se había enfrentado a su determinación, había decidido apoyarla, aunque no la entendiera. Siempre le iba a estar agradecida por eso. Esperaba que los demás pudieran perdonarla.


De alguna manera, también esperaba que su ausencia los hiciera tomarse las cosas con más calma, en lugar de ir en busca del enemigo de esa forma tan a la desesperada, sin escuchar a aquellos a los que se suponía tenían que proteger. Aunque no lo creía probable. Desde que había puesto un pie en Nakadia, la había rodeado una energía roja, una que se sentía como tentáculos helados acariciándole la piel, emanando de cada uno de sus amigos. Pudo percibir sus emociones como un vaho más sofocante que el calor húmedo del planeta, más empalagoso que el olor de los campos en flor, algo que se le quedó en la garganta incluso horas después de haber abandonado el sistema. El odio, el rencor, el miedo, el deseo de venganza que podía sentir como si fueran propias, enturbiando su reencuentro. Reconoció el lado oscuro en ellos, con una intensidad que había crecido en los últimos años.

Y temblarán las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora