Cuando tenía siete, creí haber movido un lápiz con mi mente.
Había oído una historia sobre un hombre que se había enseñado a sí mismo como ver a través de objetos para poder hacer trampa en un juego de cartas. La idea era que, si alcanzaba un estado de total concentración y atención, podía hacer cosas con su mente que los humanos normales son incapaces de hacer, como levitar, caminar sobre carbones y mover objetos. Todas las cuales él aprendió a hacer. La primera cosa que intentó, sin embargo, fue mirar fijamente un objeto por horas para moverlo.
Así que, una tarde, vacié mi escritorio y coloqué un lápiz mecánico rosa, con estampado de conejos, sobre la superficie plana e impoluta.
Cerré la puerta y todas las cortinas de mi habitación, envolviéndola en oscuridad mientras el sol comenzaba a bajar. Me senté en mi escritorio y miré fijamente al lápiz, deseando que se moviera.
Lo mire y mire, sentí que pasaron horas. Cuando mi padre golpeó mi puerta chillé:
—¡Necesito privacidad! —sin quitar mis ojos del lápiz. Él murmuró desde el otro lado de la puerta, pero eventualmente se alejó.
Cuando llegó la hora de la cena, golpeó nuevamente la puerta y dijo que necesitaba comer.
—¡Pausa a la privacidad! —gritó.
Mi boca se encontraba (y yo) hambriento, pero mantuve mis ojos fijos en los conejos del estampado de ese lápiz y le pedí a mi padre que dejara la comida en la puerta.
En lugar, abrió la puerta y metió la cabeza en el cuarto.
—¿Tae? —llamó.
—Appa, estoy intentando hacer algo muy importante aquí —dije.
Un padre normal, probablemente, habría exigido una explicación de su hijo de siete años. Habría mostrado, aunque fuera un poco de curiosidad de por qué podría haberme atrincherado en mi habitación observando un lápiz por horas.
Pero este era mi padre. Y su hijo era yo, así que se encogió de hombros y fue a prepararme una bandeja de pescado, arroz y sopa de rábano, la cual cargo hasta el escritorio, con cuidado de no perturbar al lápiz.
Olí la comida y me sentí débil, pero no podía dejar que mis ojos se separaran del lápiz.
—Um, ¿Appa..?
Sin mediar palabra, mi padre recogió un poco de arroz, lo sumergió en la sopa y trajo la cuchara a mi boca. Lo comí de un bocado. A continuación, tomó los palillos y me dio un poco del pescado, el cual mordisqueé. Me alcanzó un vaso de agua a los labios y yo tomé agradecido.
Cuando hube terminado casi toda la comida, mi padre me palmeo la espalda y se retiró con la bandeja en mano. Antes de cerrar la puerta dijo:
—No te quedes hasta muy tarde.
Recargado y con mi cerebro sintiéndose más fuerte que nunca, continúe mirando fijamente el lápiz.
Y qué pasó? Bueno, juraría por mi vida, hasta este mismo día, que esto es lo que sucedió: el lápiz se movió. Fue un movimiento de lo más mínimo, probablemente nadie más que yo lo habría notado, pero en el segundo en que vi ese lápiz rosa rodar levemente en mi dirección, para luego detenerse, chillé. Salté fuera de mi silla y tiré de mi cabello, sin poder creerlo. Corrí en círculos e hice un baile. Y luego me tiré de cara, a la cama y me dormí.
Intenté el truco con otros objetos, una goma que olía a frutilla, un adorno decorativo para tortas con la forma de una bailarina y un piñón. Pero no hubo caso. A pesar de eso, años después, aun creía que podía mover cosas con mi mente. Secretamente, sabía que existía en esta especial y pequeña esfera donde cosas mágicas podían suceder. Cosas que no les suceden a los humanos normales, sino a un grupo selecto de personas excepcionales.
Esta creencia infantil en mi poderoso cerebro se desvaneció con el tiempo. No es que hubiese dejado de creerlo, o me hubiera sumergido en la frialdad de la fría y dura verdad de cuan careciente de magia era la vida real. Simplemente salí de esa etapa de mi vida.
Pero nunca perdí la creencia de que podías hacer algo, por mero empeño, si creías inquebrantablemente. Si mantienes tus ojos en la recompensa. Y haciendo eso, no había nada que no pudieras controlar sobre tu propia vida.
Esta era una herramienta loca y poderosa para tener a tu disposición cuando eres un niño de siete años que acaba de perder a su madre. Mis memorias del tiempo justo antes de la muerte de madre se han vuelto confusas, pero siempre contaban con una versión de mi padre que solo existía en ese tiempo. Una sombra de sí mismo, alguien que me arropaba, me hacía la cena y me daba la misma cantidad de atención. Pero cuando creía que yo no miraba, se convertía en alguien que pasaba horas sentado en la oscuridad. Alguien que regaba los geranios de mi madre a las tres de la mañana. Alguien que mantenía su despertador a las seis de la mañana, aun cuando no tenía que levantarse por al menos una hora más. Alguien que observaba un recipiente vacío por cinco minutos, todas las mañanas, esperando por el clásico verter simultáneo de cereal y leche que hacía mi madre. Ella siempre lo hacía de manera tal que los cereales y la leche terminaran de llenar el recipiente exactamente al mismo tiempo.
Luego, un día, escuché a mi tía hablando en susurros con mi tío en nuestra cocina.
—El tiempo curará todas las heridas.
Así que decidí acelerar el proceso.
Rompí el reloj despertador de mi padre y le mostré los pedazos, con mis ojos llenos de lágrimas. Le tomó semanas reemplazarlo, y, cuando lo hizo, lo tenía programado a las siete de la mañana. Cada mañana me aseguraba de que su cereal estuviera listo antes de que se pudiera sentar y observar el recipiente. Y mientras él comía, yo regaba los geranios.
Así, mi viejo padre volvió. Colocó los anillos de bodas de mamá en un pequeño plato de porcelana y desempolvó cuidadosamente todas las fotos de ella en la casa. Y lo superamos. Las sombras debajo de los ojos de mi padre se desvanecieron y los geranios florecieron, trepando la puerta del garaje.
Tiempo, al carajo. Kim Taehyung cura todas las heridas.
Solo se necesita un plan, hacer algo. Así es como convencí a mi padre de que me dejara criar gansos en nuestro patio trasero, como salvé de que cierren la biblioteca de la escuela, como superé el miedo a las alturas saltando en bungee en mi cumpleaños número dieciséis (escapándoseme solo un poco de pis), y como me convertí en el número uno de mi clase, año tras año. Creía, y aún creo, que los sueños se construyen ladrillo a ladrillo. Que se puede lograr cualquier cosa si se persiste.
Incluso enamorarse.
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My kdrama style love story (кσσкν)
RomantizmNO HAY NADA QUE NO PUEDAS LOGRAR SI SIGUES UN PLAN. INCLUSO ENAMORARTE. Cuando Taehyung conoce a Jungkook decide que ha llegado la hora de dejar atrás su mala racha en el amor y, para conquistarlo, se vale de su mayor talento: la organización. Roban...