• Día 11

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Steve

Me acerqué a Tony por la espalda y pasé mis manos por su cintura, acariciando suavemente su piel.

Había quedado perdido en sus pensamientos mientras miraba por la puerta de la cabaña. Teníamos frente a nosotros unas espectaculares vistas a la naturaleza. Podíamos ver desde nuestra cama un precioso lago, rodeado de vegetación con una pequeña cascada a varios metros de aquí desde donde nos llegaba su débil sonido al caer.

Acabábamos de volver de dar una vuelta por los senderos y Tony ni siquiera me había esperado para ducharse. Decía que tanto olor a naturaleza no era para él. No aguantaba ni el olor de su propio sudor cuando se ponía de mal humor.

Ahora que ya estábamos limpios y relajados llegaba otra noche para nosotros. Era la última, por lo que tendríamos que disfrutarla al máximo.

Tony pasó sus manos sobre las mías, reclinando su cuerpo sobre mi hombro.

– Me encanta cuando venimos aquí –susurró realmente bajo.

– Lo sé, te siento mucho más relajado.

Se dio la vuelta para encararme y acarició mis mejillas con una sonrisa.

– Estar entre tus brazos hace que no vea los problemas. Siempre has causado eso en mí, desde el primer día.

Se apoyó contra mi pecho, dejando su barbilla clavada entre mis pectorales, para alzar la mirada hacia la mía.

Cuando se ponía tan cursi y cariñoso me llenaba el corazón. Sentía como si fuera a estallarme el pecho de tanta felicidad.

– Pues no salgas jamás de mis brazos –respondí.

– Eso nunca.

Amplió su sonrisa, estrechándose más contra mi pecho mientras dejaba varios besos en él.

Enseguida dejó claras sus intenciones cuando su boca fue hacia un lado, en busca de mi pezón. Se me escapó un leve gemido involuntario. Era nuestra última oportunidad de tener una buena noche sin restricciones.

Bajé mis manos por su cuerpo, acariciando su piel a mí pasó, hasta su trasero dónde apreté delicadamente a la vez que empujaba su cuerpo al mío. Alzó la vista levantando una ceja con picardía, y de un rápido movimiento tiró de la toalla que tenía en mi cintura para dejarme completamente desnudo.

Con tan solo ese gesto me excitó.

– Me encanta que siempre estés tan dispuesto –dijo con un ronroneo.

Era imposible no estarlo si era con él.

Me empujó hasta la cama y me lanzó sobre ella. Se me escapó una risa con su prisa de llevarnos a la cama, pero mi risa se hizo más fuerte cuando comenzó a tararear mientras bailaba para quitarse el bóxer. Movió sus caderas tirando de la goma de la cintura y fue bajando despacio a la vez que daba una vuelta y me dejaba una bonita vista de su trasero moviéndose de un lado a otro.

– Mmm... Me está entrando hambre –ronroneé.

Bajó su bóxer hasta los pies y lo dejó colgando en uno de sus tobillos dándole vueltas para después lanzármelo a mí. Lo atrapé antes de que me cayera en la cara, sin poder dejar de reír.

– Hubiera sido un gran stripper –bromeó acercándose, todavía moviendo las caderas como si hubiera música.

– ¿Y qué te lo impidió? –Continué su broma.

– Tu maldita ternura que me enamoró –murmuró subiendo a horcajadas sobre mí.

Me salió una gran sonrisa, mientras mis manos iban a su cintura para atraerle más.

SUPERDADS - Día A DíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora