Capítulo 16.

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"𝑰𝒎𝒑𝒐𝒕𝒆𝒏𝒄𝒊𝒂.''  



Alrededor de las 10:00 pm, Atenea estacionó el auto fuera de mi casa. Solo me giré para darle un abrazo y las gracias por sacarme del hospital, y por llevarme con ella a buscar a Levy. Me respondió el abrazo, un poco más fuerte que el mío, y me dijo que al día siguiente iría con unas amigas de ella a continuar la búsqueda por otros alrededores del Research. Solamente pude asentir con la cabeza y sonreír.

Baje del auto lo más rápido que pude y entré a la casa. Hace mucho que no se miraba todo tan oscuro, tan apagado, tan triste, sin sonidos, sin felicidad, sin Levy. Traté de controlar las lágrimas, pero solas salieron a encontrarse con mis mejillas. Subí corriendo las escaleras con dirección a mi habitación. No quería que mis papás me vieran y me quisieran regañar por salirme así como si nada del hospital. Aunque, para esas alturas, ya deberían de saber.

No escuché nada de ruido en su cuarto –que era el último al final del pasillo en las habitaciones; la de Adriel era la primera, frente a la suya estaba la mía, al lado de la mía está la de Levy. Me adentré a mi habitación rápido y me recargué en la puerta después de cerrarla. Las lágrimas hicieron su aparición de nuevo. Era imposible retenerlas, no mientras me sintiera así de impotente.  

¿Alguna vez has sentido que todo el mundo se cae en pedazos?

¿Alguna vez has sentido que nunca le dijiste todo lo que querías decirle a una persona? Como cuanto la amabas, cuanto la extrañarías si algo le pasara, cuán importante y esencial es esa persona en tu vida.

¿Alguna vez te arrepentiste por no abrazarla más tiempo la última vez que lo hiciste?

¿Te has sentido impotente, inútil, molesto?

Las palabras que alguna vez nos dijeron en una clase se repetían en mi cabeza una y otra vez, recordándome como me sentía en aquellos momentos. Porque no sabía por dónde empezar a buscar a Levy. No sabía por dónde tenía que correr. No sabía con quién debía de ir para pedir ayuda. Solo quería a mi hermana de regreso. 

 Todo el mundo parecía estarla buscando, todo el mundo menos yo; su hermana mayor. La persona que le prometió, y se prometió a sí misma, protegerla de cualquier cosa.

Sabía que no siempre se tiene lo que se quiere.

Que no siempre podemos tener a las personas que queremos.

Que no siempre podemos proteger a todo el mundo de la maldad que existe.

Sabía perfectamente que no podría cuidar a Levy durante toda su vida, pero era mi deber. Le prometí cuidarla. Se lo prometí y después no sabía en dónde se encontraba, quién la tenía, por qué la tenía.

Tome un short de pijama, una sudadera grande y ropa interior limpia; necesitaba un baño. Aunque no quería tardar tanto, lo único que quería es que amaneciera para poder seguir buscando a mi hermana. Y, así fue, 15 minutos después estaba de nuevo en mi habitación, con una toalla enrollada en mi cabello. Me la quité y me acosté en la cama.

Ni siquiera tenía sueño, solo estaba cansada, tanto física como mentalmente. No podía eliminar la cara de Levy cuando abrió el regalo que le di en su cumpleaños –la cadenita con su inicial. No podía dejar de pensar en la felicidad que le dio que los tres tuviéramos lo mismo; su sonrisa, sus carcajadas, el brillo en los ojos al escuchar al abuelo contarle las mismas malditas historias sobre cuando era joven y se la pasaba en la playa. 

Liberandum ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora