Capítulo 49.

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''𝑹𝒆𝒊𝒏𝒂.''



Tuve varios días para procesar que tenía que dejar ir primero a Adriel, que no lo podría proteger de eso. Confié en Isaac cuando me dijo que no se separaría de él, que él protegería a Adriel como si fuera su propio hermano.

Lo malo era que también me preocupaba por Isaac. A pesar de que no tuve demasiado tiempo para convivir con él, me asustaba la idea de que algo pudiera pasarle en el barco y yo no pudiera hacer nada, que ni siquiera me enterara en el momento que fue herido.

Sacudí varias veces la cabeza para alejar los pensamientos, apreté entre las manos el collar con mi inicial, el que tenía junto con Adriel y Levy. Supe que no podía traer ropa de mi hermana, tanto al cuartel como a Florida. Me decidí a solo llevar el collar, así cuando la vea le mostraréía que siempre estuvo conmigo.

Frente a mí se encontraba el jardín de entrenamiento. Al parecer a los de Florida les gusta estar al aire libre mientras se partían el trasero entre ellos.

Era bonito, la vista era bonita, me recordaba un libro que había leído junto con Adriel hace años atrás, sobre un Chicago divido entre diferentes tipos de personalidades.

A mi alrededor solo habían edificios grandes de color gris. Parecía como si estuviera rodeada de oficinas de gobierno, aunque en realidad solo eran salas para entrenar y residencias para los agentes. La de nosotros estaba un poco más retirada que la de los demás, pero era la más cerca a la oficina de Morales, de la sala de juntas y de la sala de entrenamiento –donde pasé más tiempo en toda la semana en Florida que en mi propia habitación.

Pocas veces salí a entrenar con Addy al aire libre. Me ponía nerviosa que los agentes me miraran como si supieran a lo que venía, como si sintieran lastima por mí, aunque era estúpido. Estaba segura que ellos se habían enfrentado a la muerte más veces que yo, pero quizá ellos no se habían enfrentado a Jude.

Quizá Jude era más peligroso de lo que lo pintaba Matthew.

Matthew.

Matthew.

Matthew.

En realidad solo había tenido tiempo para pensar en el cabrón y en lo que me haría pasar en el barco, porque estaba segura que ser su puta privada iba a costarme mucho. No porque el tipo no fuera atractivo, en realidad Matthew tenía el físico que cualquier chica hormonal de 19 años quisiera tener en la cama; altura intimidante, ego a punto de tocar el cielo, confianza en sí mismo. Brazos tan fuertes que podrían cargarme sin algún esfuerzo y obviamente del tamaño de mi cara. Manos que cualquiera quisiera tener sobre su cuerpo...sobre todo su cuerpo. Piernas largas y tonificadas. Y ni hablar de su trasero, que podría ser un imán de solteras calientes por sí solo. Sonrisa y labios hechos por los mismos ángeles. La cara –Dios, su cara—, esa sin duda fue hecha por el mismo diablo. Todo él fue hecho por el diablo en persona, porque estaba hecho para pecar en su totalidad.

Todo él era un gran signo de PRECAUCIÓN y la que mandara al demonio la advertencia era una estúpida.

Matthew podía hacerme pedazos con un simple pestañeo si eso le parecía divertido. Lo que a mí me parecía divertido era que quisiera parecer un total hijo de perra siempre, cuando había visto en sus ojos todo el dolor por su hija que había arrastrado por tantos años. Cuando había visto su propio dolor cada vez que miraba a Adeline llorar por Cami.

Matthew no era el hijo de puta que todos miraban y no creía ser la única que había notado eso; ese cabrón de casi dos metros no era solo eso. Matthew Grigori tenía corazón, uno muy blando. Quizá muy en el fondo y quizá no lo demostrara seguido, pero el chico era sensible.

Liberandum ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora