17 ๑ omi coffee

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El dolor de cabeza de Kiyoomi iba y venía sin parar. La cafetería estaba llena esa tarde y sus clases de la mañana habían sido lo suficiente agotadoras como para ahora además tener que lidiar con un local repleto que se inundaba inevitablemente de los murmullos y conversaciones de los clientes. 

—¡Omi Omi!

Oh, ahí venía otra vez el dolor de cabeza. 

Cada vez que pasaba por un lado de la mesa donde Tsumu estaba esperando a recibir su orden, podía sentir como le palpitaba la sien con impaciencia. Estaba a nada de pedir un descanso para ingerir alguna aspirina, pues no sabía cuánto más podría soportar la migraña. 

Kiyoomi continuó dando vueltas un rato más por la cafetería entregando bebestibles o retirando platos usados hasta que al fin toda la clientela estuvo atendida y la campanilla de la entrada dejó de sonar para indicar que alguien nuevo había llegado. Sin embargo, en cuanto estuvo por ir a sentarse a la barra para tomar un receso mientras esperaba a que alguien pidiese su cuenta o entrara al local, no pudo evitar notar que Tsumu lo miraba relucientemente sin nada comestible aún frente a él. No pudiendo evitar su responsabilidad como empleado, tomó el camino contrario hacia la barra con Motoya detrás y se encaminó hasta el cliente rubio, sobre el cual no pudo evitar fijarse en que las raíces negruzcas de su color original eran ya demasiado visibles entre la tintura rubia. 

—¿Yamaka-san no te atendió? —preguntó, ya que aquello era lo que había visto de antemano.  

—Sí, lo hizo. 

Kiyoomi frunció el ceño. 

—¿Y aún no te lo han traído?

—No, ya está aquí. 

Esta vez el mesero se cruzó de brazos e inclinó la cabeza hacia un costado, visiblemente irritado y confundido. 

—¿Qué pediste? —insistió.

—A Omi-kun.

La expresión de Sakusa Kiyoomi se tornó en una de evidente asco, pero el rojo no pudo evitar llegar a sus orejas. ¿Cómo no iba a avergonzarse cuando era tratado con tal descaro? Realmente ese sujeto no tenía ni un poco de vergüenza. Demasiado sobrepasado, levantó la libreta donde tomaba las órdenes y estuvo a punto de lanzársela al chico.

—¡Kiyoomi! —interrumpió Motoya desde la caja, dándole una clara advertencia; no obstante, no podía ocultar la sonrisa en sus ojos ni sus labios temblorosos tentados a reír—. Ve a entregar esto —pidió, señalando una bandeja. Aun si un empleado merecía un sermón, su primo o sus tíos jamás se lo darían frente a un público.

Aunque le costó un poco, el nombrado recuperó la compostura y asintió. 

—Omi-kun —llamó Tsumu esta vez, impidiendo su escapada—. Aún no he ordenado. 

—¿Tu orden no fue...? —intentó preguntar, volteándose de regreso hacia el cliente. De todas formas, Mika ya se había apresurado a llevar ella misma lo indicado previamente por Motoya. 

—Ah, no, yo pedí ser atendido por Omi Omi. No te pedí para comer —explicó visiblemente divertido y en tono jocoso.

El lado bueno era que Kiyoomi no tendría que ver a un doctor para que le explicase porqué le dolía la cabeza. La causa de su cefalea estaba frente a él y tenía nombre y apellido, aunque ni siquiera sabía cuáles eran. 

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