VII

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1ro de enero, 1933

Su cuerpo arde en llamas, lo hice, lo logré, acabé con él, con el monstruo, o eso creo. Se retuerce y grita. Esta mañana escapé de la cocina de la clínica-psiquiátrica y robé un poco de petróleo y un pequeño encendedor. Aquí estamos, el débil y yo poderosa. Huelo el triunfo en el viento que acaricia los árboles del pequeño patio. Me río, carcajeo, me observan como loca, qué ironía, ellos si están locos. Yo no soy una demente, lo que veo es real, hoy estoy poniendo fin a diecisiete años de tortura, de acecho por este monstruo, ahora, cautivo del fuego. Susurran en mi oído, volteo y allí está.
-Volveré por ti Yeik y no vivirás para contarlo.

MENTIRAS, me río, carcajeo altamente. No puede, él no puede. Este es su fin, está débil y el mínimo roce con el fuego lo destruye, ¿Pueden acerase una idea de qué pasaría ahora que está completamente cubierto de ello?, respuesta fácil: Desaparecerá y su existencia no será más que un infame recuerdo de lo que todos piensan que es una pequeña crisis. Sus ojos amarillos me observan, hay rabia en ellos, llora azufre lo cual desprende un hedor desagradable como a podredumbre. Se retuerce una vez más en el suelo y finalmente veo como poco a poco su cuerpo se evapora en el viento. Todo listo, ya no más, LO MATÉ.

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