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—Es para ti— el señor Lee se dirigió a Minho un jueves por la mañana sin siquiera mirarle, refiriéndose a la carta que había encima de la mesa, el castaño la reconoció como la carta que no había cabido en el buzón el pasado miércoles. Alzó una ceja confundido, dejó de comer su desayuno para coger la carta en sus manos, fijándose en la dirección y sus ojos iluminándose ante esta.

—¿Es mamá?— su padre asintió secamente, el malestar presente en sus facciones, beber tanto le pasaba factura cada día más. Mientras, Minho sintió una calidez recorrer su pecho.

Su madre estaba en la cárcel desde dos años atrás por estafar ancianos; algo definitivamente despreciable; pero era lo único que tiraba de la destruida familia Lee, con un padre alcohólico y una madre desesperada que también estaba en camino de la adicción a las pastillas, no quedaban mucho más que medidas moralmente incorrectas. Aunque Minho sabía perfectamente que su madre no estaba arrepentida de sus delitos y de que nada más que saliese de prisión volvería a lo mismo, la quería igual. Era su madre al fin y al cabo. Aún así, sabía que esa mujer lo quería, o al menos los 10 euros que le llegaban de su parte de vez en cuando le hacían creer eso.

Su familia siempre fue disfuncional y despreocupada, cuando nació sus progenitores ya habían entrado a los vicios por lo cual para él la vida siempre fue así, nunca pasó mucho tiempo con sus padres pero si dijese que había tenido una infancia triste sería mentira. Puede que nunca hubiese visitado la playa o ido a Disney Land, pero pudo tener amigos en primaria, ir a jugar al parque los viernes por la tarde y comer tarta casera de vez en cuando, y eso para el castaño era más que suficiente. Los problemas venían aumentando escaladamente, con los años las adicciones de sus padres aumentaron, el dinero empezaba a faltar y no había trabajo debido a la crisis. Su padre cada día era más agresivo y su madre comenzaba a ignorarlo, obligando al pequeño Lee a convivir con la soledad y acostumbrarse a ella, quizás demasiado.

No fue hasta los 11 años que Minho se enteró de los trapos sucios de su madre, y de que comenzó a comprender su entorno, vivía en una familia disfuncional de esas que tanto veía en programas como Hermano mayor y tenía que aceptarlo y saber vivir con ello. La señora Lee entró en prisión después de un largo juicio que tardó un año en ser completado, recibiendo la mayor pena por estafa, tres años. A su padre le dio igual y siguió envenenándose a sí mismo como si no hubiese mañana, haciendo que el castaño tuviese que empezar a hacer casi todas las tareas de la casa y a soportar tratos bruscos. Los 10 euros que su tutora legal le mandaba de vez en cuando hacía que recordase que todavía hay alguien ahí fuera que se acuerda de él, ya que desde que su madre fue condenada, le quedó en claro que su padre nunca lo quiso realmente, o el alcohol le había echo olvidar como amar a su hijo.

Aunque Minho estuviese avergonzado de ser quien era y venir de donde venía, sabía que no podía escapar de sus raíces por más podridas que estén, menos si aún sabía perfectamente que a pesar de todo, amaba a sus padres.

Guardó los 10 euros en su bolsillo y metió un cucharón de cereales a la boca para que deshiciesen el nudo de su garganta.

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—El lunes examen— dijo la señora Yang nada más sonó el timbre, se escucharon quejidos por toda el aula pero la mayoría de gente ignoró a la mujer y salieron al recreo con su almuerzo en mano, menos algunos responsables que se quedaban a apuntar el examen en la agenda o al menos en la mano. Luego estaba Minho, que estaba entrando en pánico porque no tenía ni la más mínima idea de donde tenía el libro de historia, ni sabía como iba estudiar. Siendo sinceros, tampoco sabía como no le habían pillado sin llevar el libro por un mes, ni donde lo había metido, porque un mes sin encontrar un libro no era ni medio normal.

𝗱𝗲𝘀𝗽𝗶𝘀𝘁𝗮𝗱𝗼 ━ chanhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora