Capítulo 6 | Fragmentado | Nueva edición.

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"Admito que me consumió, me despedazó, me destrozó. Pero también admito que me hizo mirar hacia adelante y entender que todo en esta vida tiene un motivo. Y que, cuando has sufrido mucho, llega el día en el que todo empieza a doler menos"

Mario Benedetti.

Joaquín

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Joaquín.

Me gusta el orden, soy casi obsesivo con él. Creo que el origen de mi obsesión por el orden, proviene de mis primeros recuerdos, de los primeros años de mi vida. Mi padre fue soldado, mi madre es psicóloga, crecí en una familia que nunca fue normal, que era diferente y desde siempre nos dijeron que somos distintos.

No hay un solo recuerdo que tenga con mi padre, de nosotros juntos sentados en el sillón o tomando un helado. Desde que tengo memoria, él siempre fue antes un soldado que un padre. Con mi madre no es muy distinto, ella siempre salía muy temprano a trabajar, después de desayunar y llegaba muy tarde, a cenar. Siempre supe que había familias en una peor situación, así que nunca me quejé ni resistí el trabajo de mi madre o mi padre. Sin embargo, años después cuando pienso en ello, creo que si hay un dolor y un sentimiento de abandono en mi corazón.

Mi madre viajaba una vez al mes o incluso, más tiempo, a los lugares donde estaba mi padre. Nunca me llevó.

Creo que, si lo pienso, no tendría su rostro en mi memoria de no ser por las fotos que mi madre guardaba. Mi padre se encontraba muy lejos, siempre fue así, tan lejos que mi madre se resistía a llevarme con ella, por los viajes de días en buses, luego a pie o a caballo, hasta las partes más recónditas del país, en medio de una selva a la cual solo resistían los más dolientes hombres. Cuando fui mayor le pregunté a mi madre porque nunca me llevó con ella y ella me dijo que eran lugares muy recónditos y que la presencia de niños era sumamente peligrosa en áreas combatidas diariamente por grupos subversivos. Una vez me dijo que, incluso el que ella fuera, era sumamente peligroso.

Creo que nunca me quiso o su amor por mí, nunca fue tan grande. Crecí con ese sentimiento, con orgullo porque mi padre a diario combatiera la guerra, pero también con dolor y un sentimiento de insuficiencia, de no ser suficiente para que mi padre volviera a casa. Cuando mi hermana nació, mi padre no vino a su nacimiento, recuerdo sentir alivio por no ser el único afectado, pero luego sentí dolor por esa niña tan pequeña que me apretaba el dedo y que nunca conoció a nuestro padre, por lo menos, no de cerca. Él llamaba varios días a la semana, me decía que debía ser fuerte por mi hermana y por mi madre, sin embargo, un día dejó de llamar, tan de repente.

Facundo y yo pasamos mucho tiempo esperándolo, él se sentaba a mi lado y me decía que mi padre llamaría, pero el tiempo pasó y él se olvidó de mí. Crecí con ese sentimiento de desazón en mi corazón, preguntándome cuál sería su excusa para no estar en cada cumpleaños, si se trataría de uno de esos asuntos impostergables que no le habían permitido tomar vacaciones en años, quizás fuera la erradicación de un campo de coca, perseguir delincuentes, armar operativos o solo que él se olvidó de mí, de nosotros, de que éramos su familia.

Los prejuicios de Facundo | Serie Épicos IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora