Capítulo 2 | Mi Eterna Adicción | Nueva edición.

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"No hay hombre tan cobarde a quien el amor no haga valiente y trasforme en héroe."

Platón.

Joaquín

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Joaquín.

He visto muchas personas volverse adictas, algunas a los estupefacientes, otras a los medicamentos, incluso he visto y he conocido adictos a las personas, a sentirse queridos o a no estar solos. No me gusta pensar en mi como un adicto, considero que las acciones tienen consecuencias, así que, creciendo junto a una madre adicta a los antidepresivos para sentirse bien, completa, nunca me atreví a probar cosas nuevas ni apegarme a nada ni a nadie, solo él.

Desde que tengo uso de memoria, he estado junto a él. Cuando éramos niños, él era como mi hermano, porque era el hijo menor del mejor amigo de mi madre. Sin embargo, a medida que crecíamos no sé cómo o porque me empecé a volver adicto a él, a estar junto a él, a cuidarlo, a protegerlo. Éramos jóvenes, sentíamos la vida de una manera diferente, probábamos experiencias y de calada en calada quemábamos etapas de nuestra juventud, sin embargo, a medida que eso pasaba, yo me volvía adicto a él, a su presencia, a sus sonrisas, a sus ojos verdes, a su cabello rubio y sus bromas, a esa manera en que yo era perfecto para él y Facundo para mí. Creo que una de las razones por las cuales me enamoré de él, fue por su manera de ser o la simple razón de que siempre estuvimos juntos, pero él nunca me juzgó.

Para Facu siempre fui suficiente, nunca muy callado, organizado o demandante, siempre fui yo, mi verdadera esencia. La manera en que me enamoré de él fue presentándome tal como era, sin nada más y él me aceptó, de esa manera en que conoces a quien amas, le entregas tu corazón y lo acepta sin una sola complicación.

Sin embargo, ahora ya no somos unos jóvenes locos, somos adultos, o por lo menos yo lo soy y sé que lo que siento por él se siente tan bien, pero a la vez, es tan asfixiante. No me gusta pensar en mi como un adicto, ya lo he dicho, pero sin duda y a pesar de los años que me ha dado muchas caladas a su droga, puedo reconocer que soy adicto a él, a su esencia, a su pureza y a esa manera estúpida en que nunca resuelve nada en la vida, él solo aprende en la marcha y trata de las hacer cosas lo mejor que puede. Exactamente como ahora.

Miro a Facundo, de él a la niña y la vista me aterroriza. Yo, él organizado, perfeccionista y adicto al orden, Joaquín Ríos, tengo a una niña, mi hija, de cuatro años, en mi puerta, después de ser prácticamente abandonada por su déspota madre. ¿Cómo pasó todo esto? Emilia, mi hija, luce cansada, lleva el cabello rubio sucio, las puntas grasientas se le notan desde aquí. Me recuesto sobre la barra de la cocina y me pregunto quién llevara más días sin bañarse, si Facu o la niña. ¿Cómo ocurrió todo esto? ¿Qué está pasando por la cabeza de su madre? ¿Cómo detengo la explosión de pensamientos que andan sin control por mi cabeza?

Miro la carta y la vuelvo a leer, es lo único que su madre me ha dejado. No entiendo nada, no entiendo porque decidió dejarla, cuando nunca le ha faltado nada. A pesar, que ella y yo no tengamos una relación, yo siempre he velado por el bien de ambas. Pensé que quería a Emilia, a pesar de no haber sido planeada, a pesar de ser el fruto de una sola noche, de una estúpida aventura.

Los prejuicios de Facundo | Serie Épicos IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora