v. No quiero convertirme en una tragedia griega

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Alysa suspiró, mientras aminoraba el paso

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Alysa suspiró, mientras aminoraba el paso. Sabía que no podía retrasar aquella conversación por mucho tiempo, pero aún así le hubiera gustado. Poco a poco, giró sobre sí misma, encarando al hombre rubio que la había llamado.

— Apolo...— Alysa cruzó sus brazos por debajo de sus pechos, justo por encima del cordón que ceñía su vestido griego en la cintura—. ¿Qué necesitas?

— Creo que deberíamos hablar— el Dios del sol rascó su nuca con incomodidad, era extraño para él el aura que emitía la hija de Fobos, y siempre lo confundía—. Si fueras tan amable de seguirme, no desearía que las ninfas escuchasen conversaciones privadas.

Apolo y Alysa caminaron el completo silencio por aquella especie de campo que rodeaba los palacios, hasta llegar a uno blanco con bastantes detalles dorados.

La joven semidiosa se acercó al balcón, sentándose al borde de este, con los pies colgando hacia un campo de margaritas que adornaba el exterior inmediato del palacio.

— Tú lo sabías, ¿verdad?

Esa vez fue Alysa la que quiso romper el silencio. Aquella pregunta había estado rondando su mente desde que había escuchado la profecía, y tenía un presentimiento de cuál sería la respuesta.

— Siempre lo supe, las moiras lo predijeron hacía siglos y no dudaron en decírmelo. Supongo que era su forma de torturarme, sabiendo que pasaría mucho tiempo hasta que la persona destinada para mí apareciese.

Apolo caminó hacia la semidiosa, sentándose en la misma posición, aunque un poco alejado de ella.

— ¿Y no consideraste que merecía saber esa información? Es decir, no es como si saber que estás atada a alguien por toda la eternidad y que es el responsable de tu desgracia o salvación fuese importante— Alysa rodó los ojos, mientras descolgada su espada y la dejaba a un lado suyo.

— Quería decírtelo, de verdad, pero no podía. Tenías que averiguarlo por tu cuenta— el Dios del Sol estiró la palma, haciendo que rayos luminosos se posasen en ella y transformándolos en distintas figuras—. Aún así, siempre he intentado ayudarte en todo lo que pude, si no mira a Kyrios.

— ¿Kyrios era un regalo tuyo?— Alysa sacó su espada de la funda y observando el mango con detenimiento logró vislumbrar el símbolo de un sol—. Bueno, eso parece. Pero de todos modos, eso no me explica por qué me abandonaste.

Alysa levantó la vista, encarando al hombre, con un furor en los ojos digno de Ares en sus mejores batallas.

— Yo no quería Alysa, pero así tenía que ser. Se suponía que no podría intentar nada contigo hasta que supieses la profecía, y yo como un tonto, quedé totalmente prendado de ti y era incapaz de dejarte ir.

— ¿Entonces por qué lo hiciste si tanto me amabas?

— Porque las moiras me obligaron, tu padre me obligó,mi padre me obligó...— la luz en la mano de Apolo comenzó a desvanecerse poco a poco al perder la concentración—. Y siempre me arrepentí profundamente de haberlo hecho. Pero ahora tenemos una segunda oportunidad, y espero que puedas perdonarme.

— Si me lo hubieras dicho hace unas horas me hubiera negado rotundamente— Alysa suspiró—. Pero tú hermana vino a verme, ¿sabes?

— ¿Artie fue a hablar contigo?

— Si. Me dijo que creía que sería buena para ti y que no fuera tan dura contigo, que habías sufrido bastante— la morena desvió la vista de los ojos de Apolo hasta el cielo—. También me comentó que los dioses cuando amáis, amáis con todo vuestro ser, que sois posesivos y volátiles, lo que os lleva a ser peligrosos. Y aquí está mi pregunta Apolo, ¿si me quedo a tu lado seré feliz?

— No puedo prometerte que todos los días lo seas y puede que a veces quieras odiarme. Tú lo has dicho, los Dioses somos posesivos y volátiles, lo que lleva a que si te pierdo algún día...— el Dios se calló, aunque ambos sabían lo que significaba—. Aunque lo que sí puedo asegurarte es que nunca dejaría de quererte y serías mi prioridad.

Un silencio algo más cómodo se instaló entre ambos aquella vez, hasta que Alysa decidió levantarse y sacudir su túnica. El rubio desvió su mirada del cielo a la samidiosa con una mueca de esperanza en el rostro.

— Entonces, ¿me darás otra oportunidad?

— Aún no lo sé Apolo, tú mismo lo dijiste, sería peligroso lo que harías si yo no estuviera. Y todos sabemos que las vidas de los semidioses nunca son felices, y yo no quiero convertirme en una tragedia griega.

— ¿Y qué es lo que deseas?

Alysa recogió su espada y le sonrió brillantemente al dios, mientras le revolvía los cabellos, con algo de aquel cariño que alguna vez había tenido por él.

— Deseo convertirme en una leyenda...

Tras aquellas palabras, la semidiosa salió del lugar, dejando al Dios pensativo.

El camino de los héroes griegos era siempre una tragedia, y solo acababan siendo leyendas cuando morían. Pero él se encargaría de que Alysa Stein no tuviera que morir para convertirse en una.

 Pero él se encargaría de que Alysa Stein no tuviera que morir para convertirse en una

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𝗔𝗱𝗼𝗿𝗲 𝘆𝗼𝘂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora