xxvi. La Segunda Gigantomaquia

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Y los Dioses cargaron hacia la batalla con un halo dorado alumbrando su victoria

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Y los Dioses cargaron hacia la batalla con un halo dorado alumbrando su victoria...

Así solían empezar los cuentos de hadas, o aquellas canciones que cantaban las ninfas a los más jóvenes del Campamento. Pero aquello no era un cuento de hadas, ni una simple historia, era la cruda realidad, y nada era tan bueno como parecía.

Era cierto que su entrada había sido majestuosa, los cielos se habían abierto, y los dioses habían bajado montados en sus carros, con Niké anunciando su victoria. Sin embargo, los gigantes no deponieron sus armas y se rindieron al instante, nada era tan fácil.

— ¿Preparada?— Apolo le sonrió.

— Nací preparada.

Y Alysa saltó. Saltó desde un carro situado a varios metros sobre el suelo. Saltó desde una altura en la que podría haberse matado. Pero sabía que aquello no sucedería, ahora no. Ahora era una Diosa, y eso tenía sus privilegios.

— Stein, nos vendría bien un poco de ayuda.— comentó, Percy, empuñando a Anaklusmos.

— Yo también me alegro de verte, Jackson.— Alysa por su parte desenfundó su espada, midiendo el peso con sus manos— Vamos a comprobar si esto corta tan bien como Ares dijo.

Aquella espada había sido mandada forjar por Ares para su nieta, luego de que la ex semidiosa hubiese roto su katana en sus entrenamientos. No era de bronce celestial, ni de oro imperial, y, ni siquiera de hierro estigio. Su estructura estaba construida con un adamantio puro, con diseños estelares en la empuñadura.

La nueva Diosa partió a la carga, con su vestido estrellado ondeando a su paso. Era veloz, tal y como las estrellas fugaces lo eran en el firmamos, y fuerte tal y cómo lo había sido en su vida mortal. Era Asteria, la Diosa, y era Alysa, la mortal. Era una combinación poderosa de ambas, una combinación que no sa rendiría nunca.

— Nunca venceréis diosecillos...— la voz de Gea retumba en la montaña, habiéndose despertado.

— ¡Por el Olimpo, cállese señora!— Alysa dirigió el filo de su espada hacia el brazo del gigante que intentaba agarrar a Apolo, rebanándolo con un solo tajo— A mi chico no lo tocas bicho asqueroso.

Apolo sonrió como agradecimiento, pero pronto su mueca se tornó en una de furia, al notar como uno de los gigantes intentaba agarrar a Alysa en uno de sus momentos de distracción.

Una flecha salió disparada de su arco, para impactar en uno de los ojos del gigante, haciéndolo tambalearse.

— ¿Te encuentras bien, Lys?— preguntó el Dios, dejando su carro para acercarse a ella.

— Perfectamente.

Si perfectamente se consideraba estar manchada de sangre de gigante, si, estaba todo bien.

Ambos dioses se colocaron espalda contra espalda, defendiéndose a sí mismos de los ataques de loa gigantes y ayudando de vez en cuando a los semidioses.

Cada vez quedaban menos enemigos, las fuerzas de las divinidades y los semidioses estaban consiguiendo mermar al ejército de la madre Tierra, pero fue su unión la que logró acabar con el problema.

Alysa y Apolo juntaron sus fuerzas contra Oto, la que un día había sido mortal y la que siempre había sido divina, rematando al gigante a la vez.

—Por favor, para la próxima, inetenta que tus descendientes no causen tanto revuelo.— Alysa apoyó una de sus manos en la mejilla de Apolo, mientras sostenía su espada con la otra— No puedo aguantar otra guerra impulsada por el próximo Octaviam.

— Te prometo, Lys, que no tendrás que volver a vivir otra guerra.

Ambos sonrieron, juntando sus labios en un tierno beso mientras gigantes caían a su alrededor. En el fondo, sabían que no estaban solos, pero querían disfrutar de los pocos momentos de paz que les quedasen antes de que el caos se desatase.

Porque aquello no acababa allí, estaba claro. Gea se dirigía al Campamento Mestizo en busca de venganza y, el Rey de los Cielos, no dudaría en tomar represalias contra algún Dios.

Zeus necesitaba a alguien a quién culpar, y los Dioses temían ser las víctimas de su implacable ira. Ya habían tenido numerosas ocasiones para comprobar los terribles castigos de Zeus y no querían volver a experimentarlos.

Fue con la caída de Porfirión cuando todos se dieron cuenta de que la Segunda Guerra contra los Gigantes había terminado, y fue al mirar a Zeus cuando Alysa notó que uno de los dos iba a salir mal parado si ella no podía evitarlo.

El destino de Apolo estaba en sus manos y tendría que ser lo suficientemente astuta para moldearlo.

El destino de Apolo estaba en sus manos y tendría que ser lo suficientemente astuta para moldearlo

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𝗔𝗱𝗼𝗿𝗲 𝘆𝗼𝘂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora