x. Próximos viajes no tan asombrosos

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Nueva Roma era un paraíso, no había que negarlo, pero ver delante de tus ojos, todos los días, a los legionarios desfilando llegaba a cansar

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Nueva Roma era un paraíso, no había que negarlo, pero ver delante de tus ojos, todos los días, a los legionarios desfilando llegaba a cansar. Es decir, señores y señoras, estamos en el siglo XXI no en el 245 d.C.

Aún así, por mucho que Alysa criticara las tradiciones de los romanos, llevaba siempre puesta su corona de laurel y la Toga correspondiente a su labor de sacerdotisa. También portaba sus espadas gemelas, cruzadas, en las fundas que colgaban a sus espaldas.

Por lo que había averiguado, Percy Jackson no recordaba nada de su anterior vida, salvo a Annabeth. Y por mucho que le hubiera gustado desbaratar los planes de Hera, todo tenía que seguir su curso.

— Entonces, ¿todo bien por el Olimpo, Lysa?

Nico Di Angelo se encontraba a su lado. Ambos sentados en uno de los prados de la colina de los templos, bajo la luz del Sol.

— Lo normal, es como tratar con críos— un trueno retumbó por encima de sus cabezas, aunque la chica hizo caso omiso—. ¿Y a ti que tal te va la diplomacia?

— Igual que siempre, aunque no pasaré mucho tiempo aquí. Pensaba irme después de que se celebrasen los Juegos de Guerra.

— ¿Algo en especial?

— Quería ver si encontraba las puertas de la muerte. Tánatos está desaparecido, y cerrarlas es la única manera de evitar que los monstruos vuelvan del tártaro.

Alysa enfocó su mirada en el muchacho, cambiando su expresión serena a una mucho más seria.

— De ninguna manera bajarás allí abajo solo— Alysa cerró sus ojos y suspiró—. Iré contigo.

— Alysa, el Tártaro es un lugar muy peligroso.

— Más razón aún para que vaya contigo— la hija de Fobos se arrodilló frente a él—. Nico, tienes trece años, y por muy Rey de los Fantasmas que seas, eres demasiado joven. Le prometí a Bianca que cuidaría de ti, y eso pienso hacer. Y si me obligas a lanzarme al Tártaro de cabeza para seguirte, ten por hecho que lo haré.

— Lysa, pero allí se encuentra ella...

— Como si está la mismísima reina de Inglaterra. Además, va siendo hora que mi abuela y yo tengamos una charla sobre sus dotes maternales.

— No estará muy feliz de verte que digamos...

Alysa no contestó, volvía a tener la mirada perdida en el cielo, haciendo que Nico suspirara, dando por terminada la  conversación.

El hijo de Hades se levantó de la hierba, sacudiendo sus vaqueros negros y recolocando su espada de hierro estigio en su funda. Luego, volvió a mirar a la chica, que se había tumbado sobre el césped.

— Por lo menos deberías hablar con él— Alysa desvió su mirada al joven semidios—. Es decir, si desapareces sin dar mayor explicación se preocupará, y bien sabes que podría ser peligroso.

— Hablaré luego con Apolo, Nico, no te preocupes.

Alysa le hizo un amago con la mano al chico para que se retirara, dejándola a solas con sus pensamientos.

Sabía que iba a cometer la mayor estupidez de su vida, pues bajar al Tártaro era muy peligroso. Los Dioses no osaban adentrarse en aquel lugar por una razón, y ella no creía que fuera por su falta de decoración.

Además, según tenía entendido, su abuela vivía por allí, y encontrarse con ella no sería algo agradable. No después de que ella misma fuese la que asesinara a su madre, la hija de la Diosa.

Con suerte, todo saldría bien, y su abuela no acabaría ahogándola en veneno por su traición. O no le quemaría la piel de los brazos como su madre solía hacer cuando era pequeña...

Inconsciente, Alysa se pasó la mano por el brazo derecho, donde un trozo de piel sin cicatrices mostraba irregularidades.

Aquella había sido la vez que su madre más se había enfadado, y al agarrarla por el brazo, le había provocado quemaduras de tercer grado por culpa del ácido.

Aún así, los Dioses eran rencorosos y vengativo, y dudaba que su abuela la dejase marchar sin más. O, quizás intentase pagarlo con Nico si no conseguía alejarlo a tiempo.

"Una decisión determinará: vida o muerte serán las opciones que colisionan sin atender a razones."

Alysa cerró los ojos, mientras las palabras del Oráculo se manifestaron en su mente reiterativamente.

Sabía que aquel viaje probablemente sería sólo de ida, pero había personas por las que merecía la pena morir.

Sabía que aquel viaje probablemente sería sólo de ida, pero había personas por las que merecía la pena morir

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𝗔𝗱𝗼𝗿𝗲 𝘆𝗼𝘂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora