El azabache depositó un tierno beso en la mejilla de su esposa, ambos habían estado casados por cinco años y eran un matrimonio pleno que había decido tener un pequeño hijo, ahora mismo la mujer estaba con nueve meses de embarazo, en cualquier momento podría nacer el pequeño bebé que venía en camino, por lo que Oyakata-sama le había dado esos días libres al azabache hasta que naciera el bebé.
El hombre siempre estaba al tanto y a la expectativa de cualquier movimiento de la mujer, ya fuera facial o corporal, Yūzā se lo tomaba con gracia, aunque eso no evitaba que estuviera hecha un lio y tuviera tantos nervios como una madre primeriza podría tener.
La madre de la chica miró al chico fijamente y suspiró rendida, ambos padres primerizos eran un lio de nervios y cada respiración los delataba, incluso con la cara de pez muerto que tenía el esposo de su hija. Obviamente la mujer había llegado hasta ahí por la noticia del embarazo de su hija, si bien no aceptaba muy bien al azabache, comprendía muy bien el porque su hija se enamoró del joven que, a pesar de su -según ella- parálisis facial, seguía mostrándole mucho cariño con cada pequeña acción.
Yūzā miró como su madre rodaba los ojos con fastidio por su escena montada, no entendía que tenía su madre contra el pobre azabache, pero al menos lo aceptaba y respetaba como yerno. La cara de la mujer joven se volvió fea cuando sintió su fuente romperse, no era que haya sido doloroso, sino, que le daba una sensación de asco y escalofríos en saber que no podía para el líquido salir de su cuerpo, no le gustaba la sensación de sentir que no podía controlar sus líquidos, como si se estuviera orinando.
—Se rompió la fuente —habló la chica y el azabache rápidamente la cargó entre sus brazos y desapareció de la mirada de la madre la cual suspiró negando.
—Estos jóvenes, están demasiado alterados —negó la mujer tomándose el puente de la nariz y tomando las cosas que habían olvidado en la casa para después del parto, la ropa del bebé, las mantas, etc, etc.
La madre de Yūzā era bastante experimentada en los embarazos, no por nada había tenido siete hijos y los últimos ni los sintió por la costumbre, al principio estarás muy nerviosa y tendrás miedo, ¡Gran error! Contraes tus músculos innecesariamente, solo debes relajarte y pujar bien fuerte como si estuviera enojada con tu marido y tener esas horribles ganas de golpearlo mientras sonríe, eso había ayudado mucho a la mujer mayor.
Durante las horas que estuvieron en parto, el hombre se volvía cada vez más pálido con cada grito de su esposa, a pesar de seguir diciendo palabras dulces y alentadoras sin que su voz temblara, su rostro se iba haciendo más y más pálido hasta que se desmayó.
—Estos hombres no aguantan nada —bufó la madre de Yūzā y tomó al chico por la cintura para intentar cargarlo fuera de la habitación y que no estorbara, su marido también se había desmayado la primera vez.
Cuando nació el pequeño bebé, Giyu ya había despertado y ambos padres miraron al bebé con tanto amor que era empalagoso, Shinobu nunca creyó ver tantos sentimientos en el rostro de hielo del hombre, no sabía porque le dieron ganas de vomitar, la madre de la chica le acompañó y ambas empezaron a burlarse un poco del azabache para calmar sus propios nervios.
El tiempo pasó entre llantos y pañales sucios, ambos tenían grandes ojeras y sus expresiones eran agotadas, la madre cada vez que venía a verlos negaba al ver como eran su hija y su esposo, apenas ella llegaba ellos caían rendidos abrazados mientras dormían y el pequeño niño azabache de ojos grises tan grandes como dos pelotitas redondas le veía con emoción, sinceramente la abuela del chico se moría de ternura cada vez que el pequeño niño tiraba de su camisa para que jugaran o le leyera un libro.
Mientras más tiempo pasaba, más se acostumbraron los dos a tener un bebé y supieron sobre llevarlo hasta que su pequeño tuvo cinco años y les exigió un hermanito o hermanita, el pequeño se quejaba de que todos sus amigos tenían uno y él también lo quería, no por capricho, sino, porque quería tener a alguien con quien hacer travesuras, reír y jugar y no solo tener que quedarse aburrido en casa cuando llovía y su padre se iba a trabajar.
En un cambio de acontecimientos, en diez años más ya tenían tres hijos, increíblemente el chico de quince años era un hermano perfecto. El joven Tomioka era divertido, carismático, soñador, travieso, inteligente y fuerte, siempre con un gran sentido de sobreprotección a sus dos hermanitos menores.
Giyu se llevaba realmente bien con los niños, pero no tanto como lo hacía Yūzā la cual sin duda era la preferida de sus hijos.
Sin duda una madre siempre es le mejor que puedan ver sus hijos, aunque a veces los retaba tanto que se escondían detrás del padre, el cual tenía que amortiguar a la fiera de su esposa.
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One-short Kimetsu no Yaiba
أدب الهواة"Conozco amores que pueden definirse: un sueño entre dos. Uno duerme y otro sueña" Leopoldo Alas One-short de mi antiguo libro en la cuenta "Chimawaku"