3

1.4K 85 215
                                    

Isaac me miraba fijamente; sabía lo que intentaba hacer. Me estudiaba, tratando de conseguir que mis mentiras cayeran. Incluso nuestra postura al sentarnos, pararnos o caminar puede revelar mucho sobre nosotros, así que nos sentábamos "relajados" pero no encorvados, mostrando seguridad sin parecer que pertenecíamos a la milicia.

—Les quiero mostrar una pequeña colección de whisky— comentó Isaac con una sonrisa que juraría era falsa.

Nos levantamos de la mesa y lo seguimos a una gran sala. Aunque no nos miraba directamente, lo hacía de reojo.

—Firmes— dijo con voz demandante.

Mis compañeros y yo hicimos una cara de desentendidos, pero claramente sabíamos lo que intentaba. ¿Maldito estúpido, realmente creía que eso funcionaría con nosotros? Si supiera que nos entrenan para pasar desapercibidos...

—¿Entonces realmente no están en la milicia?

—No— respondí, cansado.

Isaac pareció pensar un momento y luego habló.

—Tomen asiento, por favor. Están en su casa. Disculpen que sea tan insistente por saber si son de la milicia, aunque me alegraría saberlo, claro. Insisto porque el gobierno siempre está vigilando a todos y eso es muy preocupante— trataba de excusar sus acciones para no parecer sospechoso, pero el explicarlo sin que yo preguntara era propio de un mentiroso tratando de encubrir sus engaños. — Me alegra tanto conocerte. Hanna es una gran mujer; me ayudó a criar a James después del fallecimiento de mi esposa.

Claro que sí, abandonar a tu propio hijo a los cinco años en un país desconocido después de maltratarlo te hace una gran mujer. Ella es la mejor de todas. Qué cómico que no dudó en cuidar al hijo de un empresario.

—Lamento la pérdida de su esposa.

Isaac agradeció con un ademán.

—Tengo una empresa algo reconocida de la que Hanna es mi actual socia. Creo que después de lo mucho que ha hecho ella por mí y por mi hijo, es lo mínimo que se merece— la miró con una sonrisa.

Hanna en serio sabe moverse con quien más le conviene.

—A lo que voy— Isaac tenía una mirada oscura, como un león mirando a sus presas—. Tú, casualmente, te quieres reconectar con tu madre después de dieciocho años justo cuando tu país está haciendo una investigación sobre mí. ¿Acaso quieren encontrar algo sobre mí?

—Como le dije en la cena, no tengo nada que ver con el gobierno, señor.

—Pero tus padres adoptivos sí— me mostró fotos de mis dos padres saliendo de la legislatura—. Y los de tu amigo Víctor también— mostró una foto del batallón en el que formaba parte su padre.

—Exactamente, nuestros padres. Nosotros nunca hemos formado parte de ningún batallón, y aunque lo fuéramos, ¿por qué México enviaría a personas jóvenes a buscar a un simple empresario?— El hecho de que lo llamara simple empresario lo enfureció; lo supe por cómo su postura se volvió rígida y su mandíbula se apretó.

—No me intentes mentir, niño. ¿Por qué hasta ahora intentaste reconectarte?

—Porque recién me enteré de que era adoptado— mentir se me da bien—. Ahorré lo suficiente para pagarme yo mismo el viaje y visitar a mi verdadera madre— llamarla madre me causaba asco.

Isaac chasqueó los dedos, aún mirándome, y un hombre en traje le dio una carpeta.

—"Joshua es el mejor en el escuadrón; se mueve como una pantera entre el campo, es casi invisible entre el bosque"— leyó—. Son las palabras exactas del coronel a cargo de ti y tus amiguitos. La cosa no cambia— cerró la carpeta.

Estaba que me llevaba la mierda hasta que recordé el plan B.

—¿Está seguro de que hablan sobre mí?

Isaac apretó la mandíbula y comenzó a buscar entre la carpeta. Pude saber que estaba en nuestro expediente al verlo apuñar las manos. ¡Eureka, mi salida!

—Joshua Antonio— dijo casi en un susurro al leer el documento.

Quería reírme en su cara, pero simplemente seguí relajado.

Se puso de pie y se marchó, seguido por Hanna y su hijo.

Ya en mi cuarto, con Víctor comenzamos a ver los documentos.

—Mierda— leí toda la porquería que hacían.

—Tienen movimientos por todos lados, desde Francia hasta Colombia. Trabajan con todo, desde trata de blancas hasta drogas, extorsiones, tráfico de armas— Víctor estaba más que asqueado, al igual que yo.

Las imágenes de sus víctimas eran horribles, pero nada que no ya hayamos visto. Después de un rato, se nos unió Arturo. Teníamos que planear fachadas para salir e informar a nuestros superiores.

Terminamos yendo a dormir alrededor de las tres de la madrugada.

A la mañana siguiente, mi puerta fue tocada. Miré el reloj: ocho de la mañana. Solté una queja y me levanté a regañadientes. Abrí la puerta y me encontré con James, con un suéter café liso y pantalones de vestir negros.

—¿Necesitas algo?— dije tallando mis ojos, tratando de quitar los rastros de sueño.

—El desayuno está listo. Creí que le gustaría saberlo, disculpa por despertarlo— su forma de hablar era demasiado formal, incluso para mí; no mostraba ni una expresión.

—Gracias, y no te preocupes por haberme despertado. Como quiera, ya me iba a levantar— le sonreí.

—Está bien— se dio la vuelta, aún inexpresivo, y se fue.

Vi cómo desaparecía de mi vista y entré a mi habitación. Me bañé y me puse algo cómodo. Salí y los chicos salieron al mismo tiempo que yo de sus habitaciones.

—Apenas íbamos a tu cuarto. ¿Tú a dónde ibas?

—A desayunar. ¿No les dijo James?

—No.

Bajamos en silencio. En la mesa estaba solo James, tomando una taza de café y mirando su iPad.

—Mi padre y Hanna se fueron a la oficina— nos informó sin despegar la mirada de su iPad.

Nos sentamos y el desayuno llegó: huevo y jugo de naranja.

Empezamos a comer. Los chicos y yo hablamos; James se mantenía ocupado sin prestarnos realmente atención.

—James, ¿sabes si hay taxis que vengan aquí?

Me miró sin expresión.

—No, pero si quieren salir, pueden decírselo a alguno de los choferes y los llevarán— regresó su mirada a sus ocupaciones.

CazadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora