8

665 54 67
                                    

La ducha ayudó... bueno, en realidad no, pero lo que cuenta es el intento. Quizás esos dos malditos tenían razón: la altura estaba afectando mi cerebro, el cambio de ciudad y toda esa mierda. Me puse solo una pijama mientras las horas pasaban, hasta que miré el reloj.

—¡Carajo!— Me levanté rápidamente de la cama.

Tomé del armario unos pantalones negros de vestir, una camisa de cuello alto y mangas largas también negra, y un abrigo gris. Después de cambiarme apresuradamente, me puse unos zapatos negros, tropezando en el proceso.

—Perfecto— Me miré al espejo y acomodé rápidamente mi cabello.

Salí de mi habitación y choqué con Víctor.

—¡Cuidado!— Me sonrió.

—Perdón, se me hizo algo tarde.

Comenzamos a bajar las escaleras.

—Veo que alguien mantiene su mente ocupada— Empujó mi brazo juguetonamente.

—Nadie mantiene mi mente ocupada.

Bajé rápidamente hasta la sala donde estaban Hanna junto a Isaac y Arturo, quienes, para mi sorpresa y la de Víctor, parecían tener una conversación muy entretenida. Aunque, para ser honesto, no me extrañaba viniendo de Arturo; suele ser un buen conversador. Para mi fortuna, noté que James no estaba presente.

—Hijo, te ves hermoso —dijo Hanna, sonriendo con entusiasmo—. Víctor, tú tampoco te quedas atrás.

—Gracias —dijimos al mismo tiempo.

—Qué interesante es tu amigo, es muy culto.

—A su lado soy un ignorante— Arturo sonrió.

Isaac le devolvió la sonrisa y le dio unas palmaditas en el hombro.

—Me halagas, hijo. Creo que tendremos una cena muy interesante.

—Ya lo creo— murmuré.

—Buenas noches, espero no haberlos hecho esperar demasiado.

Me giré al escuchar esa voz que aceleraba mis latidos. Incluso para mi metro setenta, resultaba muy alto. Juraría que mide más de metro noventa. Su vestimenta era completamente negra: un abrigo largo, un jersey de cuello alto ajustado al cuerpo, pantalones de corte formal ajustados y un cinturón con hebilla negra. En sus manos lucía un anillo negro en el dedo medio.

—¿Nos vamos? —La voz de Hanna me sacó de mi trance.

—Sí, se hará más tarde—dije, caminando y evitando chocar con James, intentando disimular mis miradas.

Nos dirigimos hacia el restaurante, un lugar muy alejado de la civilización a mi parecer, lujoso pero sin ser estruendoso.

—A nombre de la familia White—mencionó Hanna con una postura de superioridad.

—Síganme, por favor—dijo un mesero.

Nos guiaron hasta una mesa separada de las demás, junto a un gran ventanal que ofrecía una vista perfecta de la ciudad.

—Jhos, tu lugar es junto al ventanal. Reservé esta mesa precisamente para mostrarte la vista de la ciudad.

La sonrisa de Hanna me hizo sentir nervioso, como si algo no estuviera bien, pero ese pensamiento desapareció cuando James tomó asiento a mi lado. Comenzamos a cenar con una conversación muy amena; al parecer, Isaac no era tan rígido como parecía.

—Si me permiten, tengo que retocar mi maquillaje—dijo Hanna, levantándose.

Su caminata rápida me hizo sospechar que algo no andaba bien.

—Me alegra tanto convivir con ustedes. Realmente son personas muy cultas—Isaac hizo una mueca—. ¡Tírense al suelo ahora!

James me jaló hacia el suelo y un fuerte estruendo de vidrios cayendo se escuchó. Aunque estaba en medio de un tiroteo, mi atención se centraba en la cercanía del cuerpo de James con el mío. Sus brazos estaban a cada lado de mi cabeza, nuestras respiraciones chocando por la proximidad de nuestros rostros.

—Vámonos ahora—Isaac jaló a James.

James me tomó de la cintura, guiándome por el restaurante. Los disparos no cesaban. Salimos por la parte trasera.

—¡Hanna!—gritó Isaac.

Hanna estaba a punto de subir a uno de los autos y se detuvo, dándose la vuelta. Había sorpresa en su rostro, pero no de alivio, sino de desagrado.

—¡Oh, Dios, están vivos! Creí que—comenzó a tartamudear. Para mí, su falsedad era tan evidente.

—Vámonos antes de que haya más ataques—ordenó Isaac.

Al subir al auto, Isaac tomó a James del saco y comenzó a examinarlo.

—Estoy bien, padre. Ninguna bala me tocó—James tomó las manos de su padre.

Isaac asintió y nos miró.

—Estamos a salvo gracias a usted, le debemos la vida—dijo Víctor.

—No me deben nada—dijo tocando su hombro—. Mierda—susurró. Lo habían herido.

Isaac comenzó a quitarse el saco y la camisa, dejando a la vista su torso marcado y lleno de tatuajes y cicatrices. Para ser una persona mayor, tenía un excelente físico. Al igual que James, tenía una víbora subiendo por su brazo hasta su hombro derecho, y del lado de su pecho izquierdo, una pequeña estrella. Todo su cuerpo parecía un mural de arte.

—Sé atender heridas de bala. Mi padre me enseñó. Déjeme ayudarlo—se ofreció rápidamente Víctor.

Isaac soltó una leve risa.

—Créeme, niño, yo también sé lidiar con estas cosas.

Sentí una mirada fija y ya sabía a quién pertenecía. Miré hacia James, quien estaba al lado de su padre. James me miraba con cierto disgusto, yo le sostuve la mirada con una ceja levantada, miré de nuevo a Issac, el cual vendaba su hombro. ¿De dónde mierda sacó la venda, el alcohol y los algodones?

—Quiero que no vayas directamente hacia la casa, lo más probable es que nos sigan —ordenó con voz firme.

Nos tardamos un buen rato en llegar a casa. En mi cabeza solo estaban los recuerdos de lo sucedido, cada detalle del rostro de James. Estaba tan cerca. Miré mis manos y tenía pequeñas cortadas por los vidrios, observé mi ropa y vi que tenía algunos de estos en ella.
Bajé de la camioneta, tratando de recordar cada detalle de lo sucedido, pero solo recordaba la mirada de James y su respiración contra la mía.

—¿Estás bien, Joshua? —preguntó preocupado. Arturo me miraba, analizándome.

—Lo estoy.

Caminé hasta mi habitación, me duché. Miré el suelo de la ducha donde corría el agua roja debido a la sangre. Toqué mi cabeza y vi que estaba herido. Terminé de bañarme y, con ayuda de dos espejos, examiné el corte en mi cabeza. Era leve, a causa de los vidrios que habían caído sobre mí.

—Hola, hijo —Hanna entró a mi habitación.

Comenzó a examinar todo. Sabía lo que intentaba: encontrar algo que me ligara a lo ocurrido en la cena o en las investigaciones.

—Hola.

—Me alegra tanto que estés bien —se mostró de todas formas menos alegre.

La miré. Había algo raro en ella. Fue al baño a "retocar su maquillaje", pero ni siquiera estaba maquillada.

—Yo también me alegro de que estés bien.

—Si no hubiera recibido esa llamada, no sé qué hubiera pasado. Aunque siento no haber negado esa llamada para estar más contigo, hijo —la palmada que me dio en el hombro fue algo brusca—. Que descanses, hijo.

CazadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora