Dos días. Solo dos días más para nuestra partida de Inglaterra. En este breve lapso, Ashton comenzó a venir más seguido a la casa, y su presencia, que antes encontraba irritante, parecía volverse cada vez menos molesta.
—Hola, Jhosi —escuché una voz llena de entusiasmo. Era Ashton, por supuesto.
Levanté la mirada del libro que fingía leer para ignorarlo y le sonreí con una mueca forzada.
—Ashton, hola. No sabía que vendrías... de nuevo —dije, intentando mantener una sonrisa rígida.
—Vamos, Jhosi, somos amigos —dijo mientras se sentaba a mi lado—. Puedes llamarme Ash. Ya que pronto te vas, me preguntaba si quisieras salir de paseo. Claro, tus amigos también están invitados.
Alcé la mirada y vi a mis amigos, quienes me suplicaban con la mirada que rechazara la invitación.
—Deja de molestar a Joshua, Ashton —dijo James con voz firme al entrar en la sala. Siempre tan pulcro, su vestimenta formal lo hacía ver elegante sin cruzar el límite de parecer anticuado.
—No lo estoy molestando. Jhosi y yo somos amigos, ¿verdad? —me miró con una sonrisa que me dio escalofríos.
—No lo mires así, lo asustarás —intervino James de nuevo—. Ven, necesito que hagas tu trabajo. Se supone que eres mi secretario y solo te la pasas acosando a Joshua.
A regañadientes, Ashton se levantó y se fue a sentar junto a James, dejándome soltar un suspiro de alivio.
En ese momento, mi teléfono comenzó a sonar. Me levanté para contestar.
—¿Quién habla? —pregunté mientras salía de la sala.
Escuché a alguien carraspear del otro lado de la línea.
—Hola, Joshua —reconocí la voz de Hanna—. Sé que he estado ocupada y no hemos pasado mucho tiempo juntos, así que quiero invitarte a cenar. Claro, puedes traer a tus amigos, James e Isaac.
Me detuve en la entrada de la sala.
—Está bien... Mamá —la última palabra me costó pronunciarla, ya que los recuerdos de lo que me había causado eran difíciles de ignorar.
—Bien, estaré en casa a las seis. Gracias, hijo.
Colgué y, al darme la vuelta, me encontré con Victor mirándome con preocupación.
—¿Todo bien, Josh? —preguntó.
Sonreí ante las atentas miradas de todos.
—Sí, Vic, todo bien. Hanna nos invitó a una cena.
Victor asintió. Todos volvieron a sus asuntos y yo regresé al sofá, fijando la mirada en la colección de whiskys frente a mí. Sentía una mirada intensa sobre mí, una mirada que provocaba un calor que se extendía por mi espina dorsal. Giré la cabeza y me encontré con la mirada penetrante e inexpresiva de James, quien ignoraba al parlanchín Ashton que parecía hablar solo.
—James, te estoy hablando. Mínimo ten la decencia de fingir que me prestas atención —se quejó Ashton, captando la atención de todos en la sala.
—Te estoy prestando atención, no es necesario mirar a alguien para escucharla —respondió James sin apartar la mirada de mí.
—Entonces responde las preguntas que te hago.
Me levanté ante la mirada fija de James.
—Iré a prepararme para la cena —sonreí y salí de la habitación lo más rápido posible.
No fui a prepararme realmente; me recosté en mi cama mirando al techo, con el corazón acelerado.
—Cálmate un poco, Joshua. Por Dios, solo es una simple mirada —me regañé a mí mismo.
Pero por más que intentara calmarme, la imagen de James no se desvanecía de mi mente. Todo era James, James, James. Escuché que alguien tocaba la puerta y me senté rápidamente al ver entrar a Victor.
—Sí que te pone nervioso —dijo con una sonrisa ladina.
—¿De qué hablas? El cambio de altura te está afectando gravemente el cerebro.
—Si eso fuera así, tú serías la mayor prueba de eso... Oh, ¿acaso son unos ojos negros y unos músculos de metro noventa los causantes de esa locura?
Victor se sentó en mi cama, muy en la orilla, y aproveché para empujarlo y hacerlo caer.
—¿Estás mal de la cabeza o qué? James no causa nada en mí.
—Yo no lo nombré —sonrió desde el suelo.
—Pero lo describiste.
—Describí a la mitad de los europeos.
Le lancé todas las almohadas que tenía a mi alcance.
—Vamos, Victor, sabes que solo es ansiedad.
—Claro —se puso de pie sacudiendo su ropa—. Solo digo lo que observo, sabes... soy un estupendo observador —dijo antes de salir de mi habitación.
No puedo sentir nada por un desalmado, un hombre frío, inexpresivo, de mirada profunda que se viste como si fuera a una gala, callado, palabras firmes, musculoso, alto, inteligente... Mierda, lo estoy alabando.
Tomé una almohada y la apreté contra mi cara.
—Matarme es mejor que sentir algo por un hombre.
—¿Con quién hablas, loquito?
Quité la almohada y vi a Arturo, sonriendo ampliamente.
—¿Qué te importa, entrometido?
—Al parecer, el maldito de Victor ganó la apuesta —se recargó en la puerta.
—¿De qué mierda hablas?
Arturo se encogió de hombros y comenzó a caminar por la habitación, acariciando los muebles.
—Digamos que apostamos cuánto tardarías en darte cuenta de que te atraía James.
—Él no me atrae.
—Oh, vamos, Josh, solo acepta que se te hace mínimamente atractivo.
—No, porque él no se me hace atractivo. Ahora, si sales de mi habitación, te lo agradecería mucho.
—Bueno... A ti no te atrae, pero a él sí que le gustas.
Salió antes de que pudiera decirle algo.
Levanté el desastre de almohadas del suelo y comencé a caminar por mi habitación. Intenté leer los documentos de la misión para distraerme, pero todo regresaba a esa mirada. Todo regresaba a James y no de la manera más razonable. Salí al balcón, prendí un cigarrillo y me recargué en el barandal. Todo el humo salió de mis pulmones de golpe al ver a James en la parte trasera de la casa, sin camisa, mientras jugaba con dos dóberman. ¿Cómo puede pasearse así? Puede pescar un resfriado. Seguí fumando mientras lo observaba, hasta que reaccioné y me di cuenta de que parecía un maldito acosador. Apagué mi cigarro recién prendido y entré a mi habitación.
—Dios, que alguien controle a ese hombre, no puede estar así de exhibicionista.
Decidí que lo mejor sería una ducha; eso me distraería.