Crucé la puerta de salida del avión y el aire fresco de Londres chocó contra mi rostro, provocando que me estremeciera. A lo lejos, vi a Hanna rodeada por un grupo de hombres. Bajé los últimos escalones del avión y caminé hacia ella, acompañado de mis maletas y compañeros.
—¿A dónde crees que vas? —dijo uno de los hombres que la rodeaba, impidiendo mi paso.
—Déjalo pasar, es mi hijo —habló Hanna. Por un momento, sentí asco al escuchar cómo me llamó.
El hombre se apartó de mi camino y pude llegar hasta la mujer que tantos traumas me había provocado.
—Oh, bebé, te extrañé tanto. Estás tan grande —me tomó de las mejillas.
Deseaba que me soltara; me daba asco que me tocara y que me hablara con ese cariño falso. Claro que había crecido en dieciocho años.
—Ustedes deben ser sus mejores amigos —dijo ella con una sonrisa.
—Así es. Soy Arturo —respondió él, extendiendo su mano con una sonrisa.
Hanna la estrechó con gusto.
—Y tú debes de ser Víctor —Hanna sonrió.
Víctor sonrió y solo asintió.
—Nos iremos a un hotel mientras estamos aquí de vacaciones.
—Oh, no, quédense en la casa —esas simples palabras me hicieron festejar en mi interior—. Voy a hacer una llamada; ustedes suban a la camioneta.
Nos subimos a la camioneta y unos escoltas subieron nuestras pertenencias a otro vehículo.
Los tres nos miramos en silencio y asentimos. Me recargué en el asiento y cerré los ojos, soltando un pesado suspiro.
Después de unos minutos, miré por la ventana y vi que estábamos entrando por un portón enorme. Había hombres armados hasta los dientes en las puntas de la barda y del portón. Cuando me di cuenta, estábamos frente a una mansión. Nos bajamos de la camioneta y los tres observamos la mansión antes de mirarnos entre nosotros en silencio.
Hanna se paró frente a nosotros y nos miró.
—Bienvenidos, chicos. Espero que se sientan en casa —sonrió.
Unas mujeres salieron de la puerta principal de la casa y tomaron nuestras pertenencias.
Entramos a la mansión acompañados por las personas que llevaban nuestras maletas y por mi madre.
—Sus habitaciones serán las del último piso —mi madre les dijo a las personas que llevaban nuestras maletas.
Yo analizaba todo a mi alrededor, alerta, y los chicos hacían lo mismo. La casa era realmente bonita por dentro.
—No era necesario que nos recibiera en su casa.
—Oh, vamos, cariño, ¿cómo podría dejar que mi hijo durmiera en un hotel?
Solté una risa irónica.
—¿Dije algo gracioso? —preguntó ella.
—No, no, solo es sorprendente tu mansión.
—No solo es mía.
Claro que sabía que no solo era de ella.
—¿En serio?
—Hoy en la tarde te los presentaré. Ahora pueden ir a descansar. Síganme, les mostraré sus habitaciones.
La casa era mucho más grande de lo que creía. La que sería mi habitación hasta efectuar la misión era realmente amplia, con un gran ventanal y decoraciones en tonos blancos y beige. Entré al gran clóset donde mi ropa y mis cosas estaban perfectamente acomodadas por color, al igual que mis zapatos. Miré dentro de mis maletas y me alegró ver que lo realmente importante estaba perfectamente escondido en unos compartimentos secretos.