Después de que Hanna salió de mi habitación con una actitud extraña, continué tratando mis pequeñas heridas. Me quité la camisa para verificar que no tuviera ningún corte. Mi mente volvió a James. ¿Cómo estará? ¿Se sentirá bien? ¿Estará herido? Alguien tocó la puerta, sacándome de mis pensamientos. Caminé hacia la puerta, todavía con el algodón contra mi frente. La persona al otro lado aceleró los latidos de mi corazón.
—James —dije, con una voz que reflejaba sorpresa.
Sus ojos recorrieron mi torso desnudo. No esperaba visitas. Su mirada regresó a mi rostro.
—Estás herido.
—No es nada —reí.
Mi risa se detuvo cuando él se acercó rápidamente, tomándome del rostro. Quitó mi mano de mi frente y comenzó a inspeccionarme. Con su pie cerró la puerta. Intenté mirar hacia la puerta, pero él volvió a girar mi rostro hacia él.
—Estoy bien, James... solo es un pequeño corte.
—No importa si es pequeño... Debí protegerte mejor.
—Hubiera sido peor, me protegiste bien —mi voz salió casi como un susurro. Estábamos tan cerca—. ¿Estás bien, James?
Él me miró unos segundos en silencio, se separó un poco, miró de nuevo mi torso y luego desvió la mirada hacia mi habitación.
—Estoy bien. Gracias por tu preocupación.
Le sonreí un poco más amplio.
Él asintió.
—Te dejo dormir. Que descanses —pasó sus manos por su pantalón como si tratara de limpiarlas.
Abrió la puerta y me dio una última mirada antes de cerrarla.
Solté todo el aire que había retenido debido a los nervios. Mi corazón latía a mil por hora; juro que latía tan rápido que, con el silencio suficiente, él habría escuchado lo que provocaba en mí. Me recosté en la cama. Tengo que dejar de pensar en James y tengo que idear un plan para informar a mis superiores sobre el ataque.
A la mañana siguiente, bajé a desayunar. Todo estaba tenso debido al ataque del día anterior. Antes había notado que la casa era un lugar seguro, pero ahora todo estaba más agitado.
—Lamento tanto que la cena se haya arruinado así —se disculpó Isaac.
—No es culpa suya. Usted no puede predecir el futuro y mucho menos controlar las acciones de los demás —dijo Arturo con una sonrisa.
—Arturo tiene razón, Isaac —Hanna puso su mano encima de la de Isaac, con una falsedad evidente.
—Creo que entenderán que no podré viajar junto a ustedes a México.
—No se preocupe por eso, entendemos —respondió Arturo.
El plan se había desmoronado. Las piezas del ajedrez se movieron y nuestros planes se vinieron abajo.
—Padre, creo que no deberíamos arriesgarnos a otro ataque dirigido hacia ellos —dijo James, rompiendo su silencio durante todo el desayuno.
Isaac meditó un momento lo que dijo su hijo.
—Por mí estaría bien, pero la decisión es de ellos. Tienen una vida en México, trabajos, familia y amigos. No puedo decidir por ellos y tenerlos aquí como prisioneros.
James nos miró, mejor dicho, me miró fijamente a mí.
—¿Se quedarán?
—Tendremos que hablar con nuestros trabajos —respondí.