Mientras intentaba vigilarlos, decidí dormir un poco. Solo sería un pestañeo. Al despertar, miré el reloj sobre la mesa de noche: doce de la tarde. Con un suspiro, me estiré en la cama, mis huesos crujieron, haciéndome sentir relajado. Me senté, bajé a la sala y encontré a Víctor y Arturo, cada uno con sus respectivos teléfonos.
—Hola —saludé con una sonrisa.
—Estás hinchado de la cara por tanto dormir —comentó Víctor con una sonrisa burlona.
—¿Desde qué hora están aquí? —pregunté, sentándome a su lado e ignorando su burla.
—Nos despertamos como a las nueve de la mañana.
Asentí para hacerle saber que lo había escuchado.
—Ya quiero irme a mi casa, no me siento cómodo aquí —dije, tallándome el rostro con frustración—. Simplemente no hay nada que compruebe que son culpables.
Seguí escuchando el micrófono hasta que oí algo que tanto deseaba. Parecía que Dios al fin me había escuchado y me había dado la prueba.
—Marcos, necesito que me digas cuáles son las zonas de México donde me conviene meter mercancía —se escuchó clara la voz de Isaac.
Rápidamente informé a mis compañeros. Víctor intervino con algo de trabajo en la llamada y Arturo comenzó a grabar la conversación.
—Mire, ahorita está muy pesada la situación en México. Se están peleando muchas plazas. Puede entrar por la frontera norte, pero trate de pasar desapercibido —dijo una voz que parecía ser de un tal Marcos.
—Me podría quedar con áreas muy buenas mientras ellos pelean —respondió Isaac.
—Señor, lo mejor es que no intente entrar de nuevo. Ya armó un alboroto anteriormente.
¡Bingo! La prueba de que él había sido el causante de que las abejas sacaran al avispa.
—Me importa un carajo lo que sucedió anteriormente. Infórmame cuando los leones duerman —dijo Isaac antes de colgar la llamada.
—Tiene razón, Isaac. Deberías esperar a que todo se relaje —comentó Hanna, dejando en claro su complicidad.
—No, si no es ahora, no será jamás.
Después de eso hubo silencio.
—Tenemos que informar sobre esto —dije con seriedad.
—Sí, pero no hay manera de que hagamos una llamada aquí.
Pensé unos momentos.
—Afuera hace mucho sol —comentó Arturo, mirando a través del ventanal—. ¿Y si vamos a la piscina? —preguntó.
—Ahora no, Arturo. Estoy intentando averiguar cómo informar a los jefes.
—A eso me refiero, idiota. Rara vez en Londres hace un clima agradable para un día de piscina. Hay que ir a una piscina y ahí hacer la llamada.
Los tres estuvimos de acuerdo. Le pedimos a uno de los choferes que nos llevara a una piscina. Subimos nuestras mochilas con nuestros cambios de ropa y rápidamente nos dirigimos al lugar. Al llegar, nos dimos cuenta de que era una piscina cerrada. Los chicos y yo fuimos directos a los vestuarios. Mientras ellos se ponían trajes de baño, yo me aseguré de informar a los jefes enviándoles los audios.
—Gran trabajo, Cuervo. Mantennos informados —fue lo último que me dijeron antes de colgar la llamada.
—Ya estoy cambiado —informó Arturo detrás de la puerta.
—En un momento voy.
Rápidamente me puse mi short y salí junto con ellos a la piscina. El lugar era hermoso; los colores creaban un ambiente tranquilo.
—Sí que esta gente sabe cómo derrochar dinero —comentó Víctor mirando alrededor.
—Ni lo digas.
Pusimos nuestras toallas en las sillas. Yo me metí a la alberca lentamente por las escaleras; Vic y Arturo simplemente se lanzaron, salpicándome de agua.
Después de unos minutos, una mesera llegó con bebidas y fruta.
—Disculpe, nosotros no ordenamos esto.
—Fueron indicaciones de la señora White —respondió antes de retirarse.
Víctor y yo nos miramos; sabía que mi cara de disgusto era por cómo mi madre se hacía llamar.
—Hola —saludó James inexpresivo, sentándose en una de las sillas y tomando una fruta—. ¿Qué tal se lo están pasando? —su expresión parecía casi desinteresada.
—Bien, es divertido, deberías unirte.
—Mejor no. ¿Qué hacen?
—Doblándome el agua, ¿no ves? —dijo Arturo, sonriéndole mientras nadaba de espaldas.
—Qué gracioso —sonrió con una evidente falsedad y llevó una fresa a su boca—. Bueno, me voy, tengo cosas mejores que hacer, como trabajar —se levantó, arreglando su saco.
—Que te vaya bien, ojalá la próxima nades con nosotros —dije, saliendo de la piscina y escurriendo agua.
James me extendió una toalla, escaneándome sin expresiones.
—Gracias —acepté la toalla.
—Sí, tal vez la próxima vez. Los veo en la cena —se despidió.
—¿Solo viniste a eso? —pregunté.
—En realidad, tu madre me mandó a decirles que disfrutaran la piscina y la fruta.
Se fue sin voltear atrás. Los chicos salieron del agua segundos después. Tomamos un poco de limonada y platicamos en susurros sobre el plan que teníamos para destruir toda esa red de mafias en Europa.
—Deberíamos irnos ya o se hará tarde.
Nos fuimos hacia la casa. Después de cambiarnos, me di un baño caliente, bajé a cenar y, para mi sorpresa, no había nadie más que los chicos y yo.
Al terminar la cena, lavé mis dientes y fui a dormir. Afuera empezó una tormenta.
Al despertar a la mañana siguiente, la lluvia seguía cayendo. Me bañé y, después de cambiarme, bajé al comedor, donde ya estaban todos excepto James. El desayuno estaba en la mesa.
—Buenos días a todos —dije, tomando asiento al lado de Víctor.
—Buenos días, Josh. He oído tantas cosas buenas de México que en tu viaje de regreso te acompañaremos, hijo —comentó Hanna con una sonrisa.
—Qué bien.
—¿Qué tal dormiste? —preguntó Hanna.
—Bien.
Empecé a desayunar, evadiendo los intentos de conversación de Hanna. Cuando estaba por terminar mi desayuno, James entró al comedor, vestido pulcramente con una camisa blanca de botones, las mangas recogidas hasta los codos y algunos botones desabrochados, dejando ver el inicio de un tatuaje en su pecho. Llevaba pantalones azul marino de vestir.
—Buenos días —saludó, dando un beso en la mejilla a Hanna y a su padre—. Disculpen por no llegar al desayuno, no dormí bien.
—Desayunarás en el camino, tenemos una junta y no llegaremos tarde —dijo Isaac, poniéndose de pie—. Con su permiso, muchachos. Abrocha todos tus botones y acomoda bien las mangas de tu camisa —le dijo a James con cierta molestia.
James rápidamente acató sus órdenes y lo siguió.