CAPÍTULO II: La Boda

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Sostenía un cuadro con la foto de su madre y ella cuando tenía ocho años. Acercando este a su pecho, sollozó. La recordaba, siempre pensaba en ella. En lo adorable que era y como le hizo prometer que algún día se casaría por amor, sin importar qué.

-Te voy a fallar, madre. Voy a casarme con un hombre que no amo. -dijo con pesar, mientras abrazaba con fuerza el retrato.

-Señorita, es hora de irnos. El novio espera. -mencionó el chófer.

Sara se secó las lágrimas con un pañuelo blanco de seda y volteando por última vez miró hacia el fondo de su habitación como si no quisiera irse. Suspiró y se marchó.

⁂⁂⁂

Los murmullos de los invitados, ansiosos de ver la entrada de la novia, resonaban en los oídos de Mick, quien esperaba a Sara.
Aparentaba preocupación, ocultando su tristeza y nostalgia mientras recordaba aún más la última vez que estuvo en los brazos de David. Trataba de pensar en que esa misma noche volvería a ellos, buscaba consuelo en sus propios pensamientos.

El padre de Sara, Simón, entró a la iglesia junto a esta. Inmediatamente todos los invitados se pusieron de pie para observar a la prometida quien se mostraba con una inmensa sonrisa. Lucía llena de dicha y felicidad.

Sumergido en cavilaciones, Mick, no escuchaba las palabras del cura. Entonces este preguntó, -Mick Philip Jagger, ¿aceptas a Sara Liare como tu futura esposa, para amarla y respetarla hasta que la muerte los separe?

"Prometo amarte para siempre. Ni la muerte nos va a poder separar, porque siempre buscaré la forma de volver a ti."

-Mick Philip Jagger ¿acepta a Sara Liare como su futura esposa para amarla y respetarla hasta que la muerte los separe? -repitió el cura, luego de toser ligeramente buscando la atención del novio.

Mick volvió de su viaje al pasado, decidido a acabar pronto con la ceremonia. -Sí, acepto. -dijo con la voz inevitablemente quebrantada.

Salió de la iglesia junto a ella. Y lo que había sido un día soleado y brillante, se convirtió en un oscuro día anubarrado.
Abrió la puerta para que Sara ingresara al auto, y antes de hacer lo mismo, lo observó.

En una esquina, frente a un árbol, con sus facciones delicadas, completamente hermoso. David lo había esperado. Lo vio salir con ella de la iglesia. Una iglesia que jamás aceptaría su amor.
Ambos cruzaron miradas y podían sentir el dolor uno del otro. David sollozó destrozado y se marchó. Aunque sabía que lo vería de nuevo, la escena era demasiado para él.
Mick lo vio irse y acercando una mano a su rostro, apartó el rastro de su llanto.
Entró en el Ford y partieron al palacio.

De camino a la mansión, Mick observó con inquietud, por la ventana del auto, a algunos guardias que parecían muy ocupados en la entrada al pueblo, donde estaba la gran muralla.

- ¡Ha entrado una bestia! -gritó el vigía.
Corrían con desesperación, mientras disparaban sin cesar.

- ¡Persigan al demonio! -gritó agitado el centinela, cuando vio a este perderse entre los bosques.

Uno de los guardias se acercó al auto de los recién casados, advirtiéndole el peligro al chófer. Este de inmediato prosiguió la ruta. Sara y Mick se observaban aterrados.

Fríos vientos soplaban, mientras nubes negras invadían el cielo. Cada esquina y cada rincón se encontraban desiertos. Vanas calles desoladas a la espera de la captura de la bestia.
Y en las casas del pueblo de Menzogna, selladas puertas y ventanas.

Al llegar al palacio, Mick y Sara se encontraron con Simón. Lucía dichoso como si no supiera lo que estaba sucediendo en su pueblo.

Mick le contó y con una sonrisa inapropiada, Simón le dijo que no tenía de qué preocuparse. Mientras tanto Sara repentinamente decidió ir a su habitación.

- ¿Pero, me pide que no me preocupe cuando afuera hay una bestia... -dijo, cuando un pensamiento lo interrumpió? -Hay personas afuera. Las personas sin hogar. ¡Debemos traerlas!

- ¿Aquí? ¿Mendigos en el palacio? -bufó, Simón.

-Sí, mendigos que podrían ser devorados. ¡Es su deber protegerlos!

El padre de Sara accedió a cumplir con el mandato de Mick y trajeron a todos los mendigos al palacio.

-Señor, lo hemos capturado. Capturamos a la bestia. -dijo uno de los guardias ingresando súbitamente.

- ¿En dónde lo tienen?

-Está encerrado, mi señor.

-Voy a verlo.

-Es peligroso. Lo mataremos mañana.

- ¡No! ¿Por qué no sólo lo expulsamos?

-Pero, señor...

-Ya me oyeron. Expulsen a la bestia. No es necesario matarla.

⁂⁂⁂

En la habitación, con pasos lentos y suaves, sale de su muy oscuro escondite. Camina hacia el espejo grande que estaba frente a ella y atrás de su reflejo la ve. Da media vuelta y observa que la impostora poco a poco muestra su verdadero rostro.

-Es hora de que vuelvas a la habitación con él.

- ¿No se dio cuenta?

- ¿Cómo podría? Soy una profesional. Fuiste una novia excepcional y radiante. Nadie pudo sospecharlo.

-Gracias por esto. Yo...no habría podido.

-Lo sé, ahora vuelve. Ya no puedo ir, es tu turno.

De camino a su habitación, Sara observa a su padre ir a las celdas del sótano de la mansión, este no la vio. Continúa hasta llegar a donde Mick y con un suspiro amargo, finalmente toca la puerta.

-Está abierto. -dijo, mientras cambiaba su blanca camisa por una prenda celeste liviana que combinaba con sus vidriosos ojos.

-Gracias. Yo...iré a cambiarme.

-Descuida, sí. No quiero entrar.

-Está bien. -dijo, amargamente.
Sara lloraba frente al espejo del baño, se miraba en el y se veía infeliz.

Era la primera noche con su esposo y tenía un deber tradicional. No quería hacerlo, no porque Mick le pareciera repugnante. Contrario a ello, lo veía sumamente atractivo, pero no lo amaba. No como para casarse con él o acostarse.
Del otro lado de la habitación, estaba el joven Jagger, pensaba en qué hacer para evitar los deberes maritales con Sara.

Saldré y le diré que no puedo. Sí, lo haré. Seguramente entenderá. -pensó.

Ella abrió la puerta y lo vio postrado en la cama de dos plazas, amplia y con sábanas rojas cual carmín. No se había fijado en lo precioso que lucía todo.
Mick, aparentemente dormido, con solo un ojo abierto, observó el reloj ubicado en su lado de la cama, encima de la mesa de noche, acompañada de una fina lámpara dorada. Faltaba una hora para medianoche.
Sara sin más que decir, peinó sus marrones cabellos y se envolvió entre las sábanas.

-Buenas noches. -dijo, Mick.

Ella ya no respondió. Cansada y aliviada, giró su cuerpo y sobre sus manos su cabeza descansaba. Tenía los párpados tan débiles que le llevó poco tiempo cerrarlos, siendo envuelta en un profundo sueño.

Mick tratando de evitar quedarse dormido, se pierde entre pensamientos sobre él y David. Recordaba con nostalgia el rostro de su amado cuando éste lo vio salir de la iglesia. Lo extrañaba, ya quería verlo.

Había sido un día agotador, lo único que lo reconfortaba era pensar en él. Cerró sus ojos.

"Me haces fuerte, Mick.
Cuando pienso en que no puedo seguir, estás tú. Cuando pienso en que podría rendirme, te imagino a ti. Cuando me pregunto el porqué sigo aquí, la respuesta es clara...eres tú."

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