CAPÍTULO VII: Antes [David]

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Algunas pautas son:
-Letra en cursiva: Flashback
-Letra en cursiva y en negrita: Pensamientos o recuerdos.

(𝙵𝚛𝚊𝚐𝚖𝚎𝚗𝚝𝚘 𝚍𝚎 𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝙸𝚅: 𝙲𝚒𝚗𝚌𝚘 𝚟𝚎𝚛𝚊𝚗𝚘𝚜 𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜)

—¿Quién era? —dice Lexie.

—Nadie, hermana. Solo un chico con rulos preciosos que pretende que haga 20 sillas para el domingo.

—Espera dijiste...

—Sí, 20 sillas. ¿Tonto, ¿no?

—No, ¿rulos preciosos? ¿Te gustó ese chico?

—No, ¿qué? ¿yo dije eso?

—Sí, yo te oí. —ríe y le hace cosquillas.

David en su habitación, sentado sobre su cama pensaba. Ella lo observa y decide acercarse.

—Es él, ¿verdad?

—No creo que recuerde. Y está bien si no lo hace.

—Quizá no, porque estaban muy pequeños, pero...

—Pero él ahora es un joven príncipe, hermana. No me recuerda, me di cuenta.

—¿Recordar a quién? —irrumpió su madre que pasaba por la habitación cuando escuchó la última frase de la conversación y decidió intervenir.

—Nada, madre. No es nada. —contestó Lexie, algo nerviosa. —Vamos, David trabajará para el rey durante la semana y necesitará descansar.

—Por cierto, ese príncipe fue tan amable. No debiste tratarlo así.

—Sí, madre. Seré más cordial con él.

Lexie trata de sacar a su madre de la habitación de su hermano y cierra la puerta, no sin antes brindarle un guiño a su cómplice que le agradecía el favor.

Él lo recordaba todo. Viajaba en sus recuerdos, de aquel niño que conoció cuando tenía diez años. De ese niño de bellos ojitos azules y rubios inquietos rulos. Aquel con el que solía jugar a las escondidas en el bosque y con quien...dio su primer beso en la cascada Vietato.

Él lo recordaba todo y no lo culpaba por no hacerlo, estaba más pequeño. Ambos lo eran, pero para David ese parvo instantáneo e inocente beso fue mucho más y sabría que jamás podría olvidarlo.

—Eres muy lindo, David.

—Tú también eres muy lindo.

—¿Quieres ser mi novio?

—Sí.

Tenían sus pequeñas manos enlazadas mientras ante la belleza de la naturaleza existía algo más bello y puro. La dulzura que su beso irradiaba sólo podía ser comparado a una puesta de sol o a la primavera, a nada menos bello.

La inocencia de amar a alguien a tan corta edad, siempre tan infravalorado.

Terminaron su beso, ambos sonreían y el brillo de sus ojos quizá era más luminoso que el sol que acompañaba los cielos ese día. Quizá lo fue.

La mujer que cuidaba al pequeño príncipe solía visitar el pueblo frecuentemente. Así que, dejaba que jugara con los niños sin que sepan que era hijo del rey. La reina se lo había autorizado. No quería que su pequeño esté tan solo en el palacio.

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