11: Afrontar.

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Capítulo 11

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Capítulo 11

Visitar a mi madre era una de las situaciones más difíciles que tenía que afrontar. Ya no se trataba del hecho de que se había desvinculado completamente de mi vida, si no, el dolor que me producía recordar que todo era culpa mía.

Porque sí.

Todo habría sido diferente si la debilidad no me hubiera atacado.

Mis padres siempre se habían amado con locura, no obstante, el dolor de perder a una hija por culpa del cáncer y observar cómo la única que les quedaba se destruía a si misma, les hundió en un pozo donde las peleas constantes eran el día a día. Mamá no podía soportarlo, la depresión quería ahogarla y ya no soportaba el dolor de tener que lidiar con un par de incompetentes que sólo dificultaban su supervivencia. Entonces, tomó la decisión de marcharse y alejarse de todo lo que le provocaba un daño irreparable.

Nunca la culpé. No tenía las fuerzas ni las ganas de llorar y tan sólo me quedé en el hospital, abrazándome con fuerza a las sábanas blancas y esperando a despertarme de la pesadilla en la que vivía.

Intenté contactar con ella varias veces, pues creía ciegamente que mi madre siempre estaría ahí para mí. Sin embargo, lo único que me contestó fue su buzón de voz. Aunque aquello no lo considero lo peor.

No sé en lo que pensaba en el momento que conseguí la dirección de la empresa que había fundado con el sudor de su frente, pero me presenté allí con un aspecto horrible, temblando por culpa de todo lo que había ingerido y la rabia nublando mi mente. No pude contener mis sentimientos y destrocé todo su despacho sin experimentar ningún tipo de arrepentimiento.

Mi padre me buscó horas más tarde, cuando yo ya me encontraba caminando sin rumbo por las calles de la ciudad, me metió en su vehículo a la fuerza y escuché sus desesperadas suplicas de que me ingresase en un centro de desintoxicación.

Seguramente fueron sus ahogados sollozos los que me hicieron darme cuenta de que debía poner una solución inmediata a mi problemas y tres días después, más específicamente en Navidad, entré en el primer autobús que pasaba por mi departamento, directa a la institución que me sacaría de aquel mundo.

Salí de mis pensamientos en el momento en que Flavio detuvo su vehículo frente al hospital. El arqueólogo colocó una mano en mi huesuda rodilla, acariciándola con el pulgar en forma de apoyo, y me sonrió tranquilizadoramente.

-¿Quieres que entre contigo?-Me preguntó.

-No, ya has hecho suficiente.-Le revolví el cabello para que no se preocupase demasiado y me quité el cinturón de seguridad, dispuesta a afrontar la situación.

Abandoné su coche con el corazón palpitando en mi garganta y, temblando por culpa de los nervios, subí las escaleras hasta la planta de maternidad. Pensé en la ironía de aquel hospital, la vida de Isabel se había terminado allí y, ahora, visitaba de nuevo las mismas paredes grises para darle la bienvenida a mi hermano pequeño.

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