El comienzo del año había sido una montaña rusa de emociones, no obstante, dentro de todo el dolor, se encontraba una pequeña esperanza de que la vida me sonriera.
Flavio y yo quedamos para dejar las cosas claras y decidimos alejarnos por el bien de nuestros corazones. No nos abrazamos, tampoco pudimos mirarnos a los ojos sin romper a llorar y le agradecí por haber aparecido en mi vida cuando más lo necesitaba. Él, por el contrario, se mantuvo firme, tal y cómo le habían enseñado las circunstancias de su vida, y se disculpó por no ser lo suficiente valiente para pelear por nosotros.
Aguanté las ganas de responder. Yo no quería que luchase por mí, debía hacerlo por él, para enfrentarse a lo que le hacía infeliz.
Y aunque no se marchó del pueblo, nos evitamos como dos enemigos.
A la mañana siguiente, el ayuntamiento del pueblo me propuso abrir una pequeña escuela de arte para todo tipo de edades. No supe como reaccionar al principio, pero tras pensarlo detenidamente, acepté con entusiasmo. La iniciativa me resultó una buena oportunidad para emprender un nuevo camino en mi vida y muy pronto comencé a organizar los preparativos para inaugurar el local.
Mi familia me ayudó en todo lo que pudieron. Martina y mi abuela buscaron muebles de segunda mano para restaurarlos y Carlos se encargó de la decoración, pues siempre le había fascinado. Mi abuelo, por otro lado, dejó a un lado el cansancio que le provocaba su anciano cuerpo y me ayudó a mover muebles para hacer más ameno mi trabajo.
Todo aquel esfuerzo físico me perjudicaba, por lo que rápidamente, la preocupación comenzó a aparecer. Intenté hacerles entender que no era tan frágil, pero mi aspecto provocó que mis palabras se volvieran mentiras y acabé recibiendo más ayuda de la que me hubiera gustado. Gonzalo, el amigo de mi padre, aparecía todas las mañanas en la puerta del local para preguntarme si necesitaba algo; su mujer me traía comida; y su hijo mayor, Lucas, se prestó a pintar el mural conmigo.
A Lucas y a mí nos separaban diez años de diferencia. El adulto acababa de cumplir treinta y uno, trabajaba como cirujano en el hospital de la ciudad y, para todos los padres, era un gran candidato para yerno. No iba a mentir, la palabra guapo se le quedaba corta y estaba segura de que le sobraban pretendientes. Por esa razón, me costó entender la razón por la que se encontraba interesado en conocerme como algo más que amigos.
Me lo propuso una de las noches en las que me acompañaba a casa. Nuestros pies se detuvieron frente a la puerta principal y su expresión se volvió nerviosa, como si no pudiera expresar con facilidad lo que sentía. No lo comprendí en el momento, pero dejó las palabras a un lado y decidió besarme de una forma tan delicada que tuve la sensación de que pensaba que yo era demasiado frágil. No me centré en el beso, por el contrario, noté la mirada de Flavio, quien había estado conversando con mi abuelo en el banco, clavándose en mi nuca.
Esa noche, le escribí a Martina para que no me esperasen a la hora de cenar y decidí darle una oportunidad al mayor, intentando borrar de mi mente a la persona que seguía siendo dueña de mi corazón.
Os haré un adelanto: no lo conseguí.
Pues, aunque Lucas fuera un caballero, me demostrase que valía la pena salir con él y me prometiera un futuro feliz a su lado, yo seguía esperando que Flavio volviera a acercarse a mí.
Y sabía que si en algún momento se atrevía a hacerlo, allí estaría yo con los brazos abiertos.
Fuí sincera con el hijo mayor de Gonzalo y decidí cortar por lo sano para no dañarnos mutuamente. Por suerte, el mayor comprendió que no estuviera preparada para formalizar ningún tipo de relación y acordamos tener una buena amistad.

ESTÁS LEYENDO
Nuestras Vidas
RomanceAurora siempre ha sido una muchacha callada, algo tímida y reservada, su vida gira entorno a dos pequeños e importantes ejes: su familia paterna y su vida universitaria. Tras una interesante propuesta por parte de su profesor de universidad, decide...