16: Oscuridad.

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Capítulo 16

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Capítulo 16

Mi familia siempre me comparó con Isabel. Mi hermana pequeña parecía tener un gran don a la hora de socializar, pues, al contrario que yo, había heredado la labia que caracterizaba a nuestros abuelos.

A veces, era sorprendente la facilidad con la que Isabel encontraba nuevas amistades y su alegría llenaba cualquier habitación en la que entraba, iluminando cada rincón. Ella era el mismo sol, aquel astro que calentaba la tierra y que en muchísimas ocasiones derretía los helados que comíamos en la salida del instituto.

Y, aunque amaba los días soleados y la felicidad que me producían sus locuras, no podía evitar experimentar una profunda envidia cuando yo no conseguía alcanzar aquel nivel de sociabilidad.

A su lado, me sentía la luna en medio de un día de verano, oculta por la intensidad de sus rayos y presente en un segundo plano.

Aquel sentimiento de inseguridad siempre había estado dentro de mí, incapaz de ver algo bueno que pudiera tener dentro, conformándome con lo básico y permitiéndome ser la sombra de mi luminosa hermana.

Nico apareció en mi vida cuando cumplí quince años, ambos formabamos parte de una academia de arte y nos atraímos desde el primer momento. Por aquel entonces, que un chico se fijase en mí era una novedad y, gracias a mi inexistente autoestima, acabé aceptando situaciones que no quería por miedo a perder a la única persona que me quería por cómo era.

Me sentía amada, única y, muy dentro de mí, tan profundamente que lo guardaba bajo caja fuerte, sabía que aquella relación podía ser una bomba de explosión masiva.

La toxicidad era agobiante pero se encontraba oculta bajo los dulces te amo que nos dedicabamos todos los días. Dolía, quemaba, me desgarraba por dentro por sentirme aceptada, pero no era consciente de que habían personas a mi alrededor que podían darme esa calidez sin necesidad de arrastrarme.

Es cierto que el mayor intentó sacarme de las drogas cuando no veía luz en el camino, aún así, el primero en presentármelas fue él. Recuerdo que esa noche hacía un frío infernal, ambos habíamos decidido salir para despojarnos del estrés de los exámenes finales y, como de costumbre, visitamos el garaje de Fernando, uno de nuestros mejores amigos.

La música se clavaba en nuestros oídos y costaba tanto hablar que teníamos que pegar nuestras bocas contra las orejas de los demás. Sus amigos nos dejaron un estrecho hueco en el sofá y, no muy consciente de las sustancias que se pasaban de un lado a otro, acabé con un cigarro lleno de marihuana entre los labios.

Me reí como nunca, afectada por las ilusiones que mi cabeza creaba, por primera vez en mi vida, pensé que tal vez si tenía aquella gracia que Isabel poseía y me dejé llevar. Horas más tarde, Nico y yo subimos a una de las habitaciones, bebidos y drogados hasta la médula, la calentura de nuestras hormonas fue suficiente para que nos desnudasemos y tratáramos de acostarnos juntos. Por suerte o por desgracia, prefiero no pensarlo demasiado, comencé a encontrarme mal y le pedí que se detuviera. Al principio, Nico se mostró reacio a parar, pero vomité toda la cena sobre él y me quedé dormida al instante.

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