Aurora siempre ha sido una muchacha callada, algo tímida y reservada, su vida gira entorno a dos pequeños e importantes ejes: su familia paterna y su vida universitaria.
Tras una interesante propuesta por parte de su profesor de universidad, decide...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Capítulo 1
No sé cómo me llegué a quedarme dormida en el autobús, pero el sonido de un silbato me sacó del profundo sueño que estaba teniendo. Abrí los ojos lentamente, acostumbrándome a los rayos de sol que entraban por la ventanilla, y pestañeé varias veces para admirar a la esbelta figura que se erguía ante mi mirada adormilada. Me sonrojé al escuchar la risita divertida de Pato, el mejor amigo de la infancia de mi padre, sus características rastras caían sobre su chaleco reflectante y su bigote rozaba su puntiaguda nariz.
Menos mal que sabía que ibas a ver a tu abuela, si no llego a despertarte habrías acabado en Malaga.-Dijo entre risas.
Analicé mi alrededor, aún un poco aturdida, y sonreí tímidamente.
-Gracias.-Murmuré mientras cerraba el portátil y lo ponía bajo mi brazo.
Me ayudó a bajar mis maletas y entablamos una corta e irrelevante conversación acerca de mis padres mientras bajábamos del transporte público. El frío del invierno golpeó mi cuerpo en el momento que puse un pie en la estación, las heladas temperaturas de allí no se comparaban en absoluto con la calidez de Murcia, me ajusté el chaquetón a la vez que me despedía de Pato y tiré de mi equipaje por las incesantes e inclinadas cuestas del pueblo.
El hogar de mis abuelos estaba a varias calles de la estación, aunque no me importó ya que se podía llegar en escasos diez minutos. Los tractores de los trabajadores me dieron la bienvenida durante el trayecto y, en cuanto pasé por el bar más transitado del pueblo, observé como mi tío mayor, Alberto, tomaba su café matutino. Sonreí y alcé mi mano para saludarlo. Este pareció no reconocerme por unos segundos, pero, tras colocarse mejor las gafas, se levantó de la terraza y me abrazó con fuerza.
-¡Pero que grande estás, Aurorita!-Me llamó con aquel diminutivo que no había escuchado en mucho tiempo y me revolvió el liso cabello, despeinándolo aún más.
-¿Cómo estás? Hace un año que no vengo por aquí y el pueblo no ha cambiado en absoluto.-Dije mientras intentaba entrar en calor inútilmente, sentí envidia de él ya que no parecía tener ni una pizca de frío con sólo una camisa.
-Pues trabajando como siempre.-Contestó y dejó el dinero justo en la mesa donde había estado desayunando. Tomó mis maletas sin dejar que me negara y me guío hasta su destartalada furgoneta.
Me llevó entre chistes malos hasta la casa de mi abuela y, como era de esperarse, mi abuelo apareció en mi campo visual, sentado en su banco favorito. Su mirada grisácea se mantenía sobre su bombona de oxígeno y su boina gris cubría el poco cabello blanco que le quedaba. Supuse que no le habían informado de que iría, pues, perplejo, se incorporó con dificultad y vino a abrazarme con fuerza.
El abrazo duró unos cuantos segundos, más por mi que por él. Lo había extrañado muchísimo y una profunda culpabilidad me recorrió, llevaba casi un año sin visitarlos, ensimismada en mi propio mundo universitario. Nos dimos una cálida sonrisa, sin hablar mucho por culpa de su falta de oxígeno, y lo ayudé a entrar por la puerta más próxima.