Dos

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Yeonjun 

Estar en el mundo dolía. 

Todo parecía haberse abalanzado sobre él, todos los olores, sonidos, sentidos y dolores se apoderaron de su cuerpo que comenzaba a sentir sensaciones terrenales.

Todo lo aturdió y no se dio cuenta de los humanos que lo rodeaban. Con sus alas que no podían moverse y sus extremidades atadas, y sin quitarle la venda, terminó siendo llevado a un lugar desconocido. 

Tampoco entendía porqué lo expulsaron, jamás había albergado sentimientos humanos, ni siquiera interactuaba con los humanos. Los ángeles existían para ser perfectos, y las emociones arruinaban su propósito, si sus ojos iban a cambiar de calor, entonces tuvieron razón en expulsarlo.

Pero mientras la sentencia más se repetía en su mente, más confusa se volvía. ¿Los arcángeles podían equivocarse?

Yeonjun estuvo por un tiempo en un espacio incómodo y sin comida, intentó pedir, pero lo abofetearon y no volvió a hablar. Alguna vez sintió una mano deslizarse debajo de su túnica, se asustó porque sabía lo que era, le enseñaron lo malo que era y un ángel no podía ser un pecador, incluso si ya no estaba en los cielos. 

Pudo alejarse y lo golpearon, pero no intentaron nada más. Le cubrieron la nariz con algo que olía horrible, pero cuando intentó escapar tiraron de sus alas alas y el dolor terminó de empujarlo a la inconsciencia. Desde el juicio no hacía más que caer. 

-

Despertó entre quejidos, con la nube del dolor cubriéndolo todo. Escuchó a una mujer a lo lejos, y luego, el cielo y la tierra parecieron vibrar cuando una segunda voz habló. Se removió e intentó comprender la realidad a la que se enfrentaba, pero al sentir una mano en la venda, olvidó todo y se apartó con terror; nadie debía ver sus ojos. 

Yeonjun gritó una negativa, luego le preguntaron su nombre. No estaba seguro de responder, sin embargo se vio obligado en el momento en el que intentaron remover la venda de nuevo. 

—¡Yeonjun!—Así lo nombró el mismo arcángel que dictó su condena; antes no tenía un nombre, pero sí muchas memorias que precedían a su nombramiento.

Su nombre era algo especial para él, casi nunca lo decía en voz alta, pero la idea de saber que alguien podía identificarlo lo hacía sentir seguro.

Un dolor le atravesó cuando se removió y su piel rozó algo frío. Los ángeles, eternos e indiferentes al tiempo, no sentían dolor, pero Yeonjun se preguntó si estando en la tierra esas reglas seguían aplicándose a su existencia. 

—¿De dónde vienes?—le preguntó esa voz. Era fuerte, mucho, quizá el resultado de vivencias pasadas, en esa vida o en alguna anterior. 

—De cualquier lugar—él mismo obtuvo esa respuesta de los arcángeles. 

—Mientes. 

—¿Entonces qué verdad quieres oír?—su intención no había sido desafiar, en el cielo le decían que no era bueno, pero no pudo evitarlo; tenía miedo.

—Déjame ver tus ojos. 

La mano del hombre se acercó y Yeonjun se alejó de nuevo, levantó sus manos atadas como escudo y sus dedos tocaron accidentalmente el antebrazo del otro. 

Le vino un cosquilleo, en su mente vio un lugar sucio, a sus pies un anciano en el suelo rodeado de sangre. 

—¡¿Qué fue eso!?—le preguntaron. La visión desapareció. 

—¿Tenías una herida?

Hubo un silencio, un gruñido y luego una exclamación de sorpresa. 

—¿Cómo lo sabes y por qué se ve más pequeña?

—Creí que desaparecerían—murmuró Yeonjun. 

—¿Desaparecer qué? 

—Las habilidades. 

—¿Y qué mierda es eso?

—¡No son mierdas!—gritó Yeonjun, el otro hombre rio—Podía-puedo curar y ver recuerdos—la última palabras fue un susurro—. Hiciste algo malo. 

—¿Cómo que? 

—Hiciste algo imperdonable. 

—Cualquiera sabe eso—contestó el otro, burlón. 

—Yo no sé ni tu nombre. 

Unas manos tomaron sus muñecas, tenían calor, palpitaban, con la prueba de una vida que podía terminarse en cualquier momento. 

—Voy a desatarte—anunció antes de que la presión en sus muñecas desapareciera—. Soobin—fue lo único que dijo después.

Era un nombre. Un bonito nombre.

—¿La herida desapareció?

—No del todo. 

Yeonjun tomó el brazo de Soobin con cautela, como no obtuvo una negativa llevo sus dedos a la herida.

El mismo anciano en el suelo le lastimaba el brazo, lo que parecían ser sus propias manos sacaron un arma y dispararon. La visión terminó. 

—Le quitaste la vida—dijo Yeonjun, sus manos se apartaron y se apoyó en el suelo para alejarse—. Eso- ¡no debiste!

—Eres literalmente un ángel—le contestó Soobin, olía a algo fuerte—. Tienes que irte. Este no es lugar para ti. 

Cadere [Soojun]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora