Veintitrés.

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Poder y querer.

Perdió lo que creyó su lugar seguro más de una vez.

La primera fue con su padre, era un niño cuando él se fue. Lo amaba con cada parte de su pequeño cuerpo y lo admiraba de toda forma posible.

Era su héroe. Su escudo. Su protector.

Y se lo quitaron.

Había una forma de arrancar el corazón de alguien sin matarlo y Liam lo supo.

Fue como si lo golpearan dentro de su estómago una y otra vez hasta el cansancio.

Es inteligente pero su dolor le negaba la lógica, cada vez que lloraba, sentía que iba a morir ahogado.

Que un día lloraría tanto que su cuerpo ya no lo soportaría.

Pero sobrevivió. Aquél niño de diez años no fue devorado por el dolor y la rabia.

No lo hizo solo. No hubiese podido.

Encontró un segundo lugar seguro.

Un lugar donde esconderse de la realidad.

Uno que veía algunos días de la semana luego de clases.

Las mentiras comenzaron con él, y nunca pudo darles fin.

Mintió. A pesar de que odiaba eso y siempre se enojaba cuando no le decían la verdad.

A veces decía que tenía algún taller en la escuela fuera de horario, o que se quedaba en la biblioteca. Pero lo único que hacía era ir a su lugar seguro.

A él. Siempre.

No está bien aferrarte a alguien sólo para no sentir el dolor. Puede ser un refugio pero no debes quedarte ahí por siempre.

Era demasiado pequeño para entenderlo. 

Le dieron promesas de un buen mañana y se las creyó. Le dieron sonrisas y abrazos cálidos.

Él ayudó a que no se hundiera.

"Estaré contigo siempre, peque"

Tristemente, no fue verdad.

Su segundo lugar seguro sólo duró cuatro años.

Volvieron a arrancarle el corazón.

No, algo más.

Fue más profundo. El alma.

El corazón, la mente, el cuerpo, el alma, todo absolutamente todo gritó de dolor.

Entonces si tocó fondo.

Se refugió en alguien para no sentir tan dolorosa la pérdida de su padre y acabó peor.

Porque no los tenía a ninguno, no tenía las risas de su padre ni las charlas insignificantes con él.

No sólo debió enfrentarse a lo que reprimió, debió darle la cara al dolor de una segunda muerte en su vida.

Fue todo más pesado. Más gris.

Nada alcanzaba para mejorarlo, es ese punto en el cuál se decide la formación de alguien como persona.

El tiempo se había pausado y nada tenía sentido.

Existieron días donde sólo se acostaba a llorar. Se dormía y se despertaba con los ojos rojos, a duras penas hablaba y mucho menos sonreía.

Todo se le estaba cayendo a pedazos que acabarían por enterrarlo.

El mundo siguió su curso, el sol volvió a salir y los días siguieron repitiéndose.

Extravagante. (Thiam)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora