El Ermitaño

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  Miro hacia atrás con la sorpresa que antecede a cualquier tragedia. Mi visión se hace cada vez más borrosa mientras observo cada detalle de la silueta que tengo justo en frente; o al menos eso pensaba. En solo un momento todo comienza a ser atraído por un punto en el paisaje como si un agujero negro estuviese alimentando sus oscuros deseos. Intento correr hacia allá, mis pies sobre la arena provocan un sonido crujiente como si aplastara una sólida ola envuelta en criogénico llanto. E intento alcanzar con la punta de mis dedos aquello que va ganando distancia poco a poco. Y es inútil, las manos se quedan cortas ante la agudeza de un paisaje que reboza en perfección. Todo se aleja como si sonriese y me quedo solo en un lugar del espacio donde podría haber un mar, un desierto o quizás una estrella; puesto a que un paranormal ciclón arrasó con todo cuanto alcanzo a ver. De ciclones furiosos están catedradas las islas del Caribe, de agujeros negros puedo preguntarle al cosmos: ¿pero quién entiende a Oliver que dibuja a su gato mientras contempla su vacío paisaje?
  Unas enormes paredes negras se extienden por todo alrededor devorando todo excepto la jaula que no tiene color por miedo a reflejar la nada. Pero a lo lejos se observa un destello de rojo que significa vida misma para mí que estoy sentado en lo más parecido a la muerte.
  Me acerco y observo la figura de aquel hombre que tenía en su cara las cicatrices que dejan las lágrimas que desgarran tu espíritu y que llueven desde su cara en las noches de corazón roto. Me observa y veo en sus ojos la pletórica vergüenza de no ser niño, como si odiara los años que carga en su espalda. Y una marca en su frente, que solo puede causar el golpe de un cabezazo a la muerte.
  -¿Quién eres? -pregunto, un poco confundido, con miedo y asombro hacia el entorno.
  -Yo soy tú, comparto la misma humanidad que supo heredarme tu imaginación. Yo soy tú pero no soy nadie, y por eso me ves -dice el extraño mientras aviva el fuego.
-¿Cómo puedes ser yo? ¿Entonces quién soy yo?
-Tú eres parte de tí, como lo son tus sueños o este lugar de penumbra infinita. El conjunto es lo que nos hace persona.
-¿Cómo paraste en este lugar? -pregunto, un poco preocupado al enterarme del paisaje vacío que nos rodeaba.
-Vine junto con mi suerte, mi destino fue mi culpa, y cargo con ello como las tortugas cargan su pesada espalda.
-¿Cómo salgo de aquí?
-Despierta.
-No sé cómo hacerlo, no sé ni siquiera si estoy soñando realmente.
  El extraño hombre con aspecto ermitaño sonríe, y mira hacia el fuego como si quisiera apagar la luz que impregna al lúgubre paisaje de una pizca de vitalidad.
-Ese exquisito sabor de antaño que saborean mis resecos labios era vida. -continua entonces-. Era fuego en estado puro, el elixir que sólo sabe ofrecer el oxígeno que hace de la gente cosa útil y viva. Palabras, deseos, memorias y estruendos que se conviertieron en mi tumba ahora que estoy en la nada -se detiene un momento y contempla el entorno como quien intentara ver un paisaje en un lienzo obsoleto-. Perder el tiempo estando vivo es lo mismo que morir para no perder el tiempo. Tiempo y Vida son la representación inmaculada de Dios, y aprovecharlas es el cáliz divino que se obtiene con sangre.
  Intento interpretar sus palabras, aunque me parecen absurdas, mi mente está trabajando en aquel señor.
  -Recuerda eso, Oliver -interrumpe mi tranquilidad para decir estas palabras-.
  El ermitaño se aleja como vino, sus pies como un tornado lo llevan hacia la parte invisible del entorno. Desaparece entonces su presencia y el fuego que resplandecía el lugar. Mi cuerpo no responde, la luz se presenta en varios destellos que logran ser vistos periódicamente, hasta tener una imagen clara del lugar en el que estaba: la pequeña colina y el árbol que me sirvió de parasol para conciliar el Sueño. Detrás de las ramas del árbol se puede ver el rojizo típico del cielo que abre las puertas al verano en las noches de Luna nueva.
  Me levanto de aquel lugar en busca de mi pequeña casa, y camino hacia ella pensando en las palabras de aquel extraño sujeto, y en mi gato: que debe estar llorando como llora mi casa las noches de luto. Otro día más en mi casa de papel, corro a dibujar mi sueño, con la angustia maliciosa de plasmar un sueño invadido de matices de pesadilla. Y encuentro a Calímedes tirado en el colchón. Me acuesto junto a él y suspiro. ¿Quién era? ¿Por qué los paisajes de aquel vacío eran tan loables? ¿Qué más se esconde allí?

Hubo Una Vez, Un SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora