La envidia de los edificios de azoteas llorosas

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  Salgo del cuarto y me abraza el pijama amarillo que llevo. Bajo las escaleras al paso de una oruga en plena metamorfosis, mientras se espabilan los músculos de mi rostro haciendo factible alguna innecesaria sonrisa. Asimilando el sueño me estaciono en el comedor y me poso encima de una silla de madera que cruje de sólo mirarla. Agarro y destrozo con el tenedor el huevo que descansaba en la tranquilidad de mi plato, casi escucho sus lamentos. Y sangra el huevo y lo confundo con los rayos de sol que se escapan de mi pijama, como si quisieran encontrarse en el otro mundo. Mi madre, que tintinea cuando camina, me regala un relámpago de regaños que injurian a la maldad misma. Cuando despojo a mi piel del sangriento pijama me dispongo para ir al colegio y pasar por alto hasta mi propia existencia.
  Camino por los adoquines de aquella vieja ciudad, esas piedras que se robaron la historia de los que pisaron la tierra de la que se alimentan las plantas en su infinita búsqueda hacia el Sol. ¿Estarán las plantas enamoradas del Sol? ¿El corazón de polen que ultrajan las abejas es el mismo que palpita en el pecho de las estrellas? ¿Puede el amor navegar el océano? ¿Puede, siquiera, cruzar el surco de una lágrima?
  Observo los edificios que sienten vergüenza entre ellos, no por pedazos faltantes; sino por interiores vacíos. Tienen calor las casas con aire que sufre a merced de la electricidad, ¿es eso lo que necesitan los cimientos de un hogar? ¿Necesitan algo más las casas que personas y amor? ¿Es el amor más caliente que el Sol? Si es tan caliente, ¿también siente pena de mí?
  De madera son las casas que viven solas en las esquinas de los campos infinitos, de madera están hechas porque cantan cuando llueve; aun si hay tormenta, aun si hay nevada: el único sufrimiento de una casa es la soledad.
  Concluyo con pensamientos indecisos observando la emocionante y secreta vida de todas las personas que se esconden de la visión ajena. Y camino y mis pies tocan el césped de la entrada de la escuela. ¿Quién sabe en qué momento la hierba, la egoísta hierba, le robó el marrón a la tierra que pisaba algún día frente al portón?
Frente al portón estaba, y camino hacia mi lugar como cumpliendo un mandamiento, maravillado de lo monótona que logra ser la rutina de todos los humanos cuando se organizan en un lugar. La pizarra estaba siendo manchada con el blanco de la tiza y gritaba con un sonido que atacaba a tus oídos en forma de alaridos de insatisfacción. Me siento, sin decir palabra. Logro ver, desde mi trasero puesto, las cabezas de todos mis compañeros: cada una un mundo con sueños por descubrir. Sueños ya descubiertos, que se asoman a los ojos de cada uno: sueños dulces tienen los ojos verdes, sueños felices tienen los ojos azules. En el fondo de unos ojos negros pude ver sonreír a una pequeña pesadilla. ¿Cómo llegan los sueños a las ventanas de nuestros ojos? ¿Cómo, si nadie sueña a ojos abiertos?
  Y así paso horas todos los días en mi silla, como si estuviera preso entre los barrotes de madera de una mesa circular; extrañando a mi gato de algodón y dibujando alguno de mis sueños y una jaula de cristal. Escuchando las voces que, distantes, se escuchan siempre a mi alrededor. Distantes son, a pocos centímetros de mis oídos, las voces que no llevan mi nombre.
  Hasta que al fin llego a mi casa y me doy cuenta de que no es diferente a los edificios que se yerguen envidiosos, y sus azoteas sufren al ver felices a las casas de madera. Mis pies logran liberarse del calor que le imponían los cerrados zapatos, busco a Calímedes para contarle mi día.
El pequeño montón de algodón se acomoda en mi pie izquierdo y lo empuja. Yo sonrío, y le ofrezco un suspiro. La noche de hoy comienza a llamar a las puertas del cielo, el Sol se hace más débil cuando sus rayos se estrellan en la rectitud del horizonte. ¿Las casas de más allá del horizonte estarán hechas de madera? Si hubiera un edificio tan grande como el horizonte, si su azotea pudiera competir con el mismo Sol, si mis ojos pudieran verlo desde cualquier lugar del cosmopolita firmamento, ¿sentiría envidia entonces de las pequeñas casas de madera?

Hubo Una Vez, Un SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora