¿Soñando, Despierto O Soñando Despierto?

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  Era de noche y mis ojos miraban hacia un cielo infinito al que podría alcanzar con solo un suspiro. Podía ver algunos pedazos en forma de diamante que caían desde las nubes. Me levanto en busca de Calímedes. Miro hacia las ramas que me rodean, en fila como si quisieran crear un uniforme paisaje en el que alguien se aventuraría a caminar. El entorno estaba envuelto en la noche que hace que las hojas del suelo alzen su voz de la mano del silencio, mientras me encontraba de pie atento a cada detalle que se perdía en la oscuridad.
-La jaula no está -pienso.
  Mis pies corren casi involuntariamente por aquel bosque que movía sus brazos como si intentara asustar a quien invade su tranquilidad. Y crujen las ramitas que destruyo con mis pies en el suelo. Se puede sentir llorar a las ramas de los viejos árboles que ceden sus hojas para cubrir el suelo de verde hasta que un lunes por la tarde el Sol ilumina el marrón de su muerte, lloran de dolor cada vez que una hoja cae al suelo y mis pies pisan las pequeñas ramas mientras corro.
  Al final del sendero se ve una luz, algo que resulta un escape del lugar donde los viejos troncos emergen del suelo que sostiene sus inertes hojas.
  La luz se ensancha en mis ojos haciéndome ver el paisaje que tenía en frente, el que estaba escondido detrás de las cabezas de los lúgubres árboles. Miro hacia atrás, es como si la luz fuera devorada por las ramas y muriese junto a la muerte que destila el camino que engendra raíces a su alrededor. Siento pena por aquellas hojas a las que el Sol cambiará de color, sufro como sufren los árboles, como sufre un padre al soltar un hijo de sus brazos.
  Y la luz se hace montañas y una cascada, el frío que sentía se coloca el abrigo de la noche donde la Luna sonríe al verse reflejada en las calmadas aguas de un lago. El viento sopla aquí al igual que en el bosque, pero no silba, no canta, no sonríe. ¿Por qué canta el viento en los paisajes de la muerte? ¿Tiene miedo acaso de la cascada? Tan ruidosa y bella, cae con elegancia y con el orgullo impropio de una muerte.
  Todo a mi alrededor goza de una tranquilidad contagiosa; recuerdo a Calímedes, me pregunto dónde estará en este momento. Se ven algunas luciérnagas coloreando el paisaje con puntos verdes: en ausencia del pasto que reposa bajo mis pies, quienes reflejan junto al Sol el color de la eterna primavera.
   Dentro de todo el esplendor me siento pequeño, figura ínfima alrededor de mundos coloridos: nada, que se esconde detrás de todo y recuerda que es invisible. Y quisiera crecer, valer para algo, ser útil. Quisiera que mis alas me llevaran a lo más infinito de la Tierra; estas frágiles alas que bailan junto al viento. Quisiera que mis manos cavaran un pozo que llene las arrugas del planeta; estas manos limpias que parecen flor. Quisiera que mis ojos alumbraran caminos que se van perdiendo y rompen a llorar; estos ojos grises, ciegos y curiosos que temen al Sol.
  El azul se perdía en aquel cielo, el azul libre que refleja el mar. La cascada ruge cerca de mí; agua que la montaña arroja desde su balcón.
  La sed de curiosidad es más fuerte que la que agrieta los labios: reseca nuestra garganta, no somos más que esclavos. El peligro nunca ha sido un problema para lo inédito; el anonimato no siente vergüenza nunca. Ante la tentación, camino hacia aquel ruidoso flujo de agua que lloraba mientras caía y destilaba espuma. Me paro en la falda de la montaña que se elevaba en vertical casi tocando el cielo, miré hacia arriba: un trampolín impulsa la catarata que de tan gigante, solloza. Su llanto asesino me llama, "¿quién sabe que hay en el corazón de una cascada?", me pregunto y camino hacia ella con mis miedos en el bolsillo, dispuesto a explorar su engañoso interior.

Hubo Una Vez, Un SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora