¿Por qué lloran los asteroides?

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  La prisión iba creciendo a la par del césped que reflejaba el verde entorno. Busco a Calímedes entre los confines del sueño como una abeja que busca su girasol. Un río se escucha cantando a lo lejos, mientras el felino salta sorpresivamente sobre mí como si me abrazara.
  Camino explorando el entorno, fijándome en cada destello, anotando con mis pensamientos la gran variedad de insectos que veía. ¿Por qué las damas le temen a los insectos, que llenan el pasto de color? ¿No habría que temerle, quizás, a las garras de un gato? ¿O al Sol? ¿Puedo temerle a algo más pequeño que yo?
  Del río sobresalen unas piedras como si suplicaran por oxígeno: tan desesperadas por sobrevivir que nunca tuvieron tiempo para pensar que alguien se podría sentar sobre ellas. Calímedes sonríe al ver a varias aves pasar; al parecer siempre ha querido volar, pero cuando lo intenta, la gravedad lo devuelve cariñosamente hacia el suelo. Es como si, antes de nacer, ya se le hubiera otorgado el privilegio de no dañarse en sus delirios de ascenso. ¿Existirá, en algún lugar de mis sueños, un gato capaz de volar? ¿Por qué lloran las nubes, que siempre están volando? ¿Por qué llora mi gato, que no puede volar?
  Pasa un tiempo -quizás cinco preguntas después- cuando repentinamente el suelo se levanta sobre nuestros pies y nos eleva en una plataforma que levita como si la empujara una invisible mano, con cuidado de no romper ninguna nube. De repente se hace de noche, la noche mágica, que colorea a Calímedes con negro y azul y convierte nuestra tierra en una alfombra de cristal.
-Mira, Calímedes, casi puedo tocar las estrellas desde aquí -el felino da una vuelta, ronroneante, y coloca su algodonada cola en mi regazo en busca de cariño.
  Me miro en el espejo de una nebulosa vanidosa y diviso que un mechón dorado de cabello se intenta escapar de mi cabeza, como si intentara escapar de los problemas con los que convive en su raíz. Y es azul, el cielo de noche como de día se alza en el firmamento, es azul tímido, azul que se esconde en la espalda de negro por miedo a que lo vean cuando miran hacia arriba.
-En cierto modo es igual a mí -pensé.
  Calímedes ronroneó una respuesta como si leyera mis pensamientos. Logro ver una enorme roca vestida de fuego, gritando a su desenfrenado paso y destilando lágrimas; consciente de su destino explosivo. Y surca el cielo reflejando lo verde: llameante muere, doloroso estruendo. La gente le llamaba Estrella Fugaz y le atesoraban buena suerte. ¿Podrá ofrecer fortuna alguien que no puede dominar su propio destino? ¿Por qué lloran las estrellas fugaces? ¿Acaso ambas, estrellas fugaces y nubes, lloran porque esperan su incierto encuentro? ¿No es lo frágil y lo tosco un desafío para el tacto?
  De repente siento un crujido, Calímedes se alarma, nuestra alfombra colapsa y comenzamos a caer. Logro sentir la excitación de mi gato al estar volando. En mi descenso alcanzo ver las nubes y me pregunto de nuevo si extrañan a los asteroides. Diviso unas aves que viajan en bandada como si conocieran el mundo entero solo por nacer. ¿Sabrán más las aves de Geografía que los mapas? Y el suelo se acerca y se ve un volcán, a lo lejos, como quien se adueña de una pacífica montaña a fuerza de magma; que llega a sus dominios invadiendo la melódica tranquilidad que hace del aire placer mismo.
  Tengo miedo de caer porque tengo miedo de morir; pero no quiero quedarme suspendido para siempre. ¿Por qué la muerte es tan paciente? ¿En qué se divierten los pozos sin fondo?
  Y caigo y todo el paisaje se reduce a una esfera de cristal filoso, como las jaulas de los canarios que lloran todos los días; lloran y afinan los canarios, los ignorantes acuden a su doloroso concierto.
    Me despierto porque veo que, a un extremo de mi mente se está abriendo una puerta dorada, desde donde habitan las pesadillas.
  Otra día más en mi casa de papel. Dibujo mi sueño y sonrío. En algún lugar de mi mente debe celebrarse el velatorio de una estrella fugaz, el inicio de un deseo. Abrazo a Calímedes, como quien pide futuras disculpas, y lo dejo solo mientras cumplo con la rutina. A veces me gustaría ser un gato. ¿Es tener tantos deseos, la causa de muerte de los asteroides?

Hubo Una Vez, Un SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora