Diario

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¿Por qué? ¿Por qué el espejo cambió de un momento a otro? ¿Por qué no me habla Calímedes? ¿Cuándo fue la última vez que vi mis ojos y sonreí? ¿Cuándo fue la última vez que sonreí? Se siente tan distante; como si, al pasar más allá de la jaula y conocer a Europa, todo el color cambiase dejando estelas de lo que alguna vez fueron. Sigo siendo yo, Oliver. Al menos eso me gusta pensar.
Me vuelvo hacia la cama para encontrarme con Calímedes que dormita en una pila de libros. En una pila de libros estaba apoyado, allí encuentro uno de mis viejos diarios. Regreso a mi gato a la cama y me coloco junto a él abriendo el libro: hogar del polvo y proyectos olvidados.

 11 de septiembre de 2001:
Hoy soñé con la Luna, oscuridad aterradora. Se posa en el cielo para disimular la amargura de la noche. ¿De qué está hecha la Luna? Quizás de bombillas apiladas, me gustaría que mis pies acariciaran ese material tan brillante.

Hoy la Luna nueva me parece una impostora, una ladrona que absorbe la grandeza del Sol que no nos visita en la nocturna penumbra.

De camino a casa encontré un pequeño gatito que maullaba como su hubiese perdido algo. Tal vez a su madre o tal vez toda su vida. Lo tomé y lo escondí en mi mochila; se sintió confortable tenerlo entre mis libros. Los libros no hacen sonido alguno, pero mi espalda carga algo que reboza de vida. A mi gato lo llevé a escondidas a mi cuarto, al parecer le gusta aquí. Se recoge en un ovillo que simula al algodón: ¡parece una Luna! Le llamaré Calímedes...

Miro al felino mientras leo en voz alta, está inmóvil en mi regazo como esas nubes antes de la tormenta. Puedo escuchar el leve ronroneo que truena desde su garganta y su mirada es como un relámpago cuando nuestros ojos se topan. Mientras tanto yo lluevo y empapo mi cara y mis labios. ¿Habrá un paraguas para las lágrimas?

17 de septiembre de 2001:
Mi mamá encontró a Calímedes encima de la mesa. Sus delicados dedos arremetieron contra él y lo lanzaron al suelo. Yo lloraba en mi escondite, sintiendo como mío el dolor de mi pequeño. El gatito vino hacia mí y se aferró con sus garras a mis brazos. Me cuenta de que a veces se puede llorar sin derramar ninguna lágrima. Esas garras que rayan mi piel no sirven para hacer daño. Calímedes llora, pero es valiente: gato fiel. Tal vez le teme a la piel de porcelana de mamá. Esta noche dormirá conmigo, lo llevaré a ese curioso mundo incoherente que estoy visitando muy a menudo: le mostraré la jaula.

-La jaula... -repito, como quien hablase de cosa del pasado y duda sobre si la existencia de aquello fue real o una mala pasada de su memoria.

22 de septiembre de 2001:
Mi Calímedes hizo su hogar en mi cuarto, se siente como un elemento más. Revolotea aportando ese destello de vitalidad que necesitaba el tenue color lóbrego de la habitación. Han pasado once días y siento que conozco a Calímedes desde que puedo recordar. ¿Tengo que ofrecerle mi confianza a alguien? ¿Podría dársela a un gato? Por qué no...

Me detengo y observo al felino. Encontrando en él la confianza que algún día comencé a depositar en aquel mullido cuerpecito. Es ahora mucho pelo, felicidad y amor; puesto que ahorró cada segundo en que en él confiaba y yo sembré las semillas de la seguridad debajo de sus patitas.

30 de septiembre de 2001:
Calímedes se siente como uno más de la familia, se permite su presencia en el comedor mientras bebe elegantemente su tazón con leche manchando sus bigotes de blanco como blanca la nieve que está por venir. Será nuestro primer invierno juntos, los tres. Presiento que será más cálido este año...

Leo todo aquello como si me fuese lejano, pero reconozco mi autoría. Han pasado dos años. Dos años de sueños y pesadillas, de hojas de papel y escenarios de ensueño; dos años de vida.

28 de abril de 2003:
He vivido dos inviernos acompañado de Calímedes. Muchas estaciones han caminado frente a nosotros pintando nuestras vidas con su fragancia multicolor. Aún recuerdo el primer día en el que traía a esa pequeña esfera de algodón entre mis libros. Aún recuerdo, sí, recuerdo quien soy. Mi nombre es Oliver y mi gato es Calímedes. Me gustaría recordar que fue lo que sucedió después...

Cierro el cuaderno, abrazo al felino: ambos ebrios de nostalgia. Yo aún no mareado de la gran confusión ocurrida con Europa. ¿Volveré a encontrarme con mi pesadilla? Ante la enorme curiosidad me resultó poca la resistencia y dejé colarse entre mis pensamientos a la incansable esperanza.
En pocas horas me visitará el Sueño, abriendo una vez más -para Calímedes y para mí- una de sus puertas.

Hubo Una Vez, Un SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora