Capítulo 8

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-Señorito ¿Va a salir? –Demonios. Me detuve y volteé a ver, era Isabel, una sirvienta bastante antigua de trabajar en la mansión.

-Si Isabel, voy a ir a dar un paseo.

Era verdad, necesitaba tomar aire, caminar, ver gente pasar a mi lado, que se yo… Estar en mi alcoba me estaba matando, no había parado de llorar desde que el salió por esa puerta, todo ahí me recordaba a Gerard, ahí lo vi por primera vez. Suspiré.

-No pude ir solo es peligroso, anoche Gerard lo encontró desmayado fuera de la mansión, vaya con él.

-Gerard… El salió, quiero estar solo Isabel, por favor, será un secreto entre los dos –Le guiñé un ojo.

Se quedó pensando unos cuantos segundos y asintió no muy convencida.

Llevaba más de 10 minutos caminando sin rumbo alguno, viendo simplemente al suelo, después de todo no fue una buena idea salir.
Me quedé parado y miré a mi alrededor, estaba frente a la casa de Gerard… ¿Será que está ahí?
Negué con la cabeza ante mis pensamientos, miré la puerta un par de segundos y seguí caminando… La verdad es que ya no sabía dónde estaba, no recordaba si di vueltas después de aquella calle o seguí recto, miré hacia el cielo… Estaba oscureciendo.

-Maldición Frank…


Me di media vuelta y empecé a caminar en dirección contraria, hasta que llegué a un cruce de calles. Miré hacia los cuatro lados y decidí ir por la derecha, ese lugar se veía aún peor que la calle donde estaba la casa de Gerard, había llegado a los barrios bajos.

-Que tenemos aquí –Escuché una voz ronca detrás de mi, el corazón se me aceleró, pero no volteé a ver.

-Es un burgués –Dijo otra voz, abrí los ojos enormes, no me había percatado de mi ropa.

-¿Cuánto nos pagarán en el mercado Chino por uno de estos? –Aceleré mi pasó, escuché que ellos también lo hicieron detrás de mí.

Dios mío ¿En qué te metiste, Frank? Ya me veía en uno de esos barcos de mercancía, yendo hacia China para ser prostituido con viejos asquerosos. Gerard…

-Pero no corras niño, que no te haremos daño –Uno de ellos empezó a reír.

-Nosotros no, pero quien sabe los viejos pederastas que te compren –El otro lo secundó.

Ahí empecé a correr, hasta doblar la esquina. Un callejón sin salida.

-Mierda.

Me arrinconé a una pared, me encogí en mí mismo y cerré los ojos lo más fuerte que pude. Estaba perdido, ya no podía ni siquiera correr.

Sentí una patada en la boca de estómago y otra en la espalda.

Gee, si estuvieras aquí nada de esto pasaría…

MAYORDOMO / FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora