Hambre de ti

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I

Tengo hambre
en los estómagos de  mis  hambrunas.
Hambre en mi boca por  querer  digerir
la dulzura de tus labios tan empalagosos,
como la leche de las flores, como las uvas.

Tengo hambre
en mis pulmones por  querer  respirar
el aroma de tus pechos blancos, bruñidos,
esféricos e interesantes  como  la  bruma.
Hambre  de  tus   pezones,  de  tu  latido,
de    los   movimientos   de   tu   cintura.

Tengo hambre
en mis ojos por contemplarte
las ojeras que te deja el sueño.
Hambre  de  tu  locura,  de tu
querer   de  ser  querida,  de
lo   enigmático  de  tu  sexo.

Hay   hambre   en   mis   manos:
Ansias  por  arder  en  las llamas
de  tus  muslos siendo quemados,
por el roce de mis uñas en escena.

Hambre  de  mi  alma  por  tu alma,
hambre por la actitud de tu entrega.

Tengo hambre de tu existencia, de tu divinidad,
de ti amor, de ti. Cómo el tiempo tiene hambre
de la ceniza de los recuerdos, cómo el océano
que siempre se la pasa devorando el Orión,
cómo el espejo que se  come  detrás  de sus
cristales,   los  rostros,  cómo  las  verdosas

plantas que no
pueden dejar el hambre
que  sienten, por  la luz    del Sol.

Sé que nunca ha de acabarse
este hambre de ti: Cada noche la habré
de saciar, más no para  siempre:  Pues
andas  siempre   en  el  crujir  de  mis
entrañas,    como     si   fueras  sobre

mi espalda: La muerte.

Tengo hambre de tus risas,
de tus malcriadesas,  de  tus
aperitivos. Tengo hambre de
ti, de todo lo que eres,  y  de
todo, todo lo que  has  sido.

II

Este apetito voraz que poseo
hacia ti, no va a menguar nunca.
Va a permanecer en mí, como la
blancura  en  la  misteriosa luna. 
Te  has convertido, amor, en ese
alimento que teje mi semblante:
¿Cómo se supone que pase un día
sin  siquiera   poder  probarte, un
minuto  sin sentirte cerca, ya que
hasta de sentirte, tengo hambre?

De tu compañía, de tu respaldo, de tu mano
tomada  de  la  mía,  del caminar juntos por
donde  caminan  los  enamorados perdidos,
de   mis   manos  abrazándote  de  espaldas,

de  mi  boca  susurrándole  a tu oído:
Amor,  no  te  vayas,  sé  mi calor  en
el frío, sé el banquete en las penas y
el  camino  que  va mojando el rocío.

Oh,  amor  vicioso, amada mía,
mi  alma  hambrienta de tu sabor,
te  desea a cada instante, a cada día.
Como no ha de desearte, como no he
de desearte yo, si me sabes a todo lo
que  no se puede contener mi vida:
Me  sabes  a la sal del mar sacada,

a  la  frescura  de  la brisa en primavera. 
Me sabes a gracia cuando estás contenta, 
a azufre, cuando estás enojada. Me sabes

a  la dulzura de tu nombre,
que parece estar hecho de
higo. Me sabes a tiempo, a
hojas,   a  frutas,  a  ocasos,
a frenesíes de pronto olvido.

Me  sabes  a  tu  aroma   de   jazmín,
de  alborada,  de especias  en  el  aire.
Me sabes algunas veces (casi siempre)
a  todo: A piedras, libros,  trigales (...)

Tengo hambre de tus risas,
de tus malcriadesas,  de  tus
aperitivos. Tengo hambre de
ti, de todo lo que eres,  y  de
todo, todo lo que  has  sido.




Amorosa PoesíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora