Garras y puñales

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Examinó con recelo a sus oponentes.

El que se encontraba a su izquierda era un ser parecido a un enorme y decrépito cuervo, cuyas alas de oscuridad reposaban con una alarmante tranquilidad sobre su espalda. Podría parecer inofensivo, si no fuera por las afiladas garras en las que se sostenía su emplumada figura.
La sombra que cubría la salida de la derecha se asemejaba a una fiera hiena cuyos ojos rojos despedían destellos de maldad y de ira contenida, sin duda alguna, este iba a ser su adversario más salvaje y uno a tener en cuenta por la potencia que se podía adivinar en sus mandíbulas plagadas de colmillos.

Después centró su atención en el que tenía en frente suya. Lo había intentado evitar por la gran concentración de sombras que reunía compactadas en su cuerpo. Era un ser aparentemente humanoide, aunque no era fácil de adivinar por la raida capa que cubría sus rasgos. No podía saber si estaba armado o no porque tenía los brazos ocultos, sin embargo le imponía el respeto suficiente para evitar fijar su vista en sus rojizos ojos, lo único que se podía apreciar claramente de su figura.

—Veo que no pierdes el tiempo, engendro —susurró el ser de la capa con una voz cavernosa y distante.— Ya debes estar analizándonos, ¿me equivoco?

El aludido entrecerró los ojos, claramente ofendido, no sólo por el insulto que le había dirigido descaradamente, si no también por la rapidez con la que había intuido sus pensamientos.
— Hemos venido para avisarte —continuó hablando al darse cuenta de que no estaba dispuesto a conversar.— Vuelve a la torre y sigue sirviendo a nuestro amo, o muere aquí en un último y vano acto de honor. Tú decides.

— Prefiero la muerte antes que ser como vosotros —escupió el mestizo con una ira que no supo controlar.

— Prefieres la muerte, dices, interesante... Pues permíteme dártela.

Al momento levantó lentamente uno de sus largos brazos y enarboló una imponente espada, apuntándola en su dirección.

Lo que ambos bandos desconocían era que había otro individuo que participaba inactivamente desde el escondite que le protegía en la esquina de la casa. Había escuchado con atención toda la conversación que habían mantenido los extraños que habían entrado en su hogar.

Parece que el joven había escapado de un lugar donde habitaban las sombras, y parece que éstas tenían un amo...

Sintió cómo una llama interior volvía a prender, gritándole venganza con la fuerza de ejércitos.
Por fin iba a conseguir lo que quería aquella noche, un poco de satisfacción y un nuevo aliado.

Se ajustó ligeramente el sencillo vestido blanco y negro que llevaba y se tiró suavemente de las largas mangas que tenía.

La verdad es que, pese al tiempo que llevaba esperando ese momento, ahora no encontraba el momento de actuar.

Rebuscó en su bota derecha y sacó un puñal que llevaba siempre, para cualquier tipo de amenaza. Sonrió, dando gracias mentalmente a Zack por haberle obligado a hacerlo siempre, convirtiéndolo en un pequeño hábito.
Observó la situación que transcurría delante suya, intentando decidir a quién atacar primero.

Los dos seres de los lados le inspiraban pánico simplemente por su aspecto, sin embargo, la del medio le provocaba un terror irracional que no podía comprender, su instinto le decía que le evitara.
Ella no le hizo caso y decidió atacarle a él primero.

Se acercó sigilosamente hacia su espalda y nadie se dio cuenta, aparentemente, estaban demasiado centrados en su presa.

Iba a descargar una puñalada sobre la cabeza de la sombra, cuando ésta, sin volverse hacia ella, interpuso su espada como escudo y la golpeó con ella haciendo que su arma saliera despedida y que su portadora trastabilara y cayera al suelo.

Las sombras de AliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora