Pasillo de liza

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Ahora que lo pienso, quizá nuestros primeros pasos dentro de aquel lugar, amortiguados por lo que parecía ser una densa alfombra, hayan sido un tanto proféticos: con el viento helado que nos pegaba en la espalda y empujándonos incesantemente hacia la densa penumbra frente a nosotros, a través de la cual se distinguían confusas pero siniestras siluetas que acechaban nuestro paso.

Sara me había tomado del brazo y aunque la oscuridad apenas me permitía distinguirla como una sombra que avanzaba a mi lado, la forma en que su cabeza se volvía de un lado al otro en un intento por penetrar el cerrado velo que nos rodeaba, así como las uñas que se clavaban ansiosas en mi carne, eran mera demostración física del miedo y la ansiedad que ella luchaba desesperadamente por dominar.

—Manuel, vámonos.

El estruendo de la tormenta exterior ahogó el sonido de la voz de Karla, la cual incluso Manuel apenas pudo escuchar como una suerte de susurro entrecortado y, además, aderezado con un ligero y aun así incontrolable temblor que nunca supimos si era a causa del frío... o del miedo.

—Sí... este... mejor vámonos... el departamento de mi amigo ya no está tan lejos.

Pese a sus mejores esfuerzos, tampoco Arturo fue capaz de controlar el temblor en su voz.

—¡Oye! ¡¿No que era tu departamento?! —Y por si la sola humillación de mostrarse "débil" (según él) no hubiera bastado, Hugo de inmediato saltó ante la oportunidad de "desenmascarar" a Arturo como el mentiroso y farsante que él creía o, más bien, que necesitaba que fuera— Además, con este pinche aguacero mejor nos quedamos aquí un rato, a ver si le baja ¿que no?

La sombra que era Hugo volteó primero hacia mí y luego a Manuel en busca de un apoyo que nunca obtuvo.

—¿De quién sería esa voz de hace rato?

Segundos que el silencio convirtió en una eternidad terminaron de golpe cuando Karla puso el dedo en la llaga proverbial y antes de que cualquiera pudiera decir algo más, di media vuelta sin soltar a Sara y me encaminé hacia el rectángulo ligeramente menos oscuro que era la puerta.

—¡Ah verdad! ¡Si el miedo no anda en burro!

En circunstancias normales, el tono burlón de Omar le habría merecido, por lo menos, una sonora mentada de madre, pero en aquel momento decidí que lo mejor era ignorarlo y seguir mi camino a la entrada.

—¡Oye...! ¡¿Qué chinga'os...?! ¡¿Que no nos íbamos a quedar?!

Igual, lo más normal habría sido que apoyara (aunque fuera sólo por lealtad) los intentos de Hugo por evidenciar a Arturo, no obstante, entonces y siempre la seguridad de Sara era más importante para mí que aquella ridiculez de triángulo amoroso...

—De todos modos ya estamos empapados.

...y Manuel pensaba lo mismo respecto de Karla.

César se limitó a asentir con la cabeza, tomó a su adorada Adriana de la mano y, a su vez, siguió a Manuel. En su camino, la voluptuosa morena alcanzó a jalar a su hermano, Omar, cuyo débil intento por alcanzar a Noemí se perdió en la penumbra; por fortuna, o gracias a su instinto de conservación, la chica atinó a seguir al resto del grupo.

En medio de la oscuridad, Arturo, quien no se había despegado de Eloina, intentaba que la rubia lo siguiera, mientras Hugo sólo veía nuestras sombras pasar frente a él, aún indeciso entre "montarse en su macho" (diría mi abuela) o ceder a la presión del grupo y encaminarse a la puerta.

—¡¿Paty, dónde estás?! ¡Vámonos, Paty! ¡¿Dónde estás... qué estás haciendo?!

Nunca supimos exactamente cómo, sin embargo, Eloina había alcanzado a ver que Patricia, lejos de seguirnos, se adentraba cada vez más en la oscuridad y, en un repentino arranque de valor y fidelidad, la rubia se arrancó de la mano de Arturo y corrió hacia su amiga.

Guerreros y hechicerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora