La jaula

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—¡Oh, Dios! ¡Oh Dios! ¡Quehicequehicequehice!

A pesar de todo lo que ya habíamos perdido, de todo lo que el Mago nos había arrebatado, de todas las muertes y las derrotas que habíamos sufrido, ver a Noemí perder su inocencia de aquella forma tan cruel y artera fue un duro golpe para todos nosotros.

De rodillas y llorando a lágrima viva, la jovencita miraba horrorizada sus manos, cubiertas por el amarillento y fragante líquido que era la sangre de las elfas; no obstante, el gesto de profunda angustia en su rostro se vio pronto transformado por una violenta arcada que la hizo vomitar, aterrada al extremo por lo que se había visto obligada a hacer.

—Nos salvaste, Mi; eso fue lo que hiciste y no lo olvides.

Tan pronto como pudo pararse, con las heridas aún medio abiertas, Karla se acercó a la atribulada Noemí y la tomó por los delgados hombros, esperando con paciencia a que el vómito por fin cesara y cuando así fue, en medio de amargos sollozos, le limpió la boca con los restos de un pañuelo desechable que Manuel encontró en su pantalón y luego los tres se fundieron en un cálido abrazo que poco a poco fue calmando a la jovencita.

—¡Cuidadoooo!

¡Una cegadora explosión de luz y calor que habría convertido a los tres en cenizas en un segundo descendió del cielo sin aviso alguno!

Al mismo tiempo, un confuso borrón oscuro se abalanzó sobre el desprevenido trío, lanzándolos al suelo y librándolos de una muerte repentina y espantosa, e incluso antes que pudiéramos darnos cuenta que el "borrón" era, en realidad, Patricia, la pelirroja ya se había levantado y, formando una complicada mudra con las manos, creó o liberó una impresionante oleada de energía que deformó la realidad a su paso y extinguió una segunda llamarada que los habría consumido no solo a ellos, sino incluso a Hugo y a mí, quienes estábamos a un par de metros de distancia.

Apenas se extinguió el fuego, la ojinegra se derrumbó, ante la aterrorizada mirada de Hugo, quien alcanzó a la chica justo cuando tocaba el suelo, solo para tener que arrojarse sobre a ella para protegerla del paso de una enorme figura alada y oscura que pasó a menos de un metro del piso, dejando una fuerte turbulencia tras de sí, tan poderosa que casi me arroja al suelo.

—¡Maldita sea! ¡Es un dragón!

Todavía no terminaba de hablar cuando, junto a mí, Sara ya había empuñado su arco y disparado tres veloces saetas al cielo y, un segundo después, un corto y penetrante sonido nos dejó saber que al menos una de ellas había alcanzado su objetivo.

A primera vista, el enorme espacio de forma oblonga medía no menos de 600 pasos de largo por unos 100 de ancho, un estrecho camellón marcado por dos bardas bajas, bastante derruidas, lo dividía a lo largo en dos carriles, creando una especie de circuito parecido a una pista de caballos, que estaba confinada simplemente por una barda enorme, de quizá unos 20 metros de alto.

Sin embargo, al observarlo con más detenimiento, mientras trataba de ubicar la oscura silueta del demoniaco reptil recortada contra el cielo nocturno, pude darme cuenta de que en el tope de la muralla se erigían gruesos postes de metal que se elevaban, torcían y entrecruzaban formando una enorme jaula para ave, cuya altura nos resultó casi imposible de determinar a pesar del nítido patrón cuadriculado que fracturaba la plateada luz de la luna.

Acompañada por el extraño susurro de algo que corta el viento, la demoníaca sombra —de unos 15 metros de envergadura— volvió a precipitarse sobre nosotros, sin embargo, justo cuando la infernal llamarada comenzaba a asomar de entre los afilados colmillos, justo en dirección a donde Hugo se negaba a abandonar a una indefensa Paty aun a costa de su propia vida, un veloz bólido de madera y metal se impactó en la cabeza de la bestia, desviando el flamazo, que cristalizó parte de la compacta arcilla que formaba el suelo.

Guerreros y hechicerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora